El clima y la elección en EE UU
GB: En CNBC
News se difundió esta semana un reportaje que dice que el hemisferio
norte está conociendo el verano más cálido jamás registrado; en los meses de
junio a agosto, la temperatura fue 2,11 grados Fahrenheit –alrededor de un
grado Celsius– más alta que el promedio del hemisferio norte, con lo que hemos
tenido el agosto más caluroso desde que comenzaron a realizarse estos registros
en 1880. Escalofriante, ¿no?
NK:Sí, en efecto,
porque estamos perdiendo el hielo del Ártico a un ritmo alarmante. Creo que
donde resulta más inquietante, en cuanto al calor que hace, es en el extremo
norte. Estamos viendo ahora temperaturas asombrosamente cálidas en el Ártico.
Está claro que cuando se derrite el hielo, sube el nivel del mar y esto tiene
enormes efectos globales, y además es irreversible. Como dice mi amigo Bill
McKibben, hemos acabado con uno de los principales elementos característicos
del mundo, el Ártico. Sí, esto es nefasto. Y claro que los grandes incendios
son un síntoma de ello. Las tempestades, esa acometida de huracanes simultáneos
que golpean la costa meridional de Norteamérica, también son sintomáticos, al
igual que en el Caribe. Esto ya es realidad, definitivamente.
GB: En otra parte
del reportaje se explica que la temperatura en el Valle de la Muerte alcanzó
los 130 grados Fahrenheit [⁓ 54,5 grados Celsius], una de las temperaturas más
elevadas que jamás se han registrado en el planeta.
NK: Sí. Estuve en la
región el verano pasado, y el calor ya era insoportable con 118 grados. Estamos
perdiendo también esos ecosistemas únicos. Los árboles de Josué, esos paisajes
de otro mundo, van a terminar ardiendo. Este nivel de temperatura es el
contexto en que se producen los enormes incendios. En los últimos días han
estado ardiendo al mismo tiempo cinco de los incendios más extensos de la
historia de California. Así que el calor tiene mucho que ver con esto. No es el
único factor. Hay otros factores que determinan que esto se nos haya ido de las
manos, incluida la manera en que se han gestionado los bosques.
Esto
es lo extraño de Donald Trump, que a menudo tiene una pizca de razón. Fue a
California y dijo que el problema no son las altas temperaturas ni el cambio
climático, sino la gestión forestal. Claro que tiene que ver con el aumento de
las temperaturas y con la sequía, pero un aspecto agravante ha sido la
eliminación y el desprecio de los conocimientos indígenas en California y en
tantas otras partes del mundo.
Los
pueblos indígenas solían practicar las llamadas quemas culturales, que a veces
también se denominan quemas controladas; constituyen una manera de cuidar el
bosque, permitiendo que haya algún fuego como parte de un ecosistema sano. El
ecologismo ha tendido a contemplar el bosque como un museo, como algo que no
hay que cambiar. Y ha habido mucho miedo al fuego a medida que las cosas se han
descontrolado. Si temes perder tu casa –que no deberían haber construido en
zonas con peligro de incendio–, entonces no puedes tolerar ningún fuego.
Luego
esta esa acumulación de materia combustible, que no es más que madera muerta,
restos. Tal como yo lo veo, si quieres hacer un fuego en el bosque, primero
reúnes algo de leña menuda y tal vez un pedazo de papel, y encima colocas
algunos leños pequeños y enciendes el fuego con una cerilla. Cuando todo arde,
echas trozos de leña más grandes. Así que no permitimos que los fuegos
naturales eliminen los restos. También están los insectos asociados al cambio
climático que no mueren de forma cíclica, que han estado comiendo madera,
comiendo árboles y dejando atrás un reguero de muerte. Acabamos de tener una
nueva infestación de polillas, que hacen lo mismo. Así que hay montones de
material combustible. Esta es la leña menuda, y si imaginas que alguien hace un
fuego en el bosque, el calor hace de cerilla, el calor se acerca y entonces todo
arde. Ahí es donde estamos en estos momentos.
GB: ¿Qué importancia
crees que tendrá esta cuestión en la campaña de la elección presidencial?
¿Piensas que la magnitud de los desastres que estamos viendo este año, por
mucho que Trump rechace la idea de que esto tenga algo que ver con el colapso
climático, hará que la gente comience a prestar atención a todo esto y que ello
influirá en su voto?
