- Juana M. Sancho tiene toda la experiencia que
se puede tener enseñando. Desde la escuela de párvulos allá por 1970 a la
enseñanza universitaria como catedrática en la Universidad de Barcelona.
Hablamos con ella del sentido de la educación, de la evaluación y de la
tecnología en estos meses.
Juana M. Sancho, catedrática de
Tecnologías Educativas del Departamento de Didáctica y Organización Educativa
de la Facultad de Educación de la Universidad de Barcelona, hasido maestra de
infantil, profesora y orientadora en secundaria. Ha pasado por la universidad y
dedica buena parte de su tiempo a aprender y, hoy por hoy, a investigar.
Según su experiencia, el
aprendizaje ya comienza desde el momento de la concepción y se alarga hasta el
final de la vida de las personas. «El aprendizaje no tiene límites. El gran
problema es que los sistemas educativos crean barreras, imponen límites y no
tienen en cuenta ‘la mochila’ que el alumnado lleva a la escuela». Una buena
enseñanza sería tener más en cuenta los aprendizajes que en este tiempo se han
hecho más allá de los contenidos curriculares. Pero no solo ahora, durante la
pandemia, sino convertir esto en algo cotidiano.
Una pregunta casi obligada, ¿Cómo
has vivido este confinamiento? ¿Qué has aprendido?
Para mí el cambio es la vida, que
es un constante devenir incierto. Ya lo dijo Heráclito hace muchos años: “Lo
único constante en la vida es el cambio”. Así que mi predisposición siempre es
positiva porque sé que no hay nada que sea estable, que todo puede variar en un
segundo. Pero mi lema es convertir los problemas en posibilidades. Como
normalmente trabajo mucho en casa (escritura, estudio…) y tengo muchos
contactos con personas de otros lugares, el paisaje no ha sido nuevo, solo un
poco más constante y sin matices. Lo que me ha afectado, una vez más, es la
ignorancia y la prepotencia de quienes parecen saberlo todo y la codicia de
quienes se enriquecen de las grandes desgracias. Me han sorprendido quienes
afirman que la pandemia ha revelado los estragos de la desigualdad, la pobreza
las brechas sociales, tecnológicas, educativas y sanitarias. ¿De verdad no lo
sabían? Si son educadores ¿en qué mundo vivían?
Estoy siempre en modo
aprendizaje, aunque me “aburre” un tanto (re)aprender lo que ya sabía, por lo
que no he dejado de aprender.
¿En qué medida el mundo puede ser
diferente tras la pandemia? ¿En qué aspectos?
Me gusta la historia, aprendo
mucho de ella y, sí, el mundo será diferente, también lo es respecto a hace
unos años, pero esto no significa que sea “mejor”. Esto dependerá de todos
nosotros y, de momento, los indicios que tengo no me conducen a pensarlo. ¿Que
utilizaremos más tecnologías digitales? El tema es cómo, para qué y en
beneficio de quién. Que seremos más responsables: miremos a nuestro alrededor.
En tu artículo “Evaluar en un contexto de aprendizaje diferente”
decías que el alumnado está aprendiendo de forma diferente en contextos
diferentes. ¿Hasta qué punto esto es así cuando durante este confinamiento se
han reproducido también por parte del profesorado comportamientos y prácticas
educativas muy convencionales que han prescindido totalmente de la singularidad
de esta nueva situación?
Tengo una larguísima trayectoria
docente e investigadora y me sigue sorprendiendo que continuemos superponiendo
“escuela” con “educación”, “aprendizaje” con “memorización y repetición”. Lo
que he argumentado y hemos constatado en distintas investigaciones es que el
aprendizaje, la educación, comienza desde la misma concepción. No es lo mismo
crecer en el vientre de una mujer en un contexto social, cultural, económico y
tecnológico que en otro. Y sigue desde el momento del nacimiento a lo largo de
toda la vida. La escuela, como dispositivo educativo (Foucault), como
tecnología de la educación (Mecklenburgers), se creó para que el alumnado
pudiera aprender aquello que no le podía proporcionar su medio, el saber
disciplinar. También como forma de constituir las naciones y de inculcar las
ideas religiosas. Pero el aprendizaje no tiene límites. El gran problema es que
los sistemas educativos crean barreras, imponen límites y no tienen en cuenta
“la mochila” que el alumnado lleva a la escuela. Un bagaje que a veces lo hace
volar y otras no lo deja remontar. Porque, como argumentaba Berstein, la
escuela pide al alumnado que “deje su identidad en la puerta”.
