El profesor
universitario y activista Christian Felber defiende la democracia soberana para
luchar contra la obsesión por el crecimiento de la actividad económica.
Christian Felber (Salzburgo, Austria, 1972) tiene claro que el sistema
educativo actual se ha convertido en un engranaje más de la máquina capitalista
porque “educa para que cauno busque el éxito por encima del otro”. Felber,
profesor universitario, activista y cofundador del movimiento ATTAC en Austria,
desarma en su último libro ‘Por un comercio mundial ético’ el paradigma del
libre comercio y propone otro: el del comercio ético. Ferviente defensor de la
democracia soberana directa, el profesor reflexiona sobre los valores que
deberíamos anteponer a la “obsesión por el crecimiento de la actividad
económica”. Felber defiende un cambio radical en el modelo económico y en lo
que se conoce como la economía del bien común aboga por sustituir el
Producto Interior Bruto (PIB) como unidad de medida de la riqueza por otro
indicador, el Balance del Bien Común, que prima valores como la justicia
social, la dignidad humana o la sostenibilidad medioambiental.
La ciencia económica se ha deslizado hacia el capitalismo. ¿Está
equivocada?
Está equivocada de
contenido y de nombre. El enfoque predominante actual es el de los objetivos
financieros, el beneficio…De hecho, no es ciencia económica, sino ciencia
crematística. La economía debe tratar, en primer lugar, de la felicidad y el
bienestar de las personas, del bien común. Y el dinero solo debe ser un medio
para ello. Pero si el medio se convierte en el fin, por definición ya no es
economía, sino capitalismo. La economía de verdad pondría todos sus activos en
el bien común.
En la actualidad, se mide el éxito de la sociedad se mide de acuerdo al
éxito de la empresa, pero teniendo en cuenta valores como la competitividad y
no la ética.
Es el dominio del
capitalismo. Es algo anticonstitucional. Repasando las constituciones de los
países democráticos hay unanimidad en que lo importante es el bien común, el
bien general y explican que el capitalismo es un medio para conseguir ese fin.
Y yo me pregunto entonces: ¿Dónde está el balance del bien común que es
obligatorio para las empresas?
Lleva predicando por el bien común desde hace años. Cuando echa la vista
atrás. ¿qué sensación le queda?
Es una cuestión de
tiempo regular el capitalimo y encaminarlo hacia el bien común. Pero es algo que
no sé si lo podremos conseguir en los próximos tres o 30 años. Hago lo que hago
porque me parece justo, correcto y me da libertad para comprometerme por los
valores que considero apropiados. No es el éxito a corto plazo lo que me guía
ni me motiva.
¿Se trata de ganar menos dinero?
Los ricos son los
que tienen que ganar menos, pero los pobres sí deben consumir más. Hay que
repartir los recursos de la tierra de una forma equilibrada entre todos sus
habitantes. Es un derecho humano ecológico. Cada vez que realizamos una compra
habría que abonar un precio ecológico al igual que un precio financiero. Al
igual que nos damos cuenta cuando la cuenta financiera está vacía, si también
hay una cuenta ecológica vacía nos preocuparíamos. La idea es que aquellos que
hoy se están pasando ya no tendrían capacidad de compra ecológica. Pero los que
consumen menos de lo que es posible pueden consumir más.
¿Qué lecciones se han extraído de la crisis?
Desde China a
Estados Unidos, la desigualdad es excesiva, pero no veo ningún parlamento del
mundo que la limite. En cambio, sí que hay parlamentos regionales que caminan
en esa dirección. Por eso hemos propuesto que sean los ciudadanos soberanos los
que tomen la decisión de terminar con la desigualdad. Su deseo es que como
mucho haya una diferencia de 10 a 1 entre el que más cobra y el que menos. En
las cuestiones de limitación de poder, la democracia indirecta fracasa. Para
eso hace falta la democracia directa.
Los políticos tienen miedo a esa fórmula.