NK: Creo que si
Biden se ratifica en los mensajes que ha estado emitiendo en los últimos días,
podría tener un impacto enorme, porque los sondeos muestran que el electorado
está muy preocupado por el cambio climático. El cambio principal de los dos
últimos años, y en especial del último año y medio, se ve cuando se pide a los
y las votantes al Partido Demócrata que declaran que les preocupa el cambio
climático que clasifiquen por orden de importancia las cuestiones que les
preocupan. Claro que es una manera extraña de sondear la opinión, la de
preguntar a la gente: ¿qué te preocupa más, la salud o el empleo, o el empleo o
el clima? Así que la gente confecciona esa ridícula lista, como si todas esas
cuestiones no estuvieran interrelacionadas.
Pero
en este sondeo, cuando piden a votantes del Partido Demócrata que declaran que
les preocupa el cambio climático que lo clasifiquen por orden de importancia,
suelen poner siempre el cambio climático en la parte baja de la lista, como en
el puesto decimonoveno o vigésimo. Esto ha sido así durante un decenio. Sin
embargo, en los dos últimos años la cuestión ha ido escalando hasta el punto de
que en las primarias del Partido Demócrata rivalizaba con la atención sanitaria
por el primer puesto. También adquiere una importancia destacada entre votantes
independientes y muchos Republicanos. Así que es una cuestión ganadora. Hay
claramente un sentido de la urgencia, en particular cuando la gente afronta lo
que sabe que no tiene precedentes.
Recuerdo
que estando en Misisipi, Estado Republicano como el que más, después de que el
huracán Katrina azotara la costa del golfo de México y hablando con votantes
Republicanos, estos dijeron: “Por supuesto que esto es el cambio climático.
Construimos nuestra casa aquí porque sabemos dónde se sitúa el nivel máximo del
agua, y el agua del río nunca había subido tanto como ahora.” Así que cuando la
gente lo vive en propia carne, cuando sabe que nunca ha habido un incendio como
este, que nunca ha habido una tempestad que haya hecho subir tanto el nivel del
río, esto afecta a su vida, y entonces está claro que tienen un tremendo
sentido de la urgencia al respecto.
Y
creo que se han emitido algunos mensajes inteligentes desde el bando de Biden,
cuando oyes a Trump decir estas cosas destinadas muy específicamente a las
zonas residenciales suburbanas: los Antifa vienen a por vosotros, quieren
destruir vuestros barrios. Lo que ocurre realmente es que lo que destruye las
zonas residenciales no son los Antifa, sino los grandes incendios incontrolados
en el noroeste de la costa del Pacífico. Es lo mismo que las tempestades sin
precedentes. Creo que son mensajes inteligentes. Espero que Biden insista. A
menudo escuchamos algún mensaje bueno sobre el clima en boca de algún que otro
Demócrata centrista, pero luego se asustan. Les acusan de politizar las
catástrofes y entonces se acobardan y se desdicen. Espero de verdad que no se
acobarden, porque creo que es un mensaje ganador.
GB: ¿Y qué me dices
de la política efectiva? Biden se ha sacado de la manga ese plan por el clima
de dos billones de dólares –toda una sensación mediática– y he visto algunos
comentarios positivos de medios progresistas e incluso de personas que apoyaban
a Bernie Sanders y otras candidaturas. ¿Crees que será tan transformador como
parece?
NK: Pienso que la
respuesta breve es no, no si se deja en sus manos. Y para serte sincera, en
realidad no le he prestado mucha atención. Está claro que sigo lo que dice el
bando de Biden, pero me temo que he presenciado suficientes campañas
electorales para saber que hay una diferencia realmente muy grande entre lo que
dirá un Demócrata centrista en la campaña y lo que hará cuando asuma el cargo.
Observan los mismos sondeos que yo. Comprenden que esta es una cuestión
ganadora que atraviesa las divisorias partidarias, que resuena en los barrios
residenciales suburbanos acomodados, así como en comunidades y ciudades desfavorecidas.
Y entienden que hay un ala juvenil muy movilizada en su propio partido,
representada por el Sunrise Movement, entre otros, que les harán la vida
imposible si no dicen algunas de las cosas que hacen falta.
