miércoles, 8 de agosto de 2018

HENRY GIROUX: EL NEOLIBERALISMO Y EL ASEDIO A LA EDUCACIÓN SUPERIOR


La actual etapa de capitalismo neoliberal se caracteriza por un constante ataque hacia la democracia, y consecuentemente hacia sus instituciones fundamentales.
Desde hace varias décadas Henry Giroux viene denunciando el auge y despliegue de lo que hoy podemos denominar el autoritarismo del siglo XXI. La consumación de un proceso originado a partir de la reestructuración total del poder por parte de las élites norteamericanas, cuyo eje central y estratégico es el ataque directo sobre las instituciones fundamentales para la democracia y el control pleno sobre ellas.

En parte, este proyecto surge como respuesta a la ola democratizadora que afectó significativamente a mediados del siglo pasado los Estados Unidos. La amenaza que supuso esta fuerza democratizadora al poder y privilegios de los grupos hegemónicos empresariales, les hizo tomas consciencia de la urgente necesidad de transformar la política en una cuestión privada, que debía tener lugar al margen de los ciudadanos. Este es uno de los principales rasgos del nuevo autoritarismo; la conformación de un tipo de estado fundido y dominado completamente por el minoritario grupo empresarial dominante que concibe a sus propios ciudadanos como enemigos y ve con urgencia la necesidad de despolitizarlos, convirtiéndolos en meros consumidores, mediante la imposición de una propaganda que hace concentrar la atención sobre las cosas más superficiales. Lo que Chomsky ha llamado una “filosofía de la futilidad” (Chomsky, 2004, p.203).
En buena medida uno de los principales blancos de ataques han sido las universidades, las cuales tienen una enorme importancia, en tanto dispositivos culturales, en la configuración de los deseos, las identidades, el accionar de los sujetos y la creación de imaginarios. Henry Giroux, uno de los más destacados críticos culturales y representante de la pedagogía radical norteamericana, pone el acento a lo largo de su vasta obra, sobre el peligro que acecha a las universidades, y a la educación pública en general. El curso de los acontecimientos no ha hecho hasta ahora más que confirmar sus “predicciones”.
La actual etapa de capitalismo neoliberal se caracteriza por un constante ataque hacia la democracia, y consecuentemente hacia sus instituciones fundamentales (Giroux, 2015a, p. 16). Las raíces de este ataque tienen que ver con el peligro que la democracia le representa al poder. Hay que hacer notar que en una democracia verdadera la opinión pública tiene peso e incide directamente sobre las decisiones del gobierno. Por esta razón a los poderosos nunca les ha gustado la democracia pues implica restarles poder y ponerlo en manos de la población mayoritaria.
Hoy en día el poder de las corporaciones alcanza niveles apenas imaginables hace algunas décadas. Esto no es más que la culminación de un proceso que inició aproximadamente en la década de los 60 la cual estuvo marcada por un enorme activismo social y expansión democrática. Ello movió a las élites estadounidenses a poner en marcha un ambicioso plan para contener lo que llamaron un “exceso de democracia” (Giroux, 2006, p. 18). Ante la ausencia de propuestas alternativas definitorias de los conceptos básicos constitutivos de un discurso progresista, fue tomando fuerza creciente un discurso público cuyo pilar era la ausencia de ciudadanía crítica y un patriotismo despojado de las notas emancipatorias propias de la democracia. En la práctica, este discurso ha derivado en una serie de agresiones militares externas y en la militarización interna de la sociedad norteamericana (Giroux, 2006, p. 15). Mediante la amnesia total respecto del importante papel que históricamente ha jugado la lucha popular en la historia de la democracia, ha tenido lugar una deconstrucción de la noción de ciudadanía y, con ello, la subordinación de las libertades individuales a la seguridad nacional y el orden interno. Bajo este esquema las universidades, la prensa independiente y los movimientos sociales se conciben como un peligroso desafío a la autoridad gubernamental (Giroux, 2006, p. 18). Es fácil entender la necesidad imperiosa sentida por los dueños de la sociedad estadounidense para lanzar la ofensiva en contra de las instituciones fundamentales encargadas de limitar el sufrimiento de los más débiles. La crisis que vive actualmente la educación superior debe verse enmarcada en esta crisis mayor de la democracia (Giroux, 2015a, p. 16).
