Cuatro sombras oscuras se abaten sobre un país solar que nunca pudieron ser disipadas por nuestra conciencia e inconsciencia colectivas:
La sombra del genocidio de los
pueblos originarios, los primeros dueños de estas tierras. De seis millones que
eran, quedaron solamente un millón, la mayoría por no poder soportar el trabajo
esclavo o por las enfermedades de los invasores contra las cuales no tenían ni
tienen hoy inmunidad.
La sombra de la colonización que
ha saqueado nuestras tierras y nuestras selvas y nos ha hecho dependientes
siempre de alguien de fuera, impidió forjar nuestro propio destino.
La sombra de la esclavitud, nuestra
mayor vergüenza nacional, por haber convertido a la gente traída de África en
esclavos y carbón para ser consumidos en los ingenios azucareros. Nunca vistos
como personas e hijos e hijas de Dios sino como “piezas” para ser compradas y
vendidas, construyeron casi todo en este país. Y hoy en día, considerados
perezosos y con frecuencia encarcelados, constituyen más de la mitad de nuestra
población, arrojados a las periferias. Soportan el odio y el desprecio que
antes se imponía a sus hermanos y hermanas de la Senzala y que ahora se les
transfiere con violencia, como lo demuestra el sociólogo Jessé Souza (A
elite do atraso: da escravidão à Lava Jato, 2007, p.67), hasta que pierden
su sentido de dignidad.
La sombra de las élites atrasadas que
siempre han ocupado el estado frágil, usándolo para su beneficio. Nunca
forjaron un proyecto de nación que incluyera a todos, sino, con las artes
perversas de reconciliación entre los ricos, un proyecto solo para ellos. No
bastaba con despreciar a los marginados, sino que había que molerlos a palos
por si se levantaban, como ocurrió varias veces en su heroica historia de
resistencia y rebelión.
Cuando un superviviente de esta tribulación, a
través de caminos de piedras y abismos, se convirtió en presidente e hizo algo
para sus hermanos y hermanas, pronto crearon las condiciones perversas para
destruir su liderazgo, excluirlo de la vida pública, y finalmente bajarlos del
poder a él y a su sucesora. Esta sombra ha adquirido los contornos de una
“tormenta procelosa y nocturna sombra” (Camões), bajo el actual gobierno que no
ama la vida, pero exalta la tortura, alaba a los dictadores, predica el odio y
deja al pueblo a su suerte, atacado letalmente por un virus, contra el que no
tiene ningún plan de rescate e, inhumano, se muestra incapaz de cualquier gesto
de solidaridad.
Estas sombras, por ser una expresión de
deshumanización, anidaron en el alma de los brasileños y rara vez pudieron
conocer la luz. Ahora se han creado las condiciones ideológicas y políticas
para ser lanzadas al aire como las lavas de un volcán, hechas de ofensa, de
violencia social generalizada, de discriminación, ira y odio de grandes
porciones de la población. Sería injusto culparlas a ellas. Las élites del
atraso se han internalizado en sus mentes y corazones para hacerlas sentirse
culpables de su destino y así acabar haciendo suyo el proyecto de aquellas,
que, en realidad, va en su contra. Lo peor que puede suceder es que el oprimido
internalice al opresor con un engañoso proyecto de bienestar, que le será
negado siempre.
Sérgio Buarque de Holanda en su conocido
libro Las raíces de Brasil (1936) difundió una expresión,
malinterpretada en beneficio de los poderosos, de que el brasileño es “un ser
cordial” por la llaneza de su trato. Pero tenía un ojo observador y crítico
como para añadir a continuación que “sería un error suponer que esta virtud de
la cordialidad puede significar buenas maneras y civismo” (p. 106-107), pues
“la enemistad puede ser tan cordial como la amistad, ya que ambas nacen del corazón”
(p. 107, nota 157).
En el momento actual, lo “cordial del incivismo”
brasilero irrumpe del corazón, mostrando su perversa forma de ofensa, calumnia,
palabras gruesas, noticias falsas, mentiras directas, ataques violentos a los
negros, los pobres, los quilombolas, los indígenas, las mujeres, a los
políticos de oposición LGBT, hechos enemigos y no adversarios. Ha estallado,
violenta, una política oficial, ultraconservadora, intolerante, de
connotaciones fascistoides. Los medios de comunicación social sirven de arma
para todo tipo de ataques, desinformación y mentiras que muestran espíritus
vengativos, mezquinos e incluso malvados. Todo esto forma parte de la otra cara
de la “cordialidad” brasilera, hoy en día expuesta a la luz del sol y a la
abominación mundial.