Estos días, el alumnado ha vivido
intensamente todas las dimensiones de su bagaje. Y, como no podía ser de otro
modo, lo ha hecho de forma muy diferente. Pero consciente o inconscientemente,
todos han aprendido. El profesorado también. Y ha sido un aprendizaje encarnado
que probablemente les está afectando más y recordarán más que los “contenidos”
factuales y declarativos de la escuela. Hagamos aflorar y compartamos esos
aprendizajes. Pero no solo en tiempos de “pandemia” sino en todos los momentos.
¿Podrías poner un ejemplo de
buena práctica educativa?
“Lo bueno” y “lo malo” dependen
de la finalidad y la escala de valores. Para mí, un ejemplo de educación con
sentido es la que tiene en cuenta, sobre todo, al alumnado. También al
profesorado. La que permite a ambos, pero sobre todo al primer colectivo, encontrar
su propio sentido, conocerse, conocer al otro y al mundo que nos rodea, no para
explotarlo para su conveniencia, sino para respetarlo y para fomentar el bien
común.
¿Y otro de mala praxis?
Una educación subordinada y sin
sentido sería todo lo contrario.
¿Cómo ves el uso de las
tecnologías en las diversas etapas educativas: desde Infantil hasta la
universidad? ¿Hasta qué punto las controlamos y las ponemos al servicio del
conocimiento más innovador o, por el contrario, se imponen las plataformas de negocio
que acaban dominando, uniformizando, pervirtiendo el sentido de la educación?
Si nos referimos a las
tecnologías en general, la variedad es infinita. Desde el diseño de los
edificios, hasta los utensilios utilizados, pasando por las tecnologías organizativas
y simbólicas varían según la economía y los supuestos pedagógicos. Con las
digitales pasa un poco lo mismo. Podemos encontrar desde las aplicaciones más
tradicionales basadas en el conductismo más simple, hasta las más sofisticadas
y pretendidamente abiertas e interconectadas basadas en las llamadas
tecnologías persuasivas. El gran problema, para mí, es que todos los entornos,
pensados para la educación o no, están diseñados y controlados por las grandes
compañías. Son las que deciden “cómo personalizar” el aprendizaje, qué van a
hacer con nuestros datos y qué nos van a vender. El gran reto para mí es poder
entender el entramado de intereses que hay detrás de las tecnologías digitales
y poder impulsar sistemas que respondan al tipo de educación que queremos.
¿Cómo ves el futuro de la
enseñanza online en la enseñanza superior en diversos países y
en el nuestro? ¿Ha venido para quedarse? ¿Te imaginas una universidad sin
presencialidad?
La enseñanza a distancia no es
nada nuevo y ha posibilitado que muchas personas pudieran acceder a estudios
que no podrían cursar de otro modo. La enseñanza en línea está creciendo y,
según los indicios, así seguirá. Lo que apuntan las tendencias es un
crecimiento considerable de la iniciativa privada que, de hecho, ha comenzado a
ocuparse de la gestión de esta modalidad de enseñanza en el sector público. El
tema vuelve a ser el sentido, la calidad y el rigor de la propuesta y si la
enseñanza universitaria se convierte en una academia de formación profesional
avanzada, con docentes infraempleados, o lucha por una formación rompedora que
no se “adapte” a las “necesidades del mercado” sino plantee nuevos horizontes
para la sociedad.
¿Qué cuestiones prioritarias
debería recoger una agenda para el cambio educativo en España?