Así
que ¿significa esto entonces que van a traernos el Green New Deal,
el gran pacto social verde de nuestros sueños? De ningún modo. No significa
esto. Significa que comprende que este es un mensaje electoral ganador, que es
peligroso no ofrecer algo al ala progresista del partido, pero habla por las
dos comisuras de la boca. Biden también suelta esos discursos en que afirma que
no piensa prohibir la fracturación hidráulica, pues se ha convencido de que
esta es la manera de ganar en Pensilvania. Creo que la medida real de lo que
podemos esperar de Biden la tendremos cuando veamos de quiénes se rodea y a
quiénes acaba nombrando. Pienso que una señal de esperanza, me parece, es que
el movimiento por la justicia climática no adopta una postura de esperar
y ver, que fue uno de los grandes errores que hicimos con Obama.
Cuando
Obama, había un ala muy potente del Partido Demócrata que yo calificaría con
eso de dadle al tipo una oportunidad, que sin importarle qué cosas
indignantes hizo Obama –hizo campaña diciendo que rescataría la Main Street de
las garras de Wall Street y luego resulta que buscaba asesoramiento económico
en Larry Summers–, siguió diciendo eso de dadle al tipo una oportunidad.
Puede que en esta partida de ajedrez tridimensional que estuvo jugando, Obama
trataba de dar a entender que quería calmar a Wall Street, y
realmente esa era su intención.
Y
pienso que hemos aprendido la lección a base de palos; no le deis ninguna
oportunidad al tipo. Mantened la presión a todo trapo. Y se han enviado cartas
firmadas por montones de líderes medioambientales, advirtiendo a la
administración de Biden que no nombre para los cargos cruciales en materia
energética a personas vinculadas al sector de los combustibles fósiles, que es
lo que hizo Obama. Así que la gente trata de tomar la delantera y dejar claro
que no nos contentaremos con algunas frases bonitas durante la campaña, que de
verdad la cuestión es a quién nombrará, de quién se rodea. Y pase lo que pase,
lo decisivo será la presión a que se vea sometido. Estoy absolutamente
convencida de que es imperativo que nos deshagamos de Trump, que vayamos al
terreno en que estos debates importan.
Ni
siquiera nos preocupamos de presionar a Trump porque sabemos que no es posible
presionarle. Y menos aún con cuestiones como la del Green New Deal, no sirve de
nada. Así que hemos de ir al terreno en que podemos tener algo de fuerza y hace
falta que aprendamos de los errores durante los años de Obama, cuando
francamente perdimos el tiempo durante el primer mandato de su presidencia,
dándole al tipo una oportunidad en múltiples frentes. No fue hasta el segundo
mandato que comenzamos a ver actos de desobediencia civil masiva, bien sea en
el movimiento climático con la campaña entre el oleoducto Keystone XL y luego
contra el oleoducto de acceso a Dakota en Standing Rock, el movimiento Black
Lives Matter, o el de los Dreamers, el movimiento por los derechos de los
migrantes.
La
gente salió a la calle y se manifestó contra el gobierno de Obama, practicó la
desobediencia civil y planteó alternativas potentes. Fue entonces cuando
empezamos a ver alguna reacción y conseguir algunas políticas medianamente
decentes. Está claro que no tenemos todo ese tiempo. De modo que lo que podamos
conseguir de Biden dependerá de lo que reivindiquemos durante el periodo de
transición y a partir del primer día. Todo esto suponiendo que entraremos en lo
que hoy por hoy es el mejor escenario posible, a saber, que gane Biden.
Una
vida en la izquierda
GB: Tu libro No
Logo fue como un oasis en el desierto neoliberal que existía antes de
la crisis financiera, en tiempos del movimiento altermundista. Después hiciste
un documental, The Take, sobre la toma de una fábrica por los
obreros en Argentina. Y luego vino La doctrina del shock, publicado
en vísperas de la crisis financiera, que demostró que su tesis central es
correcta. Desde entonces has publicado algunos más, entre ellos Esto lo
cambia todo y On Fire, tu libro más reciente, The
Burning Case for the Green New Deal. ¿Puedes contarnos un poco cómo te
implicaste en todo esto? ¿De dónde vino tu impulso a querer comenzar a
escribir, a querer implicarte en el activismo?
NK: Bueno, siempre
he escrito. Me veía a mí misma como escritora y me propuse escribir antes de
verme como activista. De niña escribía mucho. Escribí un montón de mala poesía,
llené muchísimos diarios, adoraba escribir, adoraba leer, y crecí en una
familia activista. Mi madre es cineasta documental. Formaba parte del que creo
que fue el primer estudio cinematográfico de mujeres del mundo, llamado Studio
Den Canadá. Mis padres se oponían a la guerra. Vinimos a Canadá porque mi
padre que quería ir a Vietnam. Mi abuelo fue un sindicalista represaliado.
