La experiencia indica que todas las catástrofes,
tanto las naturales, como las sociales ( el Covid-19 combina
ambos factores) perjudica más a los desposeídos. Eso sucede con los terremotos,
las inundaciones, las sequías o las crisis económicas y financieras. Los que
más pierden son los que menos tienen. Esto pasa en el caso de la suspensión
generalizada del servicio educativo en casi todo el mundo.
Esta experiencia inédita hace evidente realidades
que en tiempos normales no se ven a primera vista:
- En la escuela las nuevas generaciones aprenden cosas que la familia
no puede enseñar, porque no tiene los recursos necesarios para hacerlo, en
primer lugar la competencia pedagógico/profesional y en segundo lugar el
tiempo y otros recursos didácticos. Ojalá que la emergencia nos recuerde
que hay cosas importantes que solo se pueden aprender en esas
instituciones especializadas que llamamos escuelas, colegios o universidades.
- La emergencia también permite tomar conciencia que la escuela no
solo enseña, sino que también cuida de los niños y adolescentes, función
que en una etapa anterior del desarrollo de nuestras sociedades
correspondía a la familia y en especial a las madres. Cuando la escuela
suspende su funcionamiento, la mayoría los niños quedan “abandonados a su
suerte”, ya que la mayoría de las madres se han incorporado al mercado de
trabajo. Este fenómeno es particularmente relevante en las familias de los
sectores populares. Esta constatación debería servir para valorizar el
papel multifuncional de la escuela en los procesos de reproducción social.
El reconocimiento social del valor de la escuela
debería favorecer un plan de inversión en su estructura física con el fin de
garantizar un piso común de calidad e higiene del edificio escolar, objetivo
pendiente en el sistema educativo nacional. Al mismo tiempo habrá que
aprovechar la ocasión para mejorar los mecanismos de comunicación entre los
ministerios, las instituciones escolares y las familias para potenciar el
diálogo y la interacción entre estas instancias. Lo que se tuvo que hacer por
necesidad deberá potenciarse y mejorarse en tiempos normales.
La situación excepcional que vive el mundo obligó a
las instituciones y agentes escolares a desarrollar una oferta de educación a
distancia, la mayoría de las veces en forma apresurada y con recursos
insuficientes e inadecuados. El Estado argentino, en sus diversas instancias,
desde los ministerios de educación a las propias instituciones desplegó una
serie de iniciativas tendientes a ofrecer oportunidades de aprendizaje a través
del uso de las nuevas tecnologías de enseñanza con el fin de garantizar una
cierta continuidad en el trabajo escolar.
La necesidad de actuar en forma rápida obligó a
utilizar diversos recursos disponibles (plataformas, medios masivos de
comunicación, interacción directa de los docentes con sus alumnos usando
distintos dispositivos, etc.). En muchos casos las circunstancias obligaron a
improvisar, ya que no había tiempo para programar, desarrollar y luego
implementar programas específicos. Más allá de estos esfuerzos dignos de
apreciación, las condiciones objetivas conspiran contra los intereses de
aprendizaje de los sectores sociales más desfavorecidos.
Es probable que para estos sectores lo más oportuno
sea ofrecer materiales (audiovisuales, impresos, etc.) de interés para adultos,
niños y adolescentes con el fin de fomentar la lectura recreativa, desarrollar
el gusto por la misma, así como la realización de juegos. En relación con esto,
sería bueno divulgar las 10 cosas que el pedagogo italiano Francesco
Tonucci sugiere hacer a los padres con sus hijos. Cosas simples (como
cocinar juntos, explicar cómo funciona el sistema eléctrico de la casa, construir
muñecas o pelotas de trapo, reconstruir la historia familiar revisando un álbum
de fotografías, leer juntos un periódico o un cuento, etc.) que “educan” más
allá del curriculum escolar cuyo cumplimiento tanto desvela a muchos pedagogos
formalistas. La emergencia obliga a utilizar la imaginación para darle una
dimensión educativa a múltiples objetos, procesos y experiencias que se pueden
vivir en el interior del hogar o en el barrio (allí donde en verdad no existe
una vivienda digna de ese nombre).
El tiempo que vivimos nos debe inducir a
reflexionar porqué las nuevas generaciones se sienten más atraídas por los
ambientes virtuales que por los reales. ¿Por qué nos cuesta tanto que nos
atiendan en la casa y en las aulas y dejen de lado su celular? La actual
obligación de recurrir a la realidad virtual debería convertirse en una
oportunidad para aprovechar sus potencialidades en el plano de la realidad, tan
propicia para la creación, la modelación, la transformación, capacidad que
muchas veces no tiene la realidad escolar preacondicionada, regulada,
programada para recorrer un camino con etapas preestablecidas de desarrollo de
determinadas competencias evaluables. En este sentido la emergencia puede ser
una oportunidad para repensar la realidad escolar con sus tiempos y espacios
fragmentados entre aulas, grados, materias, horarios preestablecidos, etc. etc.
Estos son momentos en que ciertas transformaciones que en tiempos normales
tardan mucho tiempo en concretarse, se pueden precipitar por la fuerza de la
necesidad. Pasada la emergencia, habrá que analizar qué pudimos aprender de la
improvisación, qué cosas debemos perfeccionar, qué cosas retener, qué cosas
rescatar y cómo articular la realidad espacio-temporal de la escuela con las
posibilidades que ofrece la realidad virtual.
Más allá de lo que se hace y pueda hacer en estas
circunstancias y la creatividad desplegada por padres de familia, maestros y
niños, es preciso ser realistas. Una vez más, los más perjudicados son los
sectores desposeídos, ya que en su caso se conjugan dos pobrezas, la pobreza de
la oferta de educación a distancia y la pobreza de los necesarios recursos
familiares, de diverso tipo como el espacio habitacional precario, el
hacinamiento, los ambientes insalubres e inseguros, la pobreza o ausencia de
equipamientos tecnológicos, la conectividad a internet, el nivel clima
educativo del hogar, la presencia de los adultos y su disponibilidad de tiempo
para acompañar las actividades escolares de los niños y adolescentes, etc.
El sistema escolar también tiene sus amplias zonas
de pobreza. Según un informe reciente del Banco Mundial que usa datos del programa
PISA (2018), poco más de la mitad de los sistemas educativos
encuestados dijeron que la mayoría de los estudiantes de 15 años están en una
escuela sin una plataforma efectiva de apoyo de aprendizaje en línea. Este es
el caso en todos los países participantes de América Latina y el Caribe. Por
otra parte también existen limitaciones por parte de los docentes, ya que en la
Argentina en opinión de los directores sólo el 55% de los docentes tienen
“recursos profesionales efectivos para aprender cómo usar dispositivos
digitales”.
El mismo informe del Banco Mundial reconoce que
existe una fuerte asociación entre los recursos tecnológicos y humanos del
sistema escolar y el nivel socioeconómico de los alumnos. Esto implica que
quienes más perderán en materia de aprendizaje serán los que ocupan las
posiciones más desfavorecidas en las distribuciones de recursos sociales
estratégicos tales como la propiedad, el ingreso, el poder y el conocimiento.
Desde ya habrá reflexionar sobre el tiempo de post-emergencia y redefinir las
políticas educativas tendientes a fortalecer la escuela pública para dejarla en
mejores condiciones para contrarrestar la fuerza de las inercias que tienden a
reproducir las desigualdades sociales de todo tipo que presenta la sociedad
argentina actual.
Fuente:
https://www.lanacion.com.ar/opinion/la-escuela-cerrada-costos-pedagogicos-desiguales-nid2358685
No hay comentarios:
Publicar un comentario