Me resulta difícil responder esta
pregunta de forma rápida y sencilla. Quizás lo que habría que plantearse es: 1)
¿En qué tipo de sociedad vivimos y qué problemas genera?; 2) ¿Qué tipo de
sociedad y, por tanto, de economía, cultura y tecnología queremos contribuir a
construir?; 3) ¿Cuáles son las necesidades educativas de cada segmento de esta
sociedad?; 4) ¿Qué sabemos de cómo los individuos aprenden?; 5) ¿Qué sabemos y
qué tendríamos que “inventar” para dar respuesta a estas necesidades? y 6)
¿Cómo evaluar los distintos procesos y no solo lo que los individuos son
capaces de contestar en una prueba de papel y lápiz?
¿Qué hacer para superar la
permanente oposición entre contenidos y competencias? ¿Qué aportan al respecto
los debates en torno al currículo?
Unir y no dividir. Yo no entiendo
esta división. Puedo aprobar las preguntas de un examen, porque me las he
aprendido de memoria o las he copiado. Pero yo no sé, si no sé hacer, si no sé
interpretar, si no sé contextualizar, si no puedo transferirlo a otros contextos,
si no lo puedo analizar críticamente y si no lo sé explicar. ¿Qué entendemos
por aprendizaje? ¿Qué entendemos por conocimiento? Para mí son las preguntas
que enmarcan ese gran debate.
En tus numerosos viajes y
contactos con países de medio mundo, ¿qué preocupaciones y debates has
percibido últimamente como más interesantes pensando en nuestro sistema
educativo?
Muchos, pero, sobre todo, la
necesidad de “conectar” con el alumnado, de ponerlo en el centro del
aprendizaje, de actualizar los discursos educativos y lograr que la escuela sea
considerada y reconocida como un lugar “para aprender”, no solo para
encontrarse con los amigos y/u obtener un diploma. También el tema de la
formación del profesorado, de sus condiciones de trabajo y su compromiso profesional.
Y algo que “late”, la importancia de la investigación educativa y la formación
de los formadores de formadores.
En algunos de tus escritos
sostienes que los momentos de cambio educativo consisten en transformar la
evaluación del aprendizaje en la evaluación para el aprendizaje. ¿Podrías
ampliar esta tesis?
Otro tema de gran calado. Cuando
le pregunto a un estudiante, cuando corrijo un trabajo, no solo miro lo que “no
sabe”, sino qué me dice de lo que está aprendiendo y cómo le puedo ayudar a mejorar.
En vez de afirmar, hago preguntas. Voy a poner un ejemplo, hace ahora ¡42
años!, cuando a un alumno de 1º de EGB le puse una suma como esta: 36 +37.
Respondió: 109. Le iba a decir qué estaba mal, pero le pregunté cómo la había
hecho. Y me dijo, muy fácil, 3+6 = 9; 3+7= 10. Entonces pensé que alguien le
habría enseñado a sumar así y yo había comenzado a hacerles sumar sin
preocuparme de lo que ya sabían. Para mí fue una gran lección que años más
tarde puede denominar como “evaluación para el aprendizaje”.
Las reformas educativas tienden a
ser grandes discursos de retórica política acompañados de una amplia
legislación, que no acaban de calar en la realidad cotidiana de los centros ni
en las prácticas docentes, ¿Qué hacer para revertir mínimamente este divorcio?
Siempre utilizo la película de
Almodóvar: Hable con ella. Miremos y escuchemos a las instituciones
y a quienes la habitan: docentes, estudiantes, personal educativo, familias…
Establezcamos un diálogo educativo que nos permita aprender a todos. Reconozcamos
sus valores y la labor que realizan. Ayudémosles a situar sus desconciertos,
preocupaciones y problemas. Escuchemos sus necesidades. Ellos son la mejora,
ellos son el cambio. Sin ellos las políticas y sus impulsores pasan, son
estrellas fugaces, ellos, sus prácticas e inercias permanecen.
¿Podrías citar alguna reforma que
suponga un avance esperanzador en este sentido?
Lo veo un tanto difícil. A la que
he visto más cerca es a la “jaleada” reforma del 2016 en Finlandia. Sí, se
implicó más a algunas escuelas, se hicieron investigaciones previas. Pero, en
profundidad, poco ha cambiado. Hay otras como las de Ontario, Irlanda, Escocia
o California, pero sin grandes transformaciones. Los sistemas educativos son
bastante mastodónticos.
