jueves, 22 de diciembre de 2011

Ideología y poder

¿Qué es la “ideología”? ¿Llegó el momento del fin de las ideologías? ¿Cuál es la relación entre ideología y educación? ¿Y entre ideología y poder? ¿A qué llamamos “sentido común”? En el siguiente escrito se analizan esas cuestiones, que tienen amplia vigencia en nuestros días.


El concepto de ideología es quizá uno de los conceptos más polémicos en el ámbito de las ciencias sociales. Este es un término acuñado inmediatamente de producirse la Revolución Francesa, en 1797. Su creador fue Antoine DESTUTT DE TRACY, uno de los responsables del Instituto de Francia, entidad que tenía como misión difundir los ideales del lluminismo.

En su obra Elements d'ldeologia, escrita entre 1801 y 1815, propone la necesidad de una nueva ciencia de las ideas, una «ideología», que sería la base de todas las demás ciencias. La necesidad de este nuevo concepto corre parejo a la de explicar la forma como se construyen nuestras ideas. Frente a concepciones innatistas de las ideas como las que la religión, principalmente, venía defendiendo, ahora el concepto ideología se proponía facilitar otra clase de explicaciones de corte no determinista.

A. DESTUTT DE TRACY defiende que nuestras ideas están basadas en sensaciones físicas, por lo que pueden ser estudiadas de manera empírica con los métodos propios de la ciencia, con lo cual los sesgos y prejuicios podrían ser eliminados. Mediante la investigación es como podemos llegar a saber que esas ideas tienen un origen en las necesidades y deseos del ser humano. Esas necesidades y, en consecuencia, esas ideas deberán constituir el fundament o de la estructura de las leyes reguladoras de la sociedad.

Aunque en un principio el propio Napoleón aparece como patrocinador de este Instituto de Francia, pronto se desmarca de él y considera de manera peyorativa esta nueva ciencia de la ideología. Así, por ejemplo, no dudará en culpar a la ideología de su retirada rusa. Los ideólogos, según Napoleón, son todos aquellos intelectuales que no avalan sus planes políticos y que carecen de sentido realista y práctico; en el fondo, ideología son las opiniones que defienden los adversarios.

La filosofía alemana se va a dedicar también a profundizar ampliamente en este concepto. Georg Wilhelm Friedrich HEGEL, explica cómo las ideas dominantes en una determinada época son relativas, en cuanto dependen de situaciones históricas y, como éstas, están sujetas a modificaciones. Karl MARX , como discípulo de G. HEGEL, va a poner un especial énfasis en demostrar que las ideas sociales y políticas se transforman dependiendo de las dinámicas que promueven las relaciones entre las clases sociales de cada sociedad.

La definición de la ideología ha hecho correr ríos de tinta desde A. DESTUTT DE TRACY. Casi todos los filósofos, en mayor o menor medida, se vienen esforzando por pulir o elaborar una definición de ideología.

Desde un principio, este concepto va a recibir significaciones muy diversas, desde quienes le otorgan una valoración negativa, capaz de deformar la realidad y crear una falsa conciencia, hasta los que le dan un significado más positivo.

En nuestro siglo, diversos fenómenos históricos van a ser utilizados para favorecer un descrédito de este concepto, especialmente el genocidio y la destrucción a que dio origen el movimiento nazi, las ideologías fascistas italiana y española, los excesos del estalinismo, ciertas características de los partidos comunistas de los países del Este, etc. De alguna forma se quiso asociar el término ideología con la irracionalidad y el dogmatismo que acompañaba a los fenómenos que acabamos de citar. De ahí que incluso algunos pensadores, curiosamente de corte muy conservador, llegasen a hablar del «final de las ideologías».

Si por ideología se entiende el conjunto de ideas y de representaciones que se imponen a las personas como verdades absolutas, produciendo un autoengaño, una ocultación en su pensamiento y formas de actuar, es claro que esta concepción negativa de las ideologías, si no está muerta ya, debería estarlo.

De todos modos, los certificados sobre el fin de las ideologías fueron duramente contestados. En todas las sociedades democráticas la existencia de partidos políticos, sindicatos y asociaciones pone día a día de manifiesto la realidad de las ideologías, pero en su dimensión positiva.

