Lucho por una educación que nos enseñe a pensar y
no por una educación que nos enseñe a obedecer.
Paulo Freire
El
extraordinario pensamiento pedagógico del educador brasileño Paulo Reglus Neves
Freire sigue vigente en el siglo XXI, en gran medida porque su proyecto de
educativa alternativa responde a la solución de muchos problemas de la
educación tradicional actual. El gran Paulo Freire fue un crítico destacado de
la política educativa de su época, pero su crítica estuvo acompañada de una
posición educativa alternativa donde planteó los cambios posibles para la
transformación de la educación.
Para
Freire la educación es un derecho fundamental del ser humano: todas y todos
tienen derecho a recibir una formación humanista e integral; la educación por
tanto es un proceso socializado específicamente humano, es praxis
(reflexión-acción) del ser humano para transformar el mundo. Paulo plantea en
su libro: la educación como práctica de la libertad (1969) la
urgencia de la concienciación del pueblo para que éste sea el actor principal
del cambio y construya una sociedad más democrática.
Es
verdad que la educación por sí sola no cambia el mundo, pero sí cambia a las
personas que van a cambiar el mundo; por consiguiente el objetivo de la
educación freirana es crear en los sujetos la capacidad de una actitud de
crítica permanente para construir un mundo diferente; este es el tipo de
educación imprescindible para las sociedades democráticas pues éstas sólo
progresan con personas capaces de pensar crítica, creativa y solidariamente.
Paulo
Freire plantea que la educación está permeada por cierta ideología y siempre va
ligada a la política, porque todo acto educativo es un acto político; los
educadores que asumen esta posición educativa reafirman el compromiso político
y social para humanizar el mundo; es decir, la educación politizada exige que
el educador se pregunte: “qué contenidos enseñar, a favor de qué enseñarlos, a
favor de quién, contra qué y contra quién. Quién elige los contenidos y cómo se
enseñan. ¿Qué enseñar? ¿Qué aprender? ¿Cómo se dan las relaciones entre
aprender y enseñar? (Freire, 1993, p. 165).
Las
preguntas antes mencionadas reafirman que la educación no fue, no es, ni será
nunca neutra porque siempre responderá a cierta ideología; por tanto, es
fundamental que los profesores tengan claridad en su elección ética, política y
pedagógica. “La opción (…) está entre una “educación” para la “domesticación”
alineada y una educación para la libertad. “Educación” para el hombre-objeto o
educación para el hombre sujeto (Freire, 1969, p. 26). La elección de una
educación emancipadora y problematizadora supera la visión bancaria de la
educación tradicional, la cual omite intencionalmente que todas y todos pueden
aportar elementos importantes para construcción de los conocimientos; lo
anterior porque se asume que los saberes y conocimientos son una donación de la
clase dominante para depositarlos a los oprimidos. Esta perspectiva evidencia
la transmisión instrumental de la ideología conservadora.
Por
su parte la educación liberadora supera la contradicción educador-educando dado
que en esta opción enseñar no es transferir conocimiento sino crear las
posibilidades para su producción o su construcción. En este orden de ideas
Freire (1997, p. 25) precisa: “Quién enseña aprende al enseñar y quien aprende
enseña al aprender (…) Enseñar no existe sin aprender y viceversa y fue aprendiendo
socialmente como, históricamente, mujeres y hombres descubrieron que posible
enseñar”. Dicho de otro modo; “nadie educa a nadie, nadie se educa a sí mismo,
los hombres se educan entre sí con la mediación del mundo”. (Freire, 1970, p.
75).
La
educación para la libertad es problematizadora porque no asume la “transmisión”
de conocimientos acabados, ni la memorización mecánica, sino al diálogo
problematizador convirtiendo al hombre en verdadero sujeto de transformación.
La relación horizontal entre el educador y el educando posibilita la
interacción fraterna que permite enseñar y aprender al mismo tiempo.