El ejemplo viene del propio gobierno y de sus
seguidores fanáticos. De un presidente se esperarían virtudes cívicas, y el
testimonio personal de valores humanos que uno quisiera ver realizados en sus
ciudadanos. Por el contrario, su discurso está lleno de odio, desprecio,
mentiras y vulgaridad en la comunicación. Es tan inculto y estrecho de miras
que ataca lo que es más preciado para una civilización, que es su cultura, su
saber, su ciencia, su educación, las habilidades de su pueblo y el cuidado de
su salud y de la riqueza ecológica nacional.
Nunca en los últimos cincuenta años se ha apoderado
de ningún país una barbarie tan grande como en Brasil, acercándolo al nazismo
alemán e italiano. Estamos expuestos a la irrisión mundial, convertidos en un
país paria, negador de lo que es el consenso entre los pueblos. La degradación
ha llegado al punto en que, el jefe de estado, realiza el humillante rito de
vasallaje y sumisión, al presidente más extraño y “estúpido” (P. Krugman) de
toda la historia norteamericana.
Nuestra democracia ha sido siempre de baja
intensidad. Hoy en día se ha convertido en una farsa, porque no se respeta la
constitución, se pisotean las leyes y las instituciones sólo funcionan cuando
los intereses de las empresas están amenazados. La propia justicia se hace
cómplice ante las clamorosas injusticias sociales y ecológicas, como la
expulsión de 450 familias que ocupaban una hacienda abandonada, transformándola
en un gran productor de alimentos orgánicos; saca a la fuerza a los niños aferrados
a sus cuadernos y destroza sus escuelas; tolera la deforestación y las quemas
del Pantanal y de la selva amazónica y el riesgo de genocidio de naciones
indígenas enteras, indefensas ante la Covid-19.
Es humillante ver que las más altas autoridades no
tienen el valor patriótico de dirigir, dentro del marco legal, la remoción o
el impeachment de un presidente que muestra signos inequívocos
de incapacidad política, ética y psicológica para presidir una nación de las
proporciones de Brasil. Se puede hacer amenazas directas de cerrar el más alto
tribunal, hacer declaraciones de volver al régimen de excepción con la
represión estatal que ello implica, y no pasa nada, por razones arcanas.
La oposición, duramente difamada y vigilada, no consigue
crear un frente común para oponerse a la insensatez del poder actual.
No se debe culpar al pueblo de la degradación de
las relaciones sociales, especialmente entre la gente sencilla, sino a las
clases oligárquicas atrasadas que han logrado internalizar en él sus prejuicios
y su visión oscurantista del mundo. Estas clases nunca han permitido que
arraigase aquí un capitalismo civilizado, lo mantienen como uno de los más
salvajes del mundo, ya que cuenta con el apoyo de los poderes estatales,
legales, mediáticos y policiales para derribar cualquier oposición organizada.
La “racionalidad económica” se revela descaradamente irracional debido a los
efectos perversos sobre los más desvalidos y sobre las políticas sociales
dirigidas a los que más sufren socialmente.
Este es un texto indignado. Hay momentos en que el
intelectual se obliga, por razones de la ética y la dignidad de su oficio, a
dejar el lugar del saber académico y venir a la plaza a expresar su ira
sagrada. Para todo hay límites soportables. Aquí superamos todo lo que es
soportable, sensato, humano y mínimamente racional. Es la barbarie instituida
como política de Estado, envenenando las mentes y los corazones de muchos con
odios y rechazos, que lleva a la frustración y a la depresión de millones de
compatriotas, en un contexto de los más atroces, que nos ha arrebatado por el
virus invisible a más de cien mil seres queridos. Guardar silencio sería
rendirse a la razón cínica que, insensible, es testigo del desastre nacional.
Se puede perder todo menos la dignidad del rechazo, de la acusación y de la
rebeldía cordial e intelectual
Por: Leonardo Boff
Fuente: http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=100
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Ignorancia,
necedad o estupidez de una persona.
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