Dubet, avanzando tesis planteadas ya en otros trabajos
anteriores, en su libro Repensar la justicia social propone poner fin al mito
de la “igualdad de oportunidades” y criticarlo desde la “igualdad de
posiciones” (a la que otros llaman igualdad “real”). En efecto, aplicada a la
escuela, las concepciones de la justicia social se pueden reducir a dos: la
igualdad de posiciones sociales dentro de los lugares que organizan la
estructura social y la igualdad de oportunidades. Una y otra conllevan dos
políticas sociales y educativas diferentes: la primera buscaría reducir las
distancias entre las diversas posiciones sociales, propio de las políticas
socialdemócratas europeas; la segunda, predominante en el ámbito anglosajón,
manteniendo intacto el marco social, pretende permitir a cada cual alcanzar las
mejores posiciones al término de una “competición justa”.
En los años 60 aparecen, desde diferentes frentes (Informe
Coleman en Estados Unidos, Bernstein en el Reino Unido, Bourdieu y Passeron en
Francia), aparecen diversos estudios coincidentes en que el principio de
igualdad de oportunidades no funciona: los alumnos de medios desfavorecidos
tenían menos oportunidades de tener éxito en la escuela. No sólo
porque la escuela no pueda neutralizar las desigualdades sociales y culturales,
sino porque la propia cultura escolar favorece a la clase dominante. Por eso,
dado que ninguna acción permitirá reducir significativamente las desigualdades
iniciales, los defensores de la igualdad real resaltan que la política debe
luchar contra las desigualdades sociales existentes (la desigualdad ingresos,
las condiciones de vida), ya que los juegos de competencia están amañados desde
el principio. Los programas especiales para permitir un cierto “trampolín”,
como vamos a ver después, estadísticamente, no conducen muy lejos. Así los
intentos de compensación educativa, como en el caso francés (y otros países) de
establecer “zonas de educación prioritaria”, creyendo “dar más a quienes menos
tienen”, están en bancarrota.
Pero las condiciones iniciales de la competencia escolar son
injustas, dado que los niños de clases populares disponen de un capital mucho
menor que los niños de medios favorecidos. Esto conduce a una sociedad cruel
para los más débiles, además, el principio del mérito personal resulta
cuestionable porque olvida el peso del medio socio-cultural que ninguna
instancia puede borrar, ni siquiera la escuela, y que reproduce la desigualdad
social. Por su parte, la igualdad de posiciones intenta reducir la brecha entre
lugares (clases) sociales, aún a costa de que la movilidad social de los
individuos no sea una prioridad. La justicia social es una legítima
redistribución de la riqueza que se orienta a compensar a los más débiles. Si
la igualdad de posiciones está vinculada a una representación de la sociedad
más relacionada con las clases sociales; la igualdad de oportunidades refiere a
la idea de grupos sociales desaventajados, en general minoritarios. El modelo
de igualdad de oportunidades es meritocrático y de competencia, y cuanto más
igualitariamente estén repartidas las oportunidades, más se convierte cada uno
en responsable de su propio éxito o fracaso.
Dada esta situación, Dubet aboga –un tanto a
contracorriente– por una igualdad de posiciones en lugar de una igualdad de
oportunidades, dado que “es el más
favorable para los más débiles y porque hace más justicia al modelo de las
oportunidades que ese mismo modelo” . Incluso permite establecer la
igualdad de oportunidades: de hecho, es más fácil atreverse a escapar de su
posición original si se tiene una “red de seguridad” socioeconómica. Como
señala el autor:
“cuando más se reducen
las desigualdades entre las posiciones, más se eleva la igualdad de
oportunidades: en efecto, la movilidad social se vuelve mucho más fácil… la
movilidad social, que es uno de los indicadores objetivos de la igualdad de
oportunidades, es más fuerte en las sociedades más igualitarias” .
Si se reduce la brecha entre las posiciones sociales, si se
abandona la idea de competición, que acrecienta y refuerza las desigualdades de
partida, la movilidad social es más fácil y las oportunidades se incrementan
para todos. Por último, la igualdad de posiciones conduce a que cada quien no
olvide nunca su deuda con la sociedad, mientras que la concepción del solo
mérito desarrolla el sentido de no deberle nada a nadie. Si las políticas
conservadoras continúan exaltando la igualdad de oportunidades, el pensamiento
de una izquierda reformista en unos casos ha quedado seducido por él; en otros,
sin tener nada que oponerle. Ha llegado el momento de que “la igualdad de
posiciones podría ser uno de los elementos a someter a una reconstrucción
ideológica” progresista, defiende Dubet. Por tanto, el viejo camino y
aspiración de reducir las distancias sociales continua siendo válido y una vía
más segura para la “igualdad de oportunidades”.