Trabajó para Walt Disney de animador, participó en la organización de la
primera huelga de animadores y después lo despidieron y lo pusieron en la lista
negra.
Así
que crecí en este ambiente. Y mis abuelos y abuelas formaban parte del
movimiento de Vuelta a la naturaleza en Nueva Jersey, donde
participaron en la fundación de esa especie de comuna llamada Nature
Friends, donde actuarían Paul Robeson y Pete Seeger y Woody Guthrie. Así
que en mi infancia bebimos toda esa cultura. Y yo estaba increíblemente
abochornada durante mi adolescencia en la década de 1980. Simplemente pensaba
que todo eso era horroroso, muy horroroso.
Pero
de alguna manera la idea se me metió en la cabeza, a través del acervo
familiar. Y cuando fui a la universidad, comencé a escribir para la revista del
campus y me impliqué en la actividad política. Durante mi primer año de
estudiante hubo una terrible masacre en una universidad de la ciudad donde
vivía, Montreal. En aquel entonces fue, creo, uno de los peores actos de
asesinato indiscriminado de la historia de Canadá, cuando un tipo armado fue a
una escuela de ingeniería donde creía que le habían discriminado como hombre.
Era una especie de incel [célibe involuntario] adelantado a su
tiempo. Esto ocurrió en 1989. Entró en el edificio y separó a los hombres de
las mujeres en la escuela de ingeniería, obligó a ellas a situarse contra la
pared y dijo “sois todas una banda de jodidas feministas” y mató a 14 mujeres y
después se suicidó.
Luego,
en estado de consternación, conectamos nuestros televisores y nuestras radios y
escuchamos a un sinfín de comentaristas masculinos diciendo que no tenía nada
que ver con el feminismo o las mujeres o la misoginia. Que no era más que un
trastorno mental. ¿Te suena? Y esta clase de cosas te sientan como un tiro,
especialmente a mí, porque había crecido en ese contexto. Hasta aquel momento
yo había intentado mantenerme al margen. Mi hermano era el gran activista. Yo
solo quería ser escritora y no destacar demasiado. Y de pronto me vi
presidiendo reuniones y chupando de ese acervo que no me había dado cuenta que
llevaba dentro, pero que lo llevaba porque crecí en un hogar en que se
celebraban reuniones políticas en la sala de estar. Así fue cómo todo comenzó
para mí.
GB: Tu carrera
comenzó con las críticas a la globalización neoliberal. ¿Puedes contarnos
brevemente cómo ha evolucionado tu crítica de lo que los liberales llamarían el
orden mundial basado en reglas desde la década de 1990? En particular, ¿crees
que estamos entrando en una fase de algo así como una desglobalización?
NK: No sé muy bien
cuál es esta etapa en que nos hallamos. No creo que alguien lo sepa. Pero nos
hallamos en una nueva etapa. Y pienso que Trump ha marcado una época diferente,
en la que ha surgido sin duda un nuevo tipo de proteccionismo. Pero no creo que
esté tanto en contradicción con ese orden comercial neoliberal como él quisiera
que creamos, ni mucho menos. Del mismo modo que creo que a Boris Johnson le
gusta posicionar al Partido Conservador en la oposición a los globalistas, etc.
Creo que han aprendido a entrever la crítica profunda de que lo que representó
ese régimen comercial en términos de desindustrialización, de vaciado de las
economías y de precarización del trabajo. Y saben que a sus bases esto les
preocupa. Así que han buscado la manera de aparentar, por decirlo así, un
cambio de este orden económico mundial. Dicho esto, creo que está produciéndose
un cambio real en los conflictos con China. No sé si todo esto tiene pies ni
cabeza más allá del mero deseo de Trump de mantenerse en el poder.
Pero
por mi parte, en la década de 1990 me puse a examinar todo esto porque escribía
una columna en un periódico canadiense, Toronto Star, y edité una
revista de izquierda llamada This Magazine, e hicimos muchos
reportajes sobre los efectos de este régimen comercial en el mundo del trabajo.
Yo informaba tanto sobre las condiciones de sobreexplotación que imperaban en
las fábricas en que se producían nuestros bienes de consumo, en Indonesia y en
Filipinas y otras partes, finalmente en China, y sobre el ascenso del McJobs [empleo
precario]. Todo esto está en No Logo.