La función de la ideología en la sociedad humana se concentra principalmente en la constitución y modelado de formas bajo las cuales las personas viven y construyen significativamente su realidad, sus sueños, deseos y aspiraciones.

Las ideologías —siguiendo a Góran THERBORN — someten y cualifican a los sujetos diciéndoles, haciéndoles reconocer y relacionándolos con:
1. Lo que existe, y su corolario, lo que no existe; es decir, contribuyen a hacernos conscientes de la idea de quiénes somos, qué es el mundo y cómo son la naturaleza, la sociedad, los hombres y las mujeres.
2. Lo que es bueno, correcto, justo, hermoso, atractivo, agradable, así como todos sus contrarios. Esto ayuda, por consiguiente, a la normalización de nuestros deseos y aspiraciones.
3. Lo que es posible e imposible. Conociendo ambas dimensiones definimos las posibilidades y sentido del cambio, así como sus con secuencias. Nuestras esperanzas, ambiciones y temores quedan así contenidos dentro de los límites de las posibilidades concebibles. (THERBORN , G.).

El discurso del mantenimiento de una sociedad, de defensa del orden establecido juega, por tanto, con estas tres dimensiones del proceso ideológico. En función de ellas, los intelectuales orgánicos al servicio de un determinado modelo social pueden elaborar diversas modalidades de discurso:

A) En primer lugar pueden concentrarse en subrayar únicamente las parcelas o rasgos existentes de aquella realidad que refuerza los intereses del poder dominante; o bien pueden dedicarse a negar lo existente, por ejemplo, tratando de convencer a sus destinatarios de que no existe la pobreza, o el SIDA, o que la lucha de clases es ya algo irreal, o, circunscribiéndonos al terreno educativo, que no hay fracaso escolar o que no existen otras asignaturas, ni contenidos, ni metodologías de enseñanza-aprendizaje diferentes de las ofertadas por una institución escolar concreta, etc.

B) Dado que, en muchas ocasiones, la realidad es difícil de ocultar, se puede optar por una segunda vía, la de disfrazar esa realidad «negativa» etiquetándola de tal forma que proporcione alguna razón explicativa en la que la culpa sea únicamente de esa misma realidad. Así, por ejemplo, se llega a explicar que los obreros trabajan donde trabajan, y viven dónde y cómo viven porque en su juventud fueron unos vagos y vividores; o que los alumnos, debido a su falta de atención o a que son charlatanes impenitentes, fracasan en la escuela o en una determinada área de conocimiento y experiencia. En esta modalidad discursiva son siempre los propios obreros, alumnos, etc., considerados individualmente, los únicos responsables de su destino.

C) Pero también en muchas ocasiones la existencia de injusticias, de situaciones discriminatorias, puede ser prácticamente imposible de ocultar. En una coyuntura similar, una tercera opción consiste en defender la imposibilidad de actuar de forma diferente, la imposibilidad de un cambio distinto al proyectado, o en tratar de convencer a esa sociedad de que por el momento no es posible modificar ese estado de cosas, en un intento de aparcar la solución de tales injusticias para un futuro que siempre será futuro. Por ejemplo, justificar la dificultad de transformar las leyes sobre el apartheid en Sudáfrica, porque eso significa violar el derecho constitucional, por lo que es necesario introducir antes otros cambios, practicando así una política de permanente dilación. O, situándonos de nuevo en el ámbito educativo, manifestando, por ejemplo, que no es posible atender a las demandas de equiparación salarial de los profesores con el resto de funcionarios de la Administración, porque hay que realizar los estudios convenientes acerca de su posibilidad, o porque detrás de los profesores vendrán otros colectivos solicitando mejoras, o sobre la base de que el Estado no tiene tanto dinero, etc.

La línea argumental en esta tercera coyuntura gira alrededor de la imposibilidad de modificar la realidad problemática, aduciendo, por ejemplo, razones tales como que es necesario disponer de cierto tiempo para pensar bien la situación, o las ventajas de sacrificarse ahora con las miras puestas en un futuro próspero, etc., no obstante la intención oculta es la de «que la marea vaya bajando». El miedo y la resignación serán los dos ejes entre los que se moverá el discurso de justificación acerca de lo que es posible.

