Si la práctica como acto de enseñanza es emancipadora, ¿cómo
deberíamos concebir el aprendizaje? El aprendizaje es un proceso dialéctico:
interpretamos, problematizamos, indagamos, exponemos nuestras dudas; en otras
palabras, es una búsqueda permanente de la verdad. Así , lejos de
concebir al aprendizaje como algo estático, como un fin en sí mismo, éste es un
proceso inacabado, donde el ser humano día a día va creciendo y hace crecer a
los otros.
Para dar coherencia y capacidad de materialización al modelo
educativo propuesto, se requiere de una racionalidad de nuevo tipo, que
propugne la emancipación. En el contexto emancipativo en el cual se enmarca la
construcción del modelo educativo, esta nueva racionalidad debe sustentarse en
los principios de la crítica y de la acción para el cambio. Para ello se debe
dotar a los estudiantes de los elementos teóricos que les permitan combatir las
formas de alienación a la que están expuestos, por los valores y prácticas de
la cultura dominante. En ese sentido, es fundamental que todos participen
activamente en el proceso de producción de conocimientos.
En esa nueva racionalidad, los objetivos de aprendizaje
tienen un papel fundamental, al orientar la finalidad del acto educativo y
explicitar en forma clara y fundamentada los aprendizajes que pretenden fomentarse
en un espacio de aprendizaje. Por ello, los objetivos de aprendizaje deben ser
construidos desde un espacio de consenso colectivo, como parte de esa discusión
social.
Por lo expuesto, se requiere que no existan programas
elaborados de antemano. Es en el hacer educativo en el cual los diferentes
actores sociales reconstruyen permanentemente el programa escolar. Es decir,
todos los actores sociales, desde sus roles y capacidades, deben participar en
su determinación. Los programas escolares se construyen en términos del interés
y de la experiencia de los actores sociales, emergiendo de los problemas de la
vida diaria y de aquello que ha configurado nuestro pasado y presente. Así, los
programas no son impuestos, se organizan y se constituyen con la visión del
mundo que se tenga. Por ello es necesario reconocer que existen diferentes
posiciones sociales y culturales, y relaciones de poder, en los espacios de
aprendizaje.
En esa nueva racionalidad la evaluación debe ser vista, como
un proceso, como lo exponen Neill y Pansza,
…que permite
reflexionar al participante de un curso sobre su propio proceso de aprender, a
la vez que permite confrontar ese proceso con el seguido por los demás miembros
del grupo, y la manera como el grupo percibió su propio proceso. La evaluación
así concebida tendería a propiciar que el sujeto sea autoconsciente de su
proceso de aprendizaje.
La nueva racionalidad requiere que nos podamos apropiar de
nuestras propias historias, y no como ahora, que son eliminadas producto de la
educación tecnocrática. Para ello, es necesario privilegiar los vínculos con la sociedad. Esa nueva
racionalidad, vista como un proceso dialéctico de análisis crítico y
transformación de la realidad social, política y cultural, debe tender
progresivamente a eliminar las fronteras entre la teoría y la práctica, y entre
los entes educativos y el resto de la sociedad. Dentro
del proceso de ir eliminando las líneas divisorias entre las entidades
educativas y la sociedad, es primordial que los centros educativos propicien la
creación de espacios públicos para que los ciudadanos puedan discutir sus
problemas sociales y políticos. A través de este proceso, el modelo educativo
se nutriría de los problemas que enfrenta día a día la sociedad, así como de la
cultura popular, dándole también cabida, en el proceso de creación de
conocimiento, a los que siempre han sido marginados.
Extraído de
CONOCIMIENTO LIBRE Y EDUCACIÓN EMANCIPADORAJose L. Aguilar C.
UNIVERSIDAD DE LOS ANDES
CONOCIMIENTO LIBRE Y EDUCACIÓN EMANCIPADORA
BARQUISIMETO – EDO. LARA – VENEZUELA
Volumen 15 Nº 1
Enero-Abril 2011
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