En definitiva, el modelo de posiciones permite reducir las
desigualdades, mientras que el modelo de igualdad de oportunidades desenmascara
las discriminaciones escondidas detrás del orden de las posiciones. Defender la
prioridad de la igualdad de posiciones no es negar cualquier legitimidad a la
igualdad de oportunidades y de mérito. Al revés, como advierte Dubet al final
de su libro:
Desde que nos consideramos como fundamentalmente libres e iguales, la igualdad de posiciones no tiene ninguna superioridad normativa o filosófica sobre la igualdad de oportunidades. En el horizonte de un mundo perfectamente justo, no habría incluso ninguna razón para distinguir entre estos modelos de justicia. Pero en el mundo tal como es, la prioridad dada a la igualdad de posiciones se debe a que ella provoca menos “efectos perversos” que su competidora y, por sobre todo, a que es la condición previa para una igualdad de oportunidades mejor lograda. La igualdad de posiciones acrecienta más la igualdad de oportunidades que muchas políticas que se dirigen directamente a ese objetivo”.
Esto da lugar a algunas conclusiones. La primera es que la
igualdad de posiciones, invitando al fortalecimiento de la estructura social,
es “buena” para los individuos y para su autonomía, incrementa su confianza y
la cohesión social en la medida de los actores no se involucran en una
competencia continúa. El segundo argumento de la prioridad de la igualdad de
las posiciones es que probablemente es la mejor manera de lograr la igualdad de
oportunidades. Si las oportunidades se definen como la posibilidad de moverse
en la estructura social, de franquear los niveles, para remontarlos o para
descender a partir del mérito y valor de cada uno, parece claro que la fluidez
aumenta a medida que la distancia del espacio es más estrecha, que los que
suben no tienen muchos obstáculos que superar y que los que bajan no arriesgan
perderlo todo. De hecho, en su formulación misma, la llamada a la igualdad de
oportunidades no dice nada de las desigualdades sociales que separan a los
interlocutores sociales y que puede ser tan grande que la gente no puede
cruzar, con la excepción de algunos héroes.
Dicho de otra manera, tenemos buenas razones para pensar que
el viejo proyecto de reducción de las desigualdades entre categorías sociales,
la distribución equitativa de puestos, permanece como la mejor manera de
promover indirectamente la igualdad de oportunidades. En educación esto se
cifra en cambiar de objetivo: en lugar de la selección y evaluación de los
estudiantes más talentosos, la inclusión de los colectivos más desfavorecidos e
incrementar el nivel general de la población. “Romper el vínculo entre
reconocimiento y redistribución”, como dice Nancy Fraser; o “separar las
esferas de justicia” como propone Michael Walzer, es lo que hace optar por la
igualdad de posiciones. En una situación de desigualdad inicial de las
posiciones, la igualdad de la igualdad de oportunidades hace ilegible la
superposición de los dispositivos que ligan ambas dimensiones.
Y, sin embargo, la igualdad meritocrática no puede ser del
todo rechazada, como reconocen tanto Duru-Bellat como Dubet. Aparece como un
medio para salir de la reproducción social de las desigualdades. Por un lado,
una sociedad democrática proclama, en principio, la igualdad de todos los
individuos; por otro, las posiciones sociales son desiguales, por lo que el
mérito personal aparece como la única manera de construir “desigualdades
justas”, es decir inequidades legítimas, mientras que otras desigualdades, por
ejemplo las basadas en la herencia o familia de origen, son cuestionadas. El
problema es que resulta incompleta y perniciosa, por sus efectos, cuando todo
se confía en ella. Las críticas, pues, se dirigen a que tenga una posición
hegemónica. Con todo, como dice Benadusi en un excelente comentario a ambos
libros:
una teoría de la
justicia capaz de combinar ambos tipos de igualdad, igualitarismo y
meritocracia, continua siendo una teoría incompleta. Como Amartya Sen no cesa
de recordar, hay otros puntos de vista normativos “razonables” –el primero se
centra en la libertad, pero también el que mira a la eficacia– que deben
tenerse en cuenta en la evaluación comparativa, en términos de justicia, entre
varios posibles “ordenamientos de elección social”, o entre las diferentes
políticas públicas. Además, en segundo lugar, hay una necesidad de contextualización
cuidadosa.
En efecto, en relación con lo segundo, depende de la
situación de cada país. Así cuando en un país hay grandes diferencias en
ingresos altos y bajos niveles de movilidad social, la meritocracia juega un
papel más pequeño. Como muestran los estudios sociológicos o económicos existe
una fuerte correlación inversa estadísticamente significativa entre los
indicadores de igualdad de oportunidades y movilidad social, por un lado y los
de la desigualdad de ingresos o de otras condiciones materiales de vida.
A gran escala, la cuestión es saber si las desigualdades son
evitables, si se puede razonablemente esperar suprimirlas. Junto a una igualdad
de oportunidades puramente meritocrática, han existido intentos emancipadores
dirigidos a remover las estructuras sociales que impiden a las personas la
equidad escolar, como han sido las políticas de discriminación positiva. Bien
vale revisar críticamente los esfuerzos de redistribución realizados bajo esta
política contra la determinación social de los aprendizajes, aún cuando
progresivamente se hayan visto agotados.
Extraído de
Justicia social y equidad escolar. una revisión actualAntonio Bolívar
REVISTA INTERNACIONAL DE EDUCACIÓN PARA
VOLUMEN 1, NÚMERO 1
Justicia social y equidad escolar. Una revisión actual, 2012, pp. 9-45
http://www.rinace.net/riejs/numeros/vol1-num1/art1.pdf
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