Edgardo Lander ha señalado que el neoliberalismo es más que un modelo económico. Constituye un “extracto purificado” de tendencias con una larga historia en el pensamiento occidental. Esto vuelve relativamente fácil la imposición y conversión en sentido común de sus presupuestos (Lander, 2000, p. 12). En tanto último estadio de capitalismo depredador, “el neoliberalismo forma parte de un proyecto más amplio de restitución del poder de clase y consolidación de la veloz concentración del capital” (Giroux, 2016, p. 16). Ideológicamente el neoliberalismo concibe al lucro como la esencia de la democracia y al consumo como la única expresión de ciudadanía, mientras postula al mercado como la única vía de solución a todos los problemas. Como modo de gobierno promueve identidades y sujetos libres de cualquier tipo de regulación gubernamental bajo el axioma que identifica la libertad con el individualismo. Su ética es la de la supervivencia del más apto. Su proyecto político conlleva, entre otras medidas, la privatización de los servicios públicos, la venta de las funciones del Estado, la desregulación del trabajo y las finanzas, la eliminación del Estado benefactor y los sindicatos para finalmente convertir la sociedad en un enorme mercado. La consecuencia de esto es la imposición de una cultura de feroz competencia y la guerra abierta en contra de los valores públicos así como de las esferas que desafían las reglas y la ideología del capital, debilitando en la misma proporción las bases democráticas de la solidaridad, lo que termina por degradar y desgarrar cualquier colaboración o formas de obligación social (Giroux, 2016, pp. 16-17). Como una guerra librada por las élites políticas y financieras contra los pobres, las minorías de color, los migrantes, etc., califica Giroux, esta inhumana forma de vida que reproduce el neoliberalismo, en la cual los individuos son culpados exclusivamente por los problemas que sufren mientras viven en una situación de indefensión frente a las grandes estructuras de opresión (Giroux, 2015a, pp. 17-19).
Evidentemente todo esto desemboca en una crisis social que afecta la totalidad de la existencia humana. En este gris escenario de guerra total declarada por las corporaciones multinacionales en contra de los más débiles, considerados desechables por el sistema, las universidades sufren una ofensiva general de gran calado, y una serie de reformas que buscan transformarlas de defensoras de lo público y la democracia, en instrumentos de adiestramiento y producción ideológica al servicio de los neoliberales.
A medida que el Estado benefactor es destruido, la lógica de la privatización se impone infectando los más diversos aspectos de la sociedad. El espacio público es privatizado y comercializado, socavando la idea de ciudadanía y destruyendo todas las áreas que hacen de ella una fuerza con posibilidades de moldear una genuina democracia. Uno de los golpes más significativos, es el empecinado esfuerzo por destruir la educación crítica, anulando sus posibilidades para ejercer un rol en la construcción de ciudadanía comprometida y una democracia vigorosa.
El ataque a la educación superior se lleva a cabo en distintos niveles. Es palpable en los intentos por instaurar un modelo de educación corporativa, estandarizar la currícula poniéndola a tono con las necesidades empresariales, imponiendo una jerga de conceptos provenientes del lenguaje de los negocios como modelo de gobernanza y en los esfuerzos para debilitar a los académicos, poniéndolos en una situación de inseguridad que limite sus posibilidades. Ante la ausencia de perspectivas democráticas y la desfinanciación, las universidades son obligadas a abrir sus puertas a intereses privados cuya presión las obliga a imitar modelos corporativos en todas sus estructuras, reemplazando las expectativas de los estudiantes por esperanzas destruidas y deudas onerosas. De este modo las universidades son transformadas en lo que Henry Giroux llama “máquinas de desimaginar” (Giroux, 2016, p. 18).
Con la transformación del Estado social en un estado controlador, billones de dólares son reorientados en la construcción de cárceles y complejos militares, reduciendo el apoyo financiero a las universidades. Es la prueba de que cada vez más la sociedad ve como enemigos a perseguir a los jóvenes, sobre todo a los más pobres. No es casual que las cárceles estén con creciente frecuencia más llenas como tampoco lo es que gran parte del acoso policial por parte de una sociedad cada día más militarizada recaiga en las minorías y otros grupos poblacionales considerados como desechables. Las escuelas no escapan a esta militarización de la vida, que no es otra cosa sino una parte del correlato material del nuevo autoritarismo. Modeladas