La ideología traduce, desde nuestro punto de vista, una visión del mundo, una perspectiva sobre las cosas, acontecimientos y comportamientos, pero siendo al mismo tiempo conscientes de que esta concepción del mundo es una construcción sociohistórica y que, por consiguiente, es relativa, parcial y necesita de una reelaboración permanente, para evitar caer en un absolutismo que impida la reflexión y favorezca la dominación de los hombres y mujeres.

Cualquier filosofía y toda sociedad democrática, necesita ser consciente de que hay ideologías y que es preciso conocer cómo explican la realidad. Es también conveniente saber que cada ideología tiene, por así decirlo, sus liturgias, sus técnicas y sus tácticas.

La ideología se manifiesta tanto en las ideas como en las prácticas de las personas, no es un concepto de uso restringido a los estudios de corrientes filosóficas o a la reflexión más o menos abstracta.

Esta concepción del mundo que traduce la ideología dota a los ciudadanos y ciudadanas que la comparten de un sentido de pertenencia e identidad, les hace conscientes de las posibilidades y limitaciones de sus actos, estructura y normaliza sus deseos y, al mismo tiempo, proporciona una explicación de las transformaciones y de las consecuencias de los cambios. La ideología implica asunciones sobre el propio ser individual y su relación con otros colectivos humanos y con la sociedad en general. Este significado del concepto de ideología permite «la creación de estructuras compartidas de interpretación, valor y significación», que en el caso de no ser conscientes de su relativismo, de la relación dialéctica entre la conciencia individual y las estructuras sociales, pueden funcionar como cosmovisiones creadoras de conductas irracionales y promotoras de alienación. Esto significa que cada ideología puede llegar incluso a crear entre los miembros que la comparten una especie de «sentido común» que, a su vez, tiene una traslación a la práctica a través de sus comportamientos individuales o colectivos.

Antonio GRAMSCI utiliza el concepto de hegemonía ideológica para profundizar en este último matiz; para comprender la unidad existente en toda formación social concreta. Éste considera que la ideología dominante en una situación histórica y social puede llegar a organizar las rutinas y significados del llamado «sentido común» . Lo que quiere decir que esa ideología impone a sus seguidores unos significados y posibilidades de acción de manera sutil, de tal modo que incluso formas de organización y de actuación de una sociedad que contribuyen a mantener situaciones de injusticia, llegan a ser percibidas como inevitables, naturales, sin posibilidad de modificación.

La dominación de una clase sobre otra se produce de una manera más eficaz cuando se lleva a cabo a través de un proceso de hegemonía ideológica, mediante la creación de esta conciencia y de un consentimiento espontáneo en los miembros de la clase social sometida, sirviéndose para ello del apoyo que le brinda su control del Estado. La misión de esta hegemonía es la de reproducir en el plano ideológico las condiciones para la dominación de clase y la perpetuación de las relaciones sociales de producción y distribución.

Antonio GRAMSCI llega a distinguir tres momentos en el desarrollo de la hegemonía ideológica. El primero es la fase estrictamente económica, en la que los intelectuales orgánicos exponen los intereses de su clase. En el segundo momento, el político-económico, más o menos la totalidad de las clases apoya las exigencias de la economía. Y el tercero, la etapa hegemónica que implica que los objetivos económicos, políticos y morales de una clase concreta son asumidos por todas las restantes clases y grupos sociales y se utilizan por parte del Estado para determinar modelos de actuación y de relaciones de producción y distribución acordes con tales objetivos.

Este concepto de hegemonía ideológica no significa que las clases y grupos sociales no dominantes estén totalmente manipulados, sin posibilidad de generar una contrahegemonía. Más bien lo contrario, la hegemonía puede ser contenida y rechazada, tal como A. GRAMSCI subrayó, «por medio de las tendencias compensadoras producidas por la posición estructural de la clase obrera en el proceso de trabajo y en los demás procesos». Las contradicciones capaces de poner en cuestión ese sentido común surgen, fundamentalmente, en la medida en que las relaciones sociales que se establecen en el interior de las familias, de las instituciones escolares, de las asociaciones locales, sindicales, políticas, etc., en las que participan los ciudadanos y ciudadanas son muy distintas a las existentes en los lugares de trabajo.