El
punto de partida fue el intento de comprender cómo se fabricaban entonces las
cosas, las cosas de nuestras vidas. Y el ascenso de lo que yo llamaba esas
marcas huecas, esas marcas que no tenían sus propias fábricas. Comprendí que la
cuestión no era simplemente dónde se fabricaban las cosas, sino la concepción
que tenían las empresas de sí mismas, no como fabricantes de cosas, sino sobre
todo como productoras de ideas, de identidades, de tribus. Era el modelo Nike,
que en su tiempo fue una revolución: el hecho de ser una empresa que parecía ser
una empresa que se dedicaba sobre todo a fabricar y vender zapatillas
deportivas y no poseía ni una de sus fábricas. Era un nuevo modelo de negocio,
ya que todas sus competidoras tenían su propia cadena de suministro, y era tan
rentable que todo el mundo comenzó a imitarle.
Pero
lo que yo estaba tratando de vislumbrar era la manera en que este modelo de
negocio cambiaba tanto el trabajo como la cultura. Está claro que transforma el
trabajo, porque lo precariza y hace que las personas que producen las cosas
pierdan importancia para los poderosos, ya que se emplean a través de una red
de contratistas y subcontratistas. Si hay un problema en una fábrica, le
rescinden el contrato y se lo dan a otra, con lo que pierde peso el poder del
factor trabajo. Pero también transforma la cultura, porque si tu producto es tu
idea, tu identidad, entonces produces a través del márqueting. Produces
devorando las manifestaciones y expresiones de aquellas ideas en el mundo real
a través del patrocinio empresarial, etc.
Así
que como joven reportera me interesaba saber cómo la cultura juvenil estaba
siendo devorada en aquel periodo, y No Logo trataba tanto del
trabajo como de la cultura, trataba de cómo estaba cambiando nuestra cultura, y
Trump es fruto de esto. Esto es algo que me parece que es importante que
comprendamos, que Trump es la primera marca hueca que ha llegado a jefe de
Estado. Se podría decir que Silvio Berlusconi fue un ejemplo temprano de esto,
pero Berlusconi no era una marca, ¿verdad? Posee toda esa red de medios de
comunicación y equipos deportivos, etc., estaba en ese negocio, pero la marca
no era Berlusconi. En el caso de Trump, la marca es Trump. Y él se ha apoyado
en esto, lo ha convertido en su carrera política. No creo que la gente dedique
tiempo suficiente a pensar qué significa tener una marca de presidente. Es
bastante extraordinario, de veras.
GB: Resulta
increíble que escribieras La doctrina del shock, que se publicó en
2007, y un año más tarde, en toda Europa y el Reino Unido, tenías gobiernos
aprovechando la crisis masiva para imponer los costes de un colapso financiero
a la gente trabajadora a través de la austeridad…
NK: El capitalismo
es creación de crisis, como sabes, así que no es tan increíble que hubiera una
crisis. En realidad, este método se ensayó en todo el mundo tras la crisis
financiera asiática, tras el colapso de la Unión Soviética, la crisis del peso.
De esto escribí en La doctrina del shock. Finalmente, esta práctica
fue asumida por el centro del poder en Wall Street.
GB: Está claro que
esto repercutió enormemente en los movimientos en que has estado implicada
desde entonces. Buena parte de la energía que impulsó los momentos de Jeremy
Corbyn y Bernie Sanders se remonta, de una manera u otra, a Occupy y las
protestas que se produjeron tras la crisis financiera. ¿Cuál crees que es el
efecto duradero de esta crisis en la izquierda?
NK: Pienso que de
alguna manera hay un hilo rojo que relaciona a tantos de estos movimientos y,
por otro lado, vemos cómo se informa de ellos, como si no tuvieran que ver unos
con otros. Dicen que no hay relación alguna entre los movimientos
altermundistas de comienzos de la década de 2000 y de finales de la de 1990 y
Occupy, y por supuesto que la hay, y hay una conexión entre el movimiento por
la justicia climática y Occupy y Bernie y Corbyn. Con un poco de suerte,
aprendemos de nuestros errores, y creo que una de las limitaciones de los
movimientos de las plazas fue que muchos de ellos no plantearon alternativas a
este sistema fallido. Había una especie de fetichismo por la ausencia de
demandas; fue un no, pero no fue un sí suficientemente fuerte a lo que queremos
en su lugar.