emulando a las prisiones, las escuelas cumplen ahora nada más la tarea de disciplinar en lugar de formar ciudadanos críticos comprometidos con la democracia. Esto es visible especialmente en las escuelas públicas donde es común que los jóvenes sean arrestados por cosas como violar un código de vestimenta o escribir en los pupitres (Giroux, 2015b, p. 104). Un aspecto de lo que Henry Giroux llamaBiopolítica de la militarización, cuya influencia permea y corrompe los diversos aspectos de la vida universitaria (Giroux, 2008, p. 48). En los Estados Unidos es ya normal que el personal académico coordine con el Departamento de Defensa y otros organismos de inteligencia, para tratar diversos asuntos de tipo militar y económicos. La concepción del mundo jingoísta, gobernante en la política norteamericana, al dotar de recursos casi ilimitados al Departamento de Seguridad Nacional y desfinanciar sistemáticamente a las universidades, acaba por subordinar estas últimas al aparato de defensa militar norteamericano. Así por ejemplo, cuando no se dispone de suficiente dinero para la investigación, el pentágono llena el vacío con billones de dólares en subvenciones, becas, etc. (Giroux, 2008, p. 45).
La sociedad en su totalidad se ve amenazada ante este escenario, en el que la gran mayoría pierde pero en el que también hay una minoría que triunfa, ve incrementadas sus ganancias y con ello su poder político La concentración de la riqueza se traduce en concentración del poder. Especialmente debido al elevado coste de las elecciones, lo cual mete a los partidos políticos en los bolsillos de las grandes corporaciones. La élite que tira los hilos que mueven la sociedad, actúa con inescrupulosidad infinita, poniendo en marcha un modelo basado en el movimiento especulativo de colosales sumas de dinero “cuyo único valor es cada vez más la creación de valores” y que Henry Giroux denomina “capitalismo de casino” (Giroux, 2016, p. 22). El gran problema son los peligros que encierra para la gran mayoría de la población castigada por las recurrentes crisis que resultan de estas prácticas. Al mismo tiempo la élite se blinda con la seguridad de poder echar mano de los rescates que el estado controlado por ellos realiza, situándolos en una suerte de “palacios de cristal”. Es la lógica natural del carácter dual que dirige el funcionamiento de la economía neoliberal. Mientras se incrementan los impuestos a la población en general, se libera de ellos a las grandes fortunas, permitiéndoseles desarrollar esta política económica irresponsable con la seguridad de ser rescatados por el Estado en los momentos en que sus políticas los conduzcan a la crisis. Por tanto al mismo tiempo que se priva a los pobres de toda seguridad se blindan los intereses de las grandes corporaciones. Al mismo tiempo que se libera de toda responsabilidad social a las corporaciones, se obliga a los contribuyentes, es decir la población empobrecida, a cargar con los costes de las crisis y el desastre económico al que conduce el libertinaje de la economía.
Para el caso de la educación superior, la inequidad se hace evidente en el aumento de cuotas, como también en la transformación del personal académico en un ejército de fuerza de trabajo explotado y desamparado, bajo el modelo de lo que se podría llamar la “wallmarterización del trabajo” predominante a medida que avanza el neoliberalismo sobre el ámbito laboral en su conjunto (Giroux, 2016, p. 22). Por otro lado, los estudiantes son infantilizados en la lógica de la universidad corporativa que aborda la educación como una simple transacción comercial, imitando la cultura del negocio en la que ellos se vuelven meros consumidores o mercancías para ser engullidos y luego escupidos como potenciales buscadores de empleo por parte de aquellos para quienes la educación se ha transformado en una mera forma de entrenamiento. En este panorama, a los estudiantes se les enseña a ignorar el sufrimiento humano. Concentrados en su propio bienestar son educados en un vacío moral y político. El neoliberalismo convierte la educación en una forma de despolitización radical que aniquila la imaginación radical y la esperanza de construir un mundo mejor. La cultura de la atomización tiene el propósito de producir lo que se puede llamar “zombis políticos” (Giroux, 2015b, p. 105). La educación superior está bajo asedio, como lo están los docentes, estudiantes y sindicatos; ello significa que la propia democracia pende de un hilo (Giroux, 2016, p. 21).

Fuente: Rebelión
Por
Docente de filosofía en la Universidad de El Salvador.

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