Efectivamente, la educación liberadora construye el conocimiento
colectivamente y plantea que no se debe: “a) dicotomizar la práctica de la teoría;
b) dicotomizar el acto de conocer el conocimiento hoy existente del acto de
crear el nuevo conocimiento; c) dicotomizar el enseñar del aprender, el educar
del educarse”. (Freire, 1977, p. 122).
Por
lo expuesto anteriormente, se precisa que educar es crear en los sujetos una
crítica constante de la realidad, de tal suerte que la concienciación les
permita reflexionar, repensar y transformar su contexto. Ahora bien ¿Cuáles
deben ser los elementos de la práctica educativa? Paulo Freire responde con una
serie de elementos al afirmar:
La
práctica educativa tiene un momento gnoseológico, que se refiere al acto de
conocer; tiene un momento político que atraviesa toda la práctica, tiene un
momento estético que se refiere a la belleza de esa práctica y tiene un momento
ético, que consiste en la dimensión moral de la educación. (Freire citado en
Díaz y Dos Reis, 2009, p. 164).
Por
otra parte, Freire propone una escuela original y autóctona para latinoamérica
que evite la tradición enajenada de copiar modelos pedagógicos extranjeros
(Europa o EE.UU) que nada tienen que ver con las cosmovisiones de los pueblos
latinoamericanos. En nuestro contexto actual, la política educativa mexicana es
impuesta por organismos de financiamiento internacional que no escuchan y no
valoran la opinión de los docentes, estudiantes y comunidad educativa
resultando una escuela extranjerizada, autoritaria y elitista que privilegia lo
cognitivo, reproduce el pensamiento único, la violencia, la injusticia e
inequidad social.
En
efecto, la escuela vigente no escucha (sorda), no observa (ciega) y no habla
(muda) sobre los problemas graves de la sociedad actual como el desastre
ambiental, el consumismo excesivo, la obesidad infantil, la violencia de
género, la intolerancia cultural, entre otros. Su única preocupación son los
números, cifras y estadísticas, se enfoca en la memorización de contenidos, no
facilita el diálogo, expulsa y castiga a los marginados y, finalmente, impide
el desarrollo cultural de las comunidades. Por lo anterior, es necesario
diseñar y construir una escuela popular que responda a las necesidades de cada
contexto latinoamericano, urge replantear las políticas educativas actuales y
enfocarlas en el desarrollo del pensamiento crítico, creativo y solidario
utilizando el diálogo como elemento central en la relación
educadores-educandos-comunidad; es decir, una escuela democrática “en la que se
piensa, en la que se actúa, en la que se crea, en la que se habla, en la que se
ama, se adivina la escuela que apasionadamente le dice sí a la vida. Y no la
escuela que enmudece y me enmudece”. (Freire, 1994, p. 70).
La
escuela vigente está fundamentada en la pedagogía de la respuesta,
privilegiando la memorización y silenciando las dudas de los estudiantes; pero,
¿Cómo revertir esta propuesta? No hay duda que una alternativa está en el libro
de Paulo titulado Por una pedagogía de la pregunta(2010) donde
propone incorporar a la práctica docente elementos esenciales para superar la
educación basada en respuestas a preguntas irrelevantes, intrascendentes o
incluso inexistentes. La pedagogía de la pregunta rescata la curiosidad innata
del sujeto (educador-educando). A partir del diálogo y el cuestionamiento es
posible analizar problemas para construir soluciones creativas y asumir
responsabilidades sociales.
En
la medida en que él dialoga con los educandos, debe llamar su atención a otros
puntos, menos claros, más ingenuos, problematizándolos siempre. ¿Por qué? ¿Será
así? ¿Qué relación, ve Ud., entre su afirmación y la de su compañero “A”?
¿Habrá contradicción entre ellas? ¿Por qué? (Freire, 1973, p. 59).
La
incorporación de la pedagogía de la pregunta implica “cambiar la cara” a la
escuela obsoleta con acciones concretas como: refundar su plan de estudios con
principios y valores éticos que sirvan para edificar una escuela democrática,
tolerante, creativa, critica, cariñosa y dialógica. Pero, ¿Por qué cambiar la
cara de la escuela vigente? Paulo Friere apremia en terminar con la:
Escuela
que expulsa a los alumnos (lo que ha sido llamada deserción), que reproduce las
marcas de autoritarismo (…) que ha bloqueado la entrada de los padres y de la
comunidad a la escuela, no tiene una «cara» de la que se pueda estar orgulloso
y mantenerla. (Freire citado en Díaz, 2010, p. 94).