Las ideologías no son algo estático o permanente, ni tampoco funcionan de una manera automática, mecánica, sin ningún tipo de fisuras. Establecer que las ideologías actúan homogéneamente, no es sino una forma de escapismo y fatalismo en la que éstas se nos presentan como elaboradas por una especie de seres suprahumanos o mentes terrestres muy privilegiadas y que nos ofrecen a los demás seres inferiores para que las examinemos, aceptemos o rechacemos como si de un ofrecimiento de venta se tratase. De esta forma, nosotros podríamos elegirlas o no según nos gustasen más o menos, o nos favoreciesen en mayor o menor medida para posteriormente aplicar o «vestir» al estilo de una prenda de ropa que nos agrada y creemos que nos sienta bien y nos favorece.

Un repaso a cualquier historia de la ciencia y de la cultura nos posibilita saber, en seguida, que las ideologías funcionan en realidad un tanto «desordenadamente». Averiguar cómo trabajan las ideologías en una determinada sociedad y en un momento histórico concreto requiere contemplarlas como «procesos sociales en curso» (THERBORN, G.). El estudio de las formas de actuación ideológicas, al ofrecernos distinta información acerca de cómo es y de qué forma funciona el mundo en el que nos desenvolvemos, quiénes, por qué y cómo somos, en qué grado y de qué manera podemos transformar la realidad, etc., podrá revelar la existencia de diversos modos alternativos de comprender y actuar; así como también brindarnos la comprensión de los enfrentamientos producidos entre ellas cuando sus diferencias son más o menos grandes.

La ideología que, en un momento histórico concreto, funciona como hegemónica, gradualmente va a ser reformulada o sustituida mediante la confrontación entre otras tradiciones intelectuales diferentes, los intelectuales orgánicos y la praxis de las fuerzas sociales ascendentes. La confrontación entre ideologías es, por consiguiente, una realidad. Pero, a su vez, cada una sufre transformaciones en algún grado en la medida que entre ellas coexisten, compiten y se enfrentan; del mismo modo, también van a superponerse, influirse y contaminarse unas a otras, en especial en las sociedades abiertas y complejas de nuestros días. Como subraya G. THERBORN, «una ideología de clase sólo existe en una pureza autosuficente como construcción analítica y, en forma elaborada, quizá como texto doctrinal».

Las ideologías se construyen, funcionan y se transmiten en situaciones sociales concretas, circunscritas en espacios ecológicos y tiempos específicos, mediante prácticas y medios de trabajo y de comunicación determinados. Es así como puede verse su grado de eficacia y la necesidad o no de su alteración, transformación o sustitución.

Uno de los errores en los que acostumbra a caer cierto pensamiento de izquierda es el de tratar de reducir el funcionamiento de las ideologías únicamente a unidades discursivas, entendiendo por tales, no sólo sus dimensiones textuales, sino también sus simbolismos, por ejemplo, las banderas y escudos, vestimentas uniformes, etc. En un modelo similar se olvida otra de las dimensiones decisivas y complementarias a la anterior, las prácticas y formas no discursivas, sus dimensiones prácticas.

El hecho de que las sociedades se caractericen por una determinada ideología predominante, una hegemonía ideológica, está manifestando el resultado de toda una serie de batallas libradas entre las diferentes clases o grupos sociales en momentos cruciales de crisis y contradicción. Su reproducción subsiguiente será fruto, en primer lugar, de la adecuada reproducción de tal ideología mediante discursos textuales y simbólicos, protegidos a su vez con todo un conjunto organizado de enunciados, proposiciones, clasificaciones, reglas y métodos que tratan de impedir posibles desviaciones, y, en segundo lugar, de sus prácticas y formas no discursivas coherentes con lo anterior.

En toda sociedad las clases sociales y/o grupos que detentan el poder tratan de imponer y legitimar su dominio y de organizar su reproducción mediante ambos tipos de discursos en los diferentes escenarios donde se desenvuelve la actividad humana, contando para ello con la ayuda imprescindible del Estado.

Uno de esos escenarios es la institución escolar, institución que Louis ALTHUSSER ha denominado como Aparato Ideológico de Estado, afirmando que «desempeña, en todos sus aspectos, la función dominante», de entre los restantes Aparatos Ideológicos de Estado (el religioso, familiar, jurídico, político, sindical, de la información y cultural).


Autor
Jurjo Torres Santomé
Catedrático de Didáctica y Organización Escolar
Universidad de La Coruña

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