Hay
excepciones a este respecto, pero creo que por parte de la gente que se implicó
en la plaza Tahrir o en las revueltas masivas de Grecia y Occupy se ha
formulado una crítica, una autocrítica por la incapacidad de decir más que tan
solo no. Has dicho que yo estuve implicada en este movimiento. Y lo estuve. Lo
apoyé y fui a Occupy unas pocas veces y hablé con activistas y asistí a
reuniones, pero lo cierto es que una vez publicada La doctrina del
shock y cuando la economía mundial cayó en picado tomé la decisión de
que no me dedicaría a ir aquí y allá para hacer lo que comenté en broma con mi
pareja, Avi, la gira de Os lo dije, porque estaba recibiendo
invitaciones.
Me
llegaban invitaciones, como Ven a España. Ven a Grecia. Ven aquí.
Ven y háblanos de La doctrina del shock. Pensé: bueno,
¿para qué? Porque la gente lo entiende perfectamente. En las calles gritaban
“No pagaremos vuestra crisis” y hubo esa increíble revuelta, llena de fuerza,
de gente que nombraba lo que estaba produciéndose. Fue una crisis creada por
las elites. La provocaron los bancos. El coste de la misma estaba cargándose
sistemáticamente sobre las espaldas de la gente menos responsable y más
vulnerable. Estaba ocurriendo en un país tras otro, y la gente resistía y
denunciaba. Ya estaba claro que el mero nono iba a pararlo.
Pero
de todos modos ocurrió, y fue entonces cuando decidí escribir Esto lo
cambia todo, pues había tomado esa decisión concertada de distanciarme un
poco. Sentí profundamente que necesitábamos un sícontundente, una
visión realmente transformadora de la clase de mundo que queríamos. No quiero
emplear la palabra solución porque no creo que la cosa sea tan simple. Sería un
proceso de reparación de esta rotura interseccional, la rotura de nuestro mundo
físico, lo que le hemos hecho a nuestro mundo físico con el cambio climático,
con tantas otras crisis ecológicas, la herencia de cuarenta años de austeridad
y la rotura de nuestra infraestructuras de cuidados, y la rotura simultánea de
la construcción del Estado carcelario, que está estrechamente relacionada con
toda esa desinversión en los componentes del Estado que ayudan realmente a la
gente.
Así
es como veo el Green New Deal. Es algo que ha adoptado muchos nombres. Cuando
escribí Esto lo cambia todo, cité a una negociadora boliviana sobre
el cambio climático, de nombre Angélica Navarro. También era la embajadora
boliviana en la Organización Mundial del Comercio, y reclamó un Plan Marshall
para la Tierra. Era la misma idea. Creemos puestos de trabajo y luchemos contra
la disrupción climática al mismo tiempo. Paguemos reparaciones por el
colonialismo y la esclavitud. Estas son las palabras que dan miedo, pero es lo
que tenemos que hacer.
Recuerdo
que estuve en Europa cuando investigaba para el libro y me reuní con Alexis
Tsipras y gente de Podemos. Tsipras me dijo, literalmente: “Nadie se preocupa
ya del medio ambiente. Solo les preocupa la economía.” Yo le contesté algo así
como: “Tu trabajo es hacer que se preocupen. Les trae sin cuidado porque
sienten que tienen que optar por una cosa u otra, pero no tienen por qué optar.
Es posible. Necesitamos una visión de cómo crear puestos de trabajo y superar la
crisis climática al mismo tiempo. Esta es la vía de salida de la crisis.” Lo
rechazó de plano. En aquel entonces escuchamos otros discursos similares,
recuerdo a Pablo Iglesias diciendo que “la gente no puede preocuparse por el
clima cuando tiene que llevar comida a la mesa”, y es lo mismo, no les obligues
a optar. Como sabes, Grace, toda la idea de un Green New Deal o como quieras
llamarlo es que dice a la gente: “Podemos crear puestos de trabajo para
alimentar a las familias y al mismo tiempo curar el planeta y librarnos de los
combustibles fósiles.”
Fue
una oportunidad perdida, una oportunidad perdida a escala mundial, pero hemos
de ser autocríticas al respecto. Pienso que ahora hay una generación de
activistas por la justicia climática y políticos rebeldes que han captado la
profundidad de este error y promueven por fin esta visión interseccional. Lo
que estuve haciendo en aquel entonces era trabajar sobre lo que al final fue
nuestra hoja de ruta, que lanzamos primero en Canadá, el Leap
Manifesto [Manifiesto del salto], hace exactamente cinco años.
La
crisis de la Covid
GB: En este momento
nos hallamos en plena crisis mundial generada por la pandemia de covid-19.