Por
otro lado, las reformas educativas neoliberales impuestas en los países
latinoamericanos son promotoras de la calidad educativa basada
en políticas empresariales para la formación de la mano de obra barata. Paulo
Freire por el contrario propone una educación y una escuela con calidad social
para la formación integral de todos los usuarios de la escuela.
La
calidad de esa escuela deberá ser medida no sólo por la cantidad de
conocimientos transmitidos y asimilados sino igualmente por la solidaridad de
clase que haya construido, por la posibilidad que todos los usuarios de la
escuela –incluidos los padres de la comunidad- tuvieron de utilizarla como un
espacio para la elaboración de su cultura. (Freire, 1997b, p. 19).
En
efecto, la calidad social de la educación rescata el conocimiento y saberes
comunitarios para el fortalecimiento de la cultura de los pueblos; por tanto,
es preciso erradicar la política de “calidad” educativa impuesta a los países
sociodeudores porque responde a políticas empresariales promotoras de la
formación limitada y utilitaria.
La
escuela alternativa popular asume una pedagogía pensada y dirigida desde y para
los sectores populares en la construcción constante de una sociedad mejor, es
decir; una pedagogía construida por los pueblos oprimidos y no impuesta desde
espacios ajenos; una pedagogía para superar la opresión a partir de la
reflexión y lucha por la emancipación y humanización de los pueblos.
En
relación al educador, es necesario precisar que la práctica docente jamás es
neutra; incluso si el profesor se considera “neutral” se está afirmando en la
opción conservadora porque se educa a favor de alguien y en contra de alguien;
por tanto, le corresponde al educador progresista superar su estado de confort,
apatía e indiferencia ante los problemas comunitarios para ser congruente en su
discurso y acción haciendo manifiesta su opción ética-política en la
construcción de sociedades democráticas, solidarias y progresistas.
Lo
anterior es una tarea impostergable hoy que ideología fatalista posmoderna se
impone e inmoviliza al magisterio argumentando que la realidad social,
educativa y cultural está definida, y poco o nada se puede hacer para
transformarla. La “imposibilidad” para cambiar la realidad es asumida por
maestros fatalistas que no se comprometen socialmente con los oprimidos; en
contraparte, el educador popular acepta el desafío de educar en la esperanza y
en la integralidad para contribuir de manera intencionada a la concientización
y politización de las masas oprimidas que aún se encuentran condenadas,
dominadas, domesticadas y codificadas por los mitos de la sociedad capitalista.
Pero,
¿Cuáles son las cualidades que el educador progresista debe poseer? En
las cartas a quien pretende enseñar (1994) Paulo Freire
enumera las cualidades indispensables que el educador popular debe tener. Estas
son: la humildad, amorosidad, valentía, tolerancia, decisión, seguridad,
paciencia y alegría de vivir; asimismo debe recordar y convencerse que su
práctica educativa no se agota con la simple enseñanza de los contenidos
escolares o con el trabajo áulico solamente, porque su posición ética-política
le obliga a organizar la comunidad para alcanzar la justicia social. En esta
perspectiva Freire precisa:
Nosotros
somos militantes políticos porque somos maestros y maestras: Nuestra tarea no
se agota en la enseñanza de la matemática, de la geografía, de la sintaxis o de
la historia (…) nuestra tarea exige nuestro compromiso a favor de la superación
de las injusticias sociales. (Freire, 1994, p. 87).
El
educador popular considera a los estudiantes como seres históricos e
inconclusos y, por tanto, le corresponde establecer un diálogo
fraterno-constructivo en su práctica docente y en la vida misma. El diálogo
debe estar sujeto a ciertas condiciones de equivalencia; la relación horizontal
entre el educador-educando-comunidad se fundamenta en que los “otros” tiene la
misma capacidad dialógica y reflexiva para fortalecer la cultura autóctona.