De tus numerosas investigaciones,
¿podrías citar alguna de la que te sientas especialmente satisfecha por la
repercusión que haya podido tener en la práctica docente?
Es algo muy difícil. La
investigación transita mal a la práctica docente porque como decía Lawrence
Stenhouse, “nadie puede poner en práctica las ideas de otro”. Recientemente la
que ha despertado mucho interés por parte de los docentes ha sido APREN-DO: Cómo aprenden los docentes:
implicaciones educativas y retos para afrontar el cambio social, de la que
acabamos de publicar: ¿Cómo aprenden los
docentes? Tránsitos entre cartografías, experiencias, corporeidades y afectos.
Las actividades de divulgación realizadas (simposio, talleres) conllevaron
distintas demandas de centros para que acompañásemos sus procesos de
transformación.
¿Podrías mencionar alguna persona
que en el campo del pensamiento y la reflexión educativa te haya acompañado de
manera muy cercana y te siga sirviendo como referente?
A lo largo de mi larga
trayectoria he tenido la oportunidad de leer (leo en varias lenguas) y
conversar, intercambiar y colaborar con autores renombrados (Basil Bernstein,
Michael Young, John Elliot, Jerome Brunner, Michael Fullan, Andy Hargreaves y
un largo etc.). Pero también he aprendido mucho de mis estudiantes (he
impartido clases en párvulos -creo que con ellos “aprendí a ser maestra”, EGB,
educación secundaria y de adultos en Inglaterra y Universidad; también he sido
orientadora en un instituto de bachillerato). Lo aprendido de todos ellos es
inenarrable. Y también, como no, con los colegas del grupo de
investigación Esbrina y
de REUNI+D. El aprendizaje es
relacional y yo voy siendo en un entramado de personas, contextos y
situaciones.
Tras dos años de jubilación, y
volviendo la vista atrás, ¿cómo ves tu paso por la universidad? ¿Qué has
aprendido de ella? ¿Y de tus alumnos?
Creo que de algún modo está
contestada. La Universidad tiene sus pros y sus muchas contras, pero he
intentado fomentar todas aquellas dimensiones derivadas de la “libertad” de ser
una “funcionaria pública” comprometida y responsable y, una vez más, convertir
cualquier problema en una oportunidad.
¿Y qué te hubiera gustado
aprender, pero no ha sido posible?
¡Muchas cosas! Soy bastante pansófica,
no en el sentido de quererlo enseñar todo, sino de aprenderlo todo. Me gustaría
saber más Matemáticas, Física, Química… Pero, sobre todo, me gustaría conseguir
tocar con fluidez la flauta travesera y poner sobre el papel muchas de las
imágenes que pueblan mi mente. Soy muy visual.
¿Y qué recuerdo conservas de tu
experiencia como maestra en aquella lejana escuela rural de los años setenta?
Como he comentado antes, en la
escuela rural de Paniza, con mis alumnos y alumnas de 4 y 5 años “aprendí a
ser, más bien, a devenir maestra”. Aprendí la responsabilidad que implica
nuestro trabajo, todas las dimensiones del no-saber, el papel de los afectos,
del respeto e importancia de mirar al otro a los ojos. Lo increíble ha sido el
regalo que me hicieron mis párvulos 49 años más tarde, organizando la Jornada
Educativa: Paniza por la Educación. Párvulos
1970-1972. Afectos, Implicación y Responsabilidad.
¿Qué piensas que nunca cambiará
en la educación?
Depende de cómo se interprete la
pregunta. Nunca cambiará el proceso educativo, va con nuestra naturaleza, sea
en el entorno o en otro, ya tome un sentido u otro. Si pienso en la escuela,
algún aspecto siempre está cambiando, que sea en profundidad y con distintas
metas y medios, depende de todos nosotros.
¿Un sueño?
Una utopía. Un mundo vivible para
todos sus habitantes, humanos y no humanos, vivos e inertes. Donde el sentido
sea el bienestar de todas y cada una de las personas, el conocimiento y la
cultura y no el poder, la codicia, la prepotencia y el sometimiento.
Por Jeaume Carbonell
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