¿Crees que estamos a punto de encajar otra lección en la línea de la política
de La doctrina del shock? ¿O acaso eres más optimista y crees que
seremos capaces de aprovechar este momento para impulsar un cambio real sobre
la base del hecho de que tenemos una política formulada más alrededor de la
idea de lo que podrías llamar un síque simplemente un no?
¿Podría ser el Green New Deal nuestro síen este momento, por el que
podemos luchar y que podemos impulsar tras una crisis que va a causar tanto
sufrimiento y exigirá renovar completamente tanto nuestros sistemas económicos
como sociales?
NK: Debería serlo, y
pienso que necesitamos una visión tan expansiva como sea posible, que realmente
junte a los movimientos, porque también nos hallamos en medio de lo que se ha
venido en llamarse un ajuste de cuentas racial, una revuelta por la justicia
racial. Hay quien empieza a hablar de Black and Red and Green New Deal.
Me gusta esta formulación porque pienso que queda por hacer un montón de
trabajo para hacer confluir realmente estos movimientos, asumiendo las
demandas, las demandas transformadoras de todos los movimientos, incluida la de
dejar de financiar a la policía y acabar con el Estado carcelario e invertir en
infraestructuras de cuidados.
Hace
falta que el movimiento feminista nos informe en este sentido, de modo que
consigamos un Green New Deal tan amplio como sea posible y que entre en
resonancia con tanta gente que luche por ello como sea posible. No se trata
simplemente de una cuestión de corrección política ni de poner crucecitas en
montones de casillas. La cuestión es esta: ¿cómo construyes una coalición
ganadora? ¿Cómo motivas a la gente para que luche por algo? Porque como hemos
dicho al comienzo, perdimos las batallas en que tuvimos una oportunidad de
contar con gobiernos que hicieran esto. Nuestras mejores perspectivas ahora son
un Partido Laborista centrista y un Partido Demócrata centrista.
Así
que lo que hace falta es que los movimientos sociales se unan en torno a
este sí, y que entusiasmen realmente a la base, a una multitud de
personas, para luchar por esto e implementarlo a escala local. Tenemos que
mirar en qué ciudades gobiernan. ¿Por qué no podemos hacer muchas más cosas en
este sentido en Londres, por ejemplo? ¿O en Manchester? Y lo mismo podemos
decir de Nueva York y San Francisco y Los Ángeles. Son espacios en que no
podemos limitarnos a culpar a Johnson y Trump. Se supone que tenemos algún
poder en esos lugares, donde no ha ocurrido lo suficiente, y eso importa porque
la mayoría de la población vive en ciudades. Así que si pueden ver que su
calidad de vida mejora cuando conseguimos que se apliquen algunas de estas
políticas, entonces el argumentario de la derecha, que blande el empleo frente
al medio ambiente, comenzará a desmontarse porque la experiencia vivida por la
gente demostrará lo contrario, que no hace falta que elijan una cosa o la otra.
GB: Ahora que
asistimos, como dices, a la recuperación por candidatos centristas de partidos
políticos en EE UU y el Reino Unido, ¿ves alguna posibilidad viable de
lograr realmente el Green New Deal? Hemos hablado un poco de la importancia que
los movimientos sean más radicales en estas cuestiones. A fin de cuentas,
necesitaremos una legislación. Este es un problema de acción colectiva de
masas. ¿Ves alguna posibilidad de lograr este cambio legislativo, pero también
de reunir el volumen de recursos colectivos que necesitaremos para abordar esta
cuestión ahora que los sectores de izquierdas de dichos partidos han sido
derrotados?
NK: Creo que la cosa
es bastante más complicada. Lo habría sido de todas maneras, porque lo cierto
es que lo que hemos visto durante las campañas, y me refiero a la basura que se
ha estado echando sobre Corbyn y Sanders y al hecho de que una parte
significativa del Partido Laborista preferiría sin duda votar a Johnson que no
a Corbyn, y una parte significativa de Demócratas centristas se arriesgarían
antes a un segundo mandato de Trump que a tener un presidente socialista
democrático, significa que lo que hemos experimentado apenas es una pequeña
degustación de lo duro que habrían tenido que batallar si hubieran ganado. Así
que no habría sido fácil, y puede que no hubiera conducido a nada.
