La dominación se da
en los distintos planos, el lenguaje es uno de ellos, se imponen palabras que
llevan sus contenidos ¿Qué significa “marginal”? ¿Cómo se relaciona la
Educación bancaria con la idea de “marginal”? Paulo Freire nos aclara el tema.
En verdad, lo quo pretenden los opresores “es transformar la
mentalidad de los oprimidos y no la situación que los oprime”. A fin de lograr
una mejor adaptación a la situación que, a la vez, permita una mejor forma de
dominación.
Para esto, utilizan la concepción “bancaria” de la educación
a la que vinculan todo el desarrollo de una acción social de carácter
paternalista, en que los oprimidos reciben el simpático nombre de “asistidos”.
Son casos individuales, meros “marginados”, que discrepan de la fisonomía
general de la sociedad.
Esta es buena, organizada y justa. Los oprimidos son la
patología de las sociedades sanas, que precisan por esto mismo ajustarlos a
ella, transformando sus mentalidades de hombres “ineptos y perezosos”.
Como marginados, “seres fuera de” o “al margen de”, la
solución para ellos seria la de que fuesen “integrados”, “incorporados” a la
sociedad sana de donde “partirán” un día, renunciando, como tránsfugas, a una
vida feliz...
Para ellos la solución estaría en el hecho de dejar la
condición de ser “seres fuera de” y asumir la de “seres dentro de”.
Sin embargo, los llamados marginados, que no son otros sino los
oprimidos, jamás estuvieron fuera de. Siempre estuvieron dentro de. Dentro de
la estructura que los transforma en “seres para otro”. Su solución, pues, no
está en el hecho de “integrarse”, de “incorporarse'' a esta estructura que los
oprime, sino transformarla para que puedan convertirse en “seres para sí”.
Obviamente, no puede ser éste el objetivo de los opresores.
De ahí que la “educación bancaria”, que a ellos sirve; jamás pueda orientarse
en el sentido de la concienciación de los educandos.
En la educación de adultos, por ejemplo, no interesa a esta visión
“bancaria” proponer a los educandos el descubrimiento del mundo sino, por el
contrario, preguntarles si “Ada dio el dedo al cuervo”, para después decirles,
enfáticamente, que no, que “Ada dio el dedo al ave”.
El problema radica en que pensar auténticamente es
peligroso. El extraño humanismo de esta concepción bancaria se reduce a la
tentativa de hacer de los hombres su contrario -un autómata, que es la negación
de su vocación ontológica de ser más.
Lo que no perciben aquellos que llevan a cabo la educación
“bancaria”, sea o no en forma deliberada (ya que existe un sinnúmero de
educadores de buena voluntad que no se saben al servicio de la deshumanización
al practicar el “bancarismo'), es que en los propios “depósitos” se encuentran
las contradicciones, revestidas por una exterioridad que las oculta. Y que,
tarde o temprano, los propios “depósitos” pueden provocar un enfrentamiento con
la realidad en movimiento y despertar a los educandos, hasta entonces pasivos,
contra su “domesticación”.
Su “domesticación” y la de la realidad, de la cual se les
habla como algo estático, puede despertarlos como contradicción de sí mismos y
de la realidad. De
sí mismos, al descubrirse, por su experiencia existencial, en un modo de ser
irreconciliable con su vocación de humanizarse. De la realidad, al percibirla
en sus relaciones con ella, como constante devenir.
Así, si los hombres son estos seres de la búsqueda y si su
vocación ontológica es humanizarse, pueden, tarde o temprano, percibir la
contradicción en que la “educación bancaria” pretende mantenerlos, y
percibiéndola pueden comprometerse en la lucha por su liberación.
Un educador humanista, revolucionario, no puede esperar esta
posibilidad. Su acción, al identificarse, desde luego, con la de los educandos,
debe orientarse en el sentido de la liberación de ambos. En el sentido del
pensamiento auténtico y no en el de la donación, el de la entrega de
conocimientos. Su acción debe estar empapada de una profunda creencia en los
hombres. Creencia en su poder creador.
Todo esto exige que sea, en sus relaciones con los educandos,
un compañero de éstos.
La educación “bancaria”, en cuya práctica no se concilian el
educador y los educandos, rechaza este compañerismo. Y es lógico que así sea.
En el momento en que el educador “bancario” viviera la superación de la
contradicción ya no sería “bancario”, ya no efectuaría “depósitos”. Ya no
intentaría domesticar. Ya no prescribiría. Saber con los educandos en tanto
éstos supieran con él, sería su tarea. Ya no estarla al servicio de la
deshumanización, al servicio de la opresión, sino al servicio de la liberación.
Esta concepción bancaria, más allá de los intereses referidos,
implica otros aspectos que envuelven su falsa visión de los hombres. Aspectos
que han sido ora explicitados, ora no explicitados, en su práctica.
Sugiere una dicotomía inexistente, la de hombres-mundo.
Hombres que están simplemente en el mundo y no con el mundo y con los otros.
Hombres espectadores y no recreadores del mundo. Concibe su conciencia como
algo especializado en ellos y no a los hombres como “cuerpos conscientes”. La
conciencia como si fuera una sección “dentro” de los hombres, mecanicistamente separada,
pasivamente abierta al mundo que la irá colmando de realidad. Una conciencia que
recibe permanentemente los depósitos que el mundo le hace y que se van
transformando en sus propios contenidos. Como si los hombres fuesen una presa
del mundo y éste un eterno cazador de aquéllos, que tuviera por distracción
henchirlos de partes suyas.
Para esta concepción equivocada de los hombres, en el momento
mismo en que escribo, estarían “dentro” de mí, como trozos del mundo que me
circunda, la mesa en que escribo, los libros, la taza del café, los objetos que
están aquí, tal como estoy yo ahora dentro de este cuarto.
De este modo, no distingue entre hacer presente a la
conciencia y entrar en la
conciencia. La mesa en que escribo, los libros, la taza del
café, los objetos que me cercan están, simplemente, presentes en mi conciencia
y no dentro de ella. Tengo conciencia de ellos pero no los tengo dentro de mí.
Sin embargo, si para la concepción “bancaria” la conciencia
es, en su relación con el mundo, esta “pieza” pasivamente abierta a él, a la
espera de que en ella entre, coherentemente concluirá que al educador no le
cabe otro papel sino el de disciplinar la “entrada” del mundo en la conciencia. Su
trabajo será también el de imitar al mundo. El de ordenar lo que ya se hizo,
espontáneamente. El de llenar a los educandos de contenidos. Su trabajo es el
de hacer depósitos de “comunicados” —falso saber que él considera como saber
verdadero.
Dado que en esta visión los hombres son ya seres pasivos, al
recibir el mundo que en ellos penetra, sólo cabe a la educación apaciguarlos
más aún y adaptarlos al mundo. Para la concepción “bancaria”, cuanto más
adaptados estén los hombres tanto más “educados” serán en tanto adecuados al
mundo.
Esta concepción, que implica una práctica, sólo puede
interesar a los opresores que estarán tanto más tranquilos cuanto más adecuados
sean los hombres al mundo. Y tanto más preocupados cuanto más cuestionen los
hombres el mundo.
Paulo Freire
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