Así,
el proceso dialógico es acompañado por categorías como el amor, la confianza,
el respeto, la tolerancia y la humildad que permitan la construcción de saberes
y conocimientos para el bien colectivo. “El diálogo auténtico -reconocimiento
del otro y reconocimiento de sí en el otro- es decisión y compromiso de
colaborar en la construcción del mundo común. No hay conciencias vacías; por
esto, los hombres no se humanizan sino humanizan el mundo”. (Freire, 1970, p.
26).
La
escuela alternativa promueve el diálogo auténtico reconociendo y valorando el
aporte de los sujetos, permitiendo la participación de todos sin importar el
lugar o rango que ocupan en ella; la toma de decisiones horizontal y colectiva
fortalece la cultura de la comunidad y la construcción de la democracia
participativa. En este orden de ideas Paulo Freire (1994, p. 102) afirma: “Si
soñamos con la democracia debemos luchar día y noche por una escuela en la que
hablemos a los educandos y con los educandos, para que escuchándolos podamos
también ser oídos por ellos”.
En
la actualidad no sólo se debe luchar contra la escuela verbalista, autoritaria
e indiferente a los múltiples problemas, sino también con las prácticas rígidas
del docente, caracterizado como el “sabelotodo”, el que tiene todas las
repuestas y el único protagonista de la educación, lo anterior consigue
estudiantes sumamente pasivos, insensibles y conformistas. Por tanto, la tarea
del educador popular es avanzar en el diálogo horizontal con todos para
posibilitar la reflexión, crítica y fundamentalmente la acción solidaria en la
construcción de los nuevos escenarios educativos y comunitarios.
De
la misma forma, el educador progresista debe dejar claro a sus estudiantes que:
“El estudio no se mide por el número de páginas leídas en una noche, ni por la
cantidad de libros leídos en un semestre. Estudiar no es una acto de consumir
ideas, sino de crearlas y recrearlas”. (Freire, 1984, p. 53).
Efectivamente, aprender no es consumir conocimientos “estáticos”, acabados y
hechos por otros, sino crear los contextos para la deconstrucción,
reconstrucción y construcción de los conocimientos. De igual forma, una tarea
importante del educador popular es mostrar a la comunidad educativa su
“capacidad de amar, claridad política, la coherencia entre lo que dice y hace,
su tolerancia; es decir, su capacidad de convivir con los diferentes para
luchar con los antagónicos. Es estimular las dudas, la crítica, la curiosidad,
la pregunta, el gusto del riesgo, la aventura de crear”. (Freire, 1997, p. 63).
Si
la educación es esencialmente un acto ético, le corresponde al educador popular
trabajar desde su práctica concreta la refundación de la escuela y la sociedad,
a partir de su opción ética, política y pedagógica porque su intervención solo
se puede enmarcar en dos opciones: o se educa para reproducir el estado de
cosas o para emancipar a sujetos y a pueblos.
Las
maestras y los maestros democráticos intervenimos en el mundo a través del
cultivo de la curiosidad y de la inteligencia esperanzada, (…) justamente, en
la medida en que nos tornamos capaces de cambiar el mundo, de transformarlo, de
hacerlo más bello o más feo, nos volvemos seres éticos. (Freire, 2003, p. 34).
Por
otra parte, una de las enseñanzas más grandes de Paulo Freire es la coherencia
demostrada en su discurso y acción en la defensa –permanente- por la educación
pública, la cual sigue siendo amenazada y destruida sistemáticamente por las
políticas neoliberales que buscan privatizarla. A propósito Freire (1994, p.
54) afirma: “Se hace urgente que aumentemos las filas de la lucha por la
escuela pública (…) popular, eficaz, democrática y alegre con sus maestros y
maestras bien pagados, bien formados y en permanente capacitación”.