Estamos
hablando de otra vía distinta, una que requiere una movilización masiva. Cuando
hablamos de la presión de los movimientos sociales, si observas lo que ocurrió
en la década de 1930, cuando Franklin D. Roosevelt era presidente, lo que
acontecía en la izquierda en EE UU era simplemente extraordinario. Había
cada vez más huelgas todos los años. Dirías que cuando consigues la seguridad
social y el seguro de desempleo y el final de los bancos, la gente podría
pensar que no haría falta una huelga general, pero lo cierto es que eso ocurrió
cuando ya había una huelga general.
Mi
amigo Raj Patel ha confeccionado una gráfica sobre las alteraciones de la vida
laboral durante la década de 1930. Lo que vemos es que a medida que se
desarrollaba el New Deal, el número de huelgas aumentó rápidamente. El punto
álgido se alcanzó en 1937, y el New Deal comenzó en 1933. Fue cuando bloquearon
ciudades enteras, puertos, etc. No fue una mera protesta: fueron poblaciones
movilizadas. Por eso Howard Zinn pudo decir: “Sí, pregúntate por quién votas
cuando estés en la cabina donde se hallan las papeletas. Pero el resto del
tiempo, construye poder.”
El
libro de Zinn, La otra historia de los Estados Unidos, trata de
esta clase de poder, que se organizaba barrio por barrio, lugar de trabajo por
lugar de trabajo, para construir esa fuerza capaz de conseguir algo de la
magnitud del New Deal original, que como sabemos dejó fuera a las mujeres, dejó
fuera a mucha gente trabajadora negra, porque no incluyó a la mano de obra
agrícola ni a las empleadas domésticas. Y había una discriminación sistémica en
el movimiento obrero, pero también tenía programas que proporcionaron más
recursos a las poblaciones afroamericanas e indígenas que cualquier otro
programa posterior.
Constituyen
legados complicados, y tenemos que aprender tanto de sus fallos como de sus
aciertos. Así que sí, pienso que es posible. Es realmente difícil y se trata de
comprender que tenemos que reconstruir sobre los escombros del neoliberalismo.
De alguna manera, creo que tal vez hayamos sido demasiado ingenuas al pensar
que podríamos haberlo hecho de arriba abajo. Porque Corbyn y Sanders, si
hubieran ganado, no tendrían detrás a poblaciones organizadas como las tuvo
Roosevelt, porque no podemos reconstruir tan rápido partiendo de cincuenta años
de ataques contra el movimiento obrero. Por tanto, el panorama es distinto y
esta es una labor que necesitamos desesperadamente llevar a cabo.
Volviendo
a lo que me preguntabas sobre la pandemia y cómo podríamos vencerla, creo que
una de las cosas que ha hecho la pandemia es mostrar a millones de trabajadores
y trabajadoras –que habían sido tratadas como un objeto de usar y tirar, cuyo
trabajo había sido degradado al máximo, a las que habían dicho que no estaban
cualificadas, que eran fáciles de reemplazar– que de hecho son los trabajadores
y trabajadoras más esenciales en nuestra economía. Han sido calificadas de
trabajadoras esenciales. Y si miras quiénes son las trabajadoras esenciales, se
trata de la clase trabajadora, de la gente que hace que la rueda siga girando.
Son las personas que cuidan a la gente mayor. Sabemos que quiénes hablamos.
Hablamos de las personas que aseguran que lo básico funcione.
Quiero
afinar mucho en cómo lo digo, porque pienso que muchas de esas personas no
sabían lo importante que es su trabajo. Pero mira, la ideología neoliberal es
una fuerza poderosa. Ahora, el personal de Amazon sabe que su trabajo es
crucial para suministrar alimentos y ropa a la gente. Creo que en este aspecto
no tendremos la misma situación que en la década de 1930, en qué significa
ejercer el poder esencial de la clase trabajadora. Está organizándose en línea
y en persona, pero estas son nuevas herramientas que se están organizando.
Pienso
que existen distintas palancas en diferentes épocas del capitalismo, pero esta
es nuestra esperanza; la que depositamos en los trabajadores y trabajadoras
esenciales que han sido tan maltratadas. Podemos hablar de las enfermeras que
han tenido que atender a pacientes de covid-19 sin los equipos necesarios para
protegerse ellas mismas y a sus familias, pero hay tanta gente trabajadora
enfurecida en estos momentos, y con toda la razón. Y allí hay poder si logramos
movilizarlo.
Naomi
Klein es periodista y activista. Grace Blakeley es redactora de Tribune.
Por:
Grace Blakeley/Vientos Sur
https://www.jacobinmag.com/2020/10/naomi-klein-neoliberalism-rebuild
Traducción Viento Sur
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