Freire trabaja con la concreción de la
producción de sentido y del sentir amorosidad/ amor como una potencialidad y
una capacidad humana que remite a una condición de la finalidad existencial
ético cultural en el mundo y con el mundo. Una amorosidad compartida que
proporcione dignidad colectiva y esperanzas utópicas, en que la vida es referencia
para vivir con justicia en este mundo. La amorosidad freiriana que recorre toda
su obra y su vida se materializa en el afecto como compromiso con el otro, que
se realiza colmado de la solidaridad y de la humildad.
Usando el prefijo com-, gana fuerza la idea de
compromiso que puede significar prometerse consigo y con el otro. Tarea difícil
que desafía una solidaridad de clase y la humildad no como sumisión sino como
posibilidad de que la verdad pueda también estar con el otro, en un enmarañado
que envuelve respeto como una categoría del acogimiento de las diferencias, no
solo como una categoría cultural, a pesar de que también lo es, sino que su
esencia se constituye como categoría de contenido ético. Para Freire (1987):
“el amor es un acto de valentía, (…) el acto de amor consiste en comprometerse
con su causa. La causa de su liberación. Pero este compromiso, por ser amoroso
es dialógico”. En la comprensión de estas concepciones y sentimientos se tiene
la importancia del lenguaje (BARTHES, 1987) en su corporeidad de sentidos más
allá de los códigos lingüísticos. Streck (2007, p. 19) trae las palabras de
José Martí: “La educación debe ir a donde va la vida, y afirma a continuación
que: Si la educación necesita ir donde va la vida ella debe en primer lugar ir
donde se encuentran las personas”.
Amorosidad, en la visión de Freire, es vida,
vida con personas, es cualidad que se convierte en substancia a lo largo de su
obra y de su vida. Condición asentada en la centralidad de la posibilidad
dialógica, que exige amor y confianza, en que el diálogo nunca está terminado,
es siempre un camino (FREIRE, 1987) por donde los hombres y mujeres toman
conciencia de sí en relación a los otros y con el mundo de la naturaleza y la
cultura, de la mediación por el trabajo con el conocimiento y con la VIDA por
el diálogo como potencialidad de existencia del ser humano. En la centralidad
de esa amorosidad, la dialogicidad es un concepto fundacional de la teoría
pedagógica freiriana que se convierte en antropológica, porque es una teoría
generada en la lucha por la liberación de los seres humanos oprimidos en una
sustentación ética que transpone los límites de las subjetividades y se
transforma en la ética construida en las intersubjetividades del cotidiano
vivido y por vivir. Ética que se basa en la concreción de las luchas con
esperanza, sin ira, sin odiosidad, sino contaminada de indignación.
Es por eso que ella nunca debe estar separada
de la estética. “Decencia y belleza de manos dadas” (FREIRE, 1997, p. 32). En
Pedagogia do oprimido (1987, p. 79), Freire dice que “la conquista implícita en
el diálogo es la del mundo por parte de los sujetos dialógicos, no la de uno
por el otro. Conquista del mundo a través de la liberación de los hombres. Sin
embargo, no hay diálogo si no hay un profundo amor al mundo y a los hombres”.
Condición que explicita en Pedagogia da esperança (1992), en la cual revisa la
Pedagogia do oprimido para profundizar un diálogo iniciado en un tiempo-espacio
de la dictadura militar, y reafirma la importancia del diálogo en la educación
de la esperanza, de forma que refuerza su vocación ontológica y la
fragmentación del ser humano con la posibilidad histórica de hacer de esa
esperanza un sueño posible (FREIRE, 1982).
En el diálogo que establece por dentro de su
obra y de su vida, Freire vive el movimiento dialéctico de la vida, rehaciendo
caminos, educando en la esperanza, con amorosidad y sin paternalismo, y la
sentimentalidad apunta dialógicamente un camino en que es posible soñar
amorosamente.
Freire enseñó 52 que quien ama no desiste. Su
vida demostró que no desistió, su lucha continúa porque “el sueño es sueño
porque se encuentra anclado de forma realista en el presente concreto, apunta
hacia el futuro, que se constituye sólo en y por la transformación del
presente” (FREIRE; FAUNDEZ, 1985, p. 71). Y la libertad compartida es el
derecho a la justicia, que a pesar de estar todavía distantes, no son lugares
inexorables sino lugares problemáticos y, más que saciados de sueños y de
utópicas esperanzas, ellos aún son lugares posibles, inéditos viables en que la
presencia en la ausencia de Freire, más que nostalgia es VIDA. Incluso después
de la partida para otra dimensión/plano, la vida y la amorosidad de Freire
permanecen: Paulo, en la nueva dimensión a la cual migraste, en tu insaciable
vocación de ser más, me parece imposible que te sea negada la sombra de un
árbol de mango, desde donde nos estés viendo y oyendo. Imagino incluso que el
árbol de mango haya sido el árbol de la vida, en el paraíso primigenio. Nosotros
que nos quedamos aquí, “a la sombra de este árbol de mango, en la tierra de
muchas exclusiones, miraremos todos los días el horizonte de la esperanza,
desde donde nos haces señas. Tu mirada continuará desafiándonos para decirnos
que la lucha no terminó, hasta que el sueño colectivo dé lugar a la nueva
realidad de una tierra sin exclusiones, donde no se tenga vergüenza de proferir
la palabra amor. (ANDREOLA, 1997, p. 47)
Por Cleoni Fernandes
Extraído de
DICCIONARIO Paulo Freire
Danilo R. Streck, Euclides Redin, Jaime José
Zitkoski (Orgs.)
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