En
efecto, ante la eminente privatización de la escuela pública es necesario que
los maestros, estudiantes y comunidad defiendan la educación pública dentro y
fuera del salón de clases, porque la educación es un derecho social alcanzado a
través de luchas sociales; la educación de todos y para todos es un legado
histórico que los gobiernos neoliberales pretenden convertir en propiedad
privada donde los nuevos dueños impongan su currículo, condiciones de ingreso,
permanencia y egreso. Sin embargo, lo más grave es la imposición de su visión
de mundo condenando a la desaparición de las cosmovisiones subalternas. Al
respecto, Freire (1996, p. 86) afirma: “No acepto cierta posición neoliberal
que, viendo perversidad en todo lo que el Estado hace, defiende una
privatización “sui generis” de la educación. Se privatiza la educación pero el
Estado la financia”.
Paulo,
el maestro de la América relegada, fue un crítico importante de su época; sus
críticas constantes fueron al nuevo contexto global, a las políticas
neoliberales y a los promotores del discurso capitalista, quienes ubicaban a
ese sistema como la mejor opción para el progreso de la humanidad. Freire
cuestionó estas “verdades” y las supuestas bondades del capitalismo
argumentando lo siguiente:
Que
excelencia será esa que puede “convivir con más de mil millones de habitantes
del mundo en desarrollo que viven en pobreza”, por no decir en la miseria, (…)
Que excelencia será esa que registra tranquilamente en las estadísticas los
millones de niños que llegan al mundo y no se quedan, y cuando se quedan se van
temprano, en la infancia todavía, y si son más resistentes y consiguen
quedarse, pronto se despiden del mundo. (Freire, 1993, p.120).
El
contexto descrito marcó a Paulo Freire, quien se autodenominó como un pedagogo
profundamente indignado porque las crisis económicas y culturales generadas por
el sistema capitalista se evidenciaban excluyendo, discriminando y
sobreexplotando a millones de personas obligados a sobrevivir en la miseria.
Sin embargo, la indignación de Paulo se convirtió en esperanza al proponer un
modelo de acción política, ética y pedagógica para alcanzar la justicia social,
propuso combatir el discurso posmoderno fatalista, la desutopía y el mundo
cosificado asumiendo que “la realidad no es así, la realidad está así (…) esta
realidad está así porque de este modo sirve a determinados intereses del poder.
Nuestra lucha busca cambiar esta realidad y no acomodarnos a ella”. (Freire,
2003, p. 71).
En
efecto, el desafío inmediato de la escuela es enseñar a pensar críticamente
reformulando su currículo en coherencia con la opción política, ética y
pedagógica de y por los marginados; el reto es refundar la escuela pública
reorganizando la educación del país; esta tarea no es nada fácil si se
considera las múltiples diferencias –de todo tipo- en la sociedad mexicana. Sin
embargo, no se debe caer en el pesimismo que engrosa largas filas de
desesperanzados que piensan que poco o nada se puede hacer para cambiar la
educación y la sociedad.
Para
superar el pesimismo actual, el maestro progresista debe superar su apatía
luchando consigo mismo para comprender que el cambio es difícil pero posible
porque los hombres son actores de su propia historia; por tanto, la
transformación de la educación y sociedad debe ser acompañada de sueños y
utopías concretadas en un proyecto emancipador, insistiendo en la organización
colectiva para “luchar por la educación popular, por la participación creciente
de las clases populares en los consejos de comunidad, de barrio, de escuela.
Significa incentivar la movilización y organización (…) como condición
fundamental de lucha democrática con la finalidad de la transformación
necesaria y urgente”. (Freire, 1997, p. 56).
Por
otra parte, no hay duda que las obras de Paulo Freire son lecturas obligadas
para los educadores dado que cuestionan a la educación tradicional
deshumanizada. En este orden de ideas Henry Giroux (citado en McLaren 2001, p.
202) afirma que “los escritos de Freire incorporan un modo de lucha discursiva
y de oposición que no sólo resta a la maquinaria opresora del Estado, sino
también apoya a la formación de nuevos temas culturales y de movimientos
comprometidos con la lucha”. En efecto, la propuesta educativa freirana aporta
elementos importantes al debate educativo necesario y urgente al proponer una
educación eminentemente humanizadora, problematizadora, crítica, y finalmente
liberadora.
