Educar es intervenir, hacia uno u otro lado, se trata en todos casos de actividades políticas, que necesitan coherencia. Todo esto implica decidir, y admitir que no puede haber neutralidad en Educación ¿Es posible cambiar? ¿Cuál es el rol de la Educación? Los siguientes párrafos nos dan una respuesta surgida de la incomparable capacidad de Paulo Freire.
Volvamos a la cuestión central que vengo discutiendo en esta
parte del texto: la educación, especificidad humana, como un acto de
intervención en el mundo. Es preciso dejar claro que el concepto de intervención
se está usando sin ninguna restricción semántica. Cuando hablo de la educación
como intervención me refiero tanto a la que procura cambios radicales en la sociedad,
en el campo de la economía, de las relaciones humanas, de la propiedad, del
derecho al trabajo, a la tierra, a la educación, a la salud, cuanto a la que,
por el contrario, pretende reaccionariamente inmovilizar la Historia y mantener el
orden injusto.
Estas formas de intervención, que enfatizan más un aspecto que
otro nos dividen en nuestras opciones con relación a cuya pureza no siempre
somos leales. Rara vez, por ejemplo, percibimos la incoherencia agresiva que
existe entre nuestras afirmaciones "progresistas" y nuestro estilo desastrosamente
elitista de ser intelectuales. ¿Y qué decir de educadores que se dicen
progresistas pero que tienen una práctica pedagógico-política eminentemente
autoritaria? Sólo por esa razón en Cartas
a quien pretende enseñar insistí tanto en la necesidad que tenemos de
crear, en nuestra práctica docente, entre otras, la virtud de la coherencia.
Tal vez no haya nada que desgaste más a un profesor que se dice
progresista que su práctica racista, por ejemplo. Es interesante observar cómo
hay más coherencia entre los intelectuales autoritarios, de derecha o de izquierda.
Difícilmente uno de ellos o una de ellas respeta y estimula la curiosidad
crítica en los educandos, el gusto por la aventura. Difícilmente contribuye, de
manera deliberada y consciente, para la constitución y solidez de la autonomía del
ser del educando. De modo general, se obstinan en depositar en los alumnos
pasivos la descripción del perfil de los contenidos, sólo como los aprenden, en
lugar de desafiarlos a aprehender su sustantividad en cuanto objetos
gnoseológicos.
Es en la direccionalidad de la educación, esta vocación que
ella tiene, como acción específicamente humana, de "remitirse" a sueños,
ideales, utopías y objetivos, donde se encuentra lo que vengo llamando
politicidad de la educación. La cualidad de ser política, inherente a su naturaleza.
La neutralidad de la educación es, en verdad, imposible. Y es imposible, no porque
profesores y profesoras "alborotadores" y "subversivos" lo
determinen. La educación no se vuelve política por causa de la decisión de este
o de aquel educador. Ella es política. Quien piensa así, quien afirma que es
por obra de este o de aquel educador, más activista que otra cosa, por lo que la
educación se vuelve política, no puede esconder la forma menospreciadora en que
entiende la política. Pues es precisamente en la medida en que la educación es
pervertida y disminuida por la acción de "alborotadores" que ella,
dejando de ser verdadera educación, pasa a ser política, algo sin valor.
La raíz más profunda de la politicidad de la educación está en
la propia educabilidad del ser humano, que se funde en su naturaleza inacabada
y de la cual se volvió consciente. Inacabado y consciente de su inacabamiento,
histórico, el ser humano se haría necesariamente un ser ético, un ser de
opción, de decisión. Un ser ligado a intereses y en relación con los cuales
tanto puede mantenerse fiel a la eticidad cuanto puede transgredirla. Es
exactamente porque nos volvemos éticos por lo que fue creada para nosotros,
como afirmé antes, la probabilidad de violar la ética. Para que la educación
fuera neutral sería preciso que no hubiera ninguna discordancia entre las
personas con relación a los modos de vida individual y social, con relación al
estilo político puesto en práctica, a los valores que deben ser encarnados.
Sería preciso que no hubiera, en nuestro caso, por ejemplo, ninguna divergencia
acerca del hambre y la miseria en Brasil y en el mundo; sería necesario que
toda la población nacional aceptara verdaderamente que hambre y miseria, aquí y
fuera de aquí, son una fatalidad de fines del siglo. Sería preciso también que
hubiera unanimidad en la forma de enfrentarlos para superarlos. Para que la
educación no fuera una forma política de intervención en el mundo sería
indispensable que el mundo en que ella se diera no fuera humano. Hay una total
incompatibilidad entre el mundo humano del habla, de la percepción, de la
inteligibilidad, de la comunicabilidad, de la acción, de la observación, de la
comparación, de la verificación, de la búsqueda, de la elección, de la
decisión, de la ruptura, de la ética y de la posibilidad de su transgresión y
la neutralidad de no importa qué.
No es la neutralidad de la educación lo que debo pretender sino
el respeto, a toda prueba, a los educandos, a los educadores y a las
educadoras. El respeto a los educadores y educadoras por parte de la
administración pública o privada de las escuelas; el respeto a los educandos
asumido y practicado por los educadores no importa de qué escuela, particular o
pública. Por esto es por lo que debo luchar sin cansancio. Luchar por el
derecho que tengo de ser respetado y por el deber que tengo de reaccionar
cuando me maltratan. Luchar por el derecho que tú, que me lees, profesora o
alumna, tienes de ser tú misma y nunca, jamás, luchar por esa cosa imposible,
grisácea e insulsa que es la neutralidad. ¿Qué otra cosa es mi neutralidad sino
una manera tal vez cómoda, pero hipócrita, de esconder mi opción o mi miedo de
denunciar la injusticia? "Lavarse las manos" frente a la opresión es
reforzar el poder del opresor, es optar por él. ¿Cómo puedo ser neutral frente
a una situación, no importa cuál sea, en que el cuerpo de las mujeres y de los
hombres se vuelve puro objeto de expoliación y de ultraje?
Lo que se le plantea a la educadora o al educador democrático,
consciente de la imposibilidad de la neutralidad de la educación, es forjar en
sí un saber especial, que jamás debe abandonar, saber que motiva y sustenta su
lucha: si la educación no lo puede todo, alguna cosa fundamental puede la
educación. Si la educación no es la clave de las transformaciones sociales,
tampoco es simplemente una reproductora de la ideología dominante. Lo que quiero
decir es que, ni la educación es una fuerza imbatible al servicio de la
transformación de la sociedad, porque yo así lo quiera, ni es tampoco la perpetuación
del statu quo porque el dominante así lo decrete. El educador y la educadora
críticos no pueden pensar que, a partir del curso que coordinan o del seminario
que dirigen, pueden transformar el país. Pero pueden demostrar que es posible
cambiar. Y esto refuerza en él o ella la importancia de su tarea
político-pedagógica.
La profesora democrática, coherente, competente, que manifiesta
su gusto por la vida, su esperanza en un mundo mejor, que demuestra su
capacidad de lucha, su respeto a las diferencias, sabe cada vez más el valor que
tiene para la transformación de la realidad, la manera congruente en que vive
su presencia en el mundo, de la cual su experiencia en la escuela es apenas un
momento, pero un momento importante que requiere ser vivido auténticamente
Extraído de
Título: Pedagogía de la autonomía
Autor: Paulo Freire
Año de la publicación: 2004
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