La
esperanza por un mundo mejor es elemento central en la lucha por revertir la
desigualdad económica, social y cultural de los pueblos; en esta perspectiva,
los educadores populares deben hacer suyas las palabras de Paulo cuando
afirmaba: “como educador, como político, como hombre que piensa la práctica
educativa, sigo profundamente esperanzado. Rechazo el inmovilismo, la apatía,
el silencio”. Y agrega: “No es posible vivir plenamente como ser humano sin
esperanza. Conserven la esperanza”. (Freire, 2003, p. 25).
Además,
el ejemplo de Paulo Freire es otra cualidad digna de rescatar, sobre todo por
la coherencia con su opción ética, política y pedagógica, porque no sólo
escribió obras para y desde la educación popular, sino también fue un militante
político activo, un intelectual reconocido por su crítica y aporte a la
educación, pero sobre todo por su compromiso y empatía con todos los oprimidos.
Al respecto, Peter McLaren afirma que:
Paulo
Freire, en la práctica, sabia trabajar con varias disciplinas al mismo tiempo:
la etnografía, la teoría literaria, la filosofía, la política, la economía, la
sociología, (…) Además de eso él trabajaba al mismo tiempo con varias
perspectivas teóricas: la del militante político, del filósofo liberador, del
cientista, del intelectual, del revolucionario. (McLaren citado en Díaz y Dos
Reis, 2009, p. 149).
Las
palabras y el ejemplo de Paulo Freire invitan a soñar con otro mundo común y
posible, a luchar contra las injusticias de todo tipo y a erradicar la “ética”
de mercado deshumanizadora, recordando que “somos seres condicionados pero no
determinados”. Por lo anterior, es posible imaginar, pensar y construir un
mundo mejor.
A
modo de cierre abierto.
La
educación nunca fue, no es y jamás será neutra porque siempre está permeada de
cierta ideología de tal suerte que se enmarca sólo en dos opciones: o sirve
para reproducir o para transformar. ¿Cuál debe ser la posición adoptada por los
maestros progresistas? Sin duda, el contexto actual evidencia una sociedad
deshumanizada, producto del sistema capitalista, que reclama una educación que
revierta el desigual e irritante orden social, económico y cultural
prevaleciente. En esta perspectiva, la vigencia y pertinencia del pensamiento
pedagógico de Paulo Freire permite imaginar a la nueva sociedad humanizada; sin
embargo, es necesario asumir que todo acto educativo es un acto político y
viceversa; de ahí la importancia de definir la opción ética, política y
pedagógica a favor de un proyecto social, popular y emancipador.
¿Para
qué, en favor y en contra de qué educamos? Estos cuestionamientos requieren ser
contestados de forma permanente por la comunidad educativa de tal suerte que la
respuesta sea el horizonte para consolidar el proyecto de educación popular que
fortalezca la cultura local con la utopía de humanizar al mundo. Desde esta
perspectiva no se puede concebir a la educación como un proceso aislado, frío o
indiferente a las problemáticas comunitarias, sino como un proceso social vivo
y dialógico donde los sujetos se respetan, valoran y educan mutuamente siempre
mediatizados por su contexto.
Por
otra parte, el proceso de transformación de la sociedad implica la refundación
de la educación pública ubicando como objetivo central la concientización y
humanización del sujeto, además de promover la praxis para la
emancipación individual y colectiva. ¿Qué se requiere para concretar estos
fines? Fundamentalmente, otorgar la palabra a todos los usuarios de la escuela,
especialmente a los oprimidos, rompiendo así con la verticalidad en la enseñanza,
asumiendo que todos y todas pueden aportar en la deconstrucción, reconstrucción
y construcción del conocimiento. Porque no hay duda que cuando se enseña se
aprende al enseñar y del mismo modo cuando se aprende se enseña al aprender.
Por:
Dr Luis Miguel Cisneros Villanueva.
Fuente:
http://otrasvoceseneducacion.org/archivos/303084