No todos. Es una
cuestión de tiempo. La democracia directa no reemplaza a la indirecta. Solo
añade un elemento más, dando a los ciudadanos el derecho de cambiar o, incluso,
vigilar la Constitución.
Parece que la educación también se ha contagiado de los valores del
sistema capitalista, promocionando solo a los mejores.
El problema empieza
con la ciencia económica, que no enseña las alternativas. Hay un pensamiento
único, por eso es una ideología. El problema es que en la escuela primaria y
secundaria en lugar de educar a seres humanos autónomos, con voz propia, con
competencias democráticas, emocionales y de comunicación la tendencia es
producir engranajes para la máquina capitalista.
¿Cómo se puede cambiar?
Los afectados son
los que tienen que intervenir directamente en el sistema educativo. El único
que no está afectado es el Ministerio de Educación y es el que precisamente se
encarga de diseñarlo todo. En la democracia soberana serían los padres, los
estudiantes, los profesores y algunos agentes más los que diseñarían las pautas
del sistema educativo. Seguro que no se planteaban producir engranajes para el
sistema educativo, sin empoderar seres humanos autónomos.
La escuela fomenta la competitividad en la peor acepción del término.
En latín la palabra
competencia significa buscar juntos, pero la escuela está educando para que
cada uno busque el éxito a costa del otro. Justo al contario de los valores
constitucionales, que son la solidaridad y la cooperación.
En su último libro ‘Por un comercio mundial ético’, se pregunta cómo ha
podido el libre comercio convertirse en la religión de nuestra era.
Trato de demostrar
que el libre comercio extremo está destrozando todos nuestros valores. Lo
podríamos llamar comercio neurótico, pero no libre. El comercio ético es una
alternativa porque considera al comercio como un medio para servir al bien
común. Las empresas cuando quieren acceder al mercado mundial ético tienen que
presentar un balance del bien común, en qué medida sirven a los derechos
humanos, al distribución justa, al medio ambiente….Cuanto peor son estos
parámetros menos libre resulta el comercio. Los productos tendrían que mostrar
toda su trayectoria, desde dónde se fabrican hasta los impuestos que la empresa
paga. Todo eso se evalúa y la puntuación que se obtiene del bien común lleva a
aranceles e impuestos diferenciados a las empresas o la prioridad en la
contratación pública.
Algunos países propugnan el libre comercio, pero defienden con firmeza
el proteccionismo.
Proteccionismo es
un término equivocado. Podría significar protección de industrias jóvenes,
tecnologías delicadas encaminadas al bien común, pero no es así. Pero el
proteccionismo se ha convertido en un fin en sí mismo. Es un extremo que no
tiene sentido. Tanto el libre comercio como el proteccionismo adolecen de los
mismos excesos. El comercio puede ser beneficioso y la protección también, pero
el comercio en sí mismo no es una finalidad, como tampoco lo es el cierre de
las fronteras.
Nadie parece dispuesto a regular el poder de las empresas transnacionales.
La fuerza de esas
empresas radica en que ni los gobiernos ni los parlamentos están dispuestos a
limitar su poder. Seguro que los ciudadanos soberanos lo harían sin vacilar,
pero no tienen esa capacidad porque carecen de derechos. Y eso de la democracia
representativa a menudo no funciona.
¿La globalización es buena o mala?
Es un medio. A
veces, mercados globalizados pueden aportar ventajas, pero lo más importante es
tener una economía local o regional estable, resistente y democráticamente controlable.
Después podremos ampliar relaciones internacionales. Abrir las fronteras al
máximo puede tener efectos nefastos, que pueden ir desde la erradicación de
industrias regionales hasta la corrupción total y el acaparamiento regulador de
los parlamentos.
¿La figura del arancel es mala por sí misma?
Puede ser neutral,
lo mismo que el interés o el impuesto. Ningún economista dirá que el impuesto
es malo de por sí. Son herramientas de la política económica. El arancel es un
instrumento para encauzar y dosificar las relaciones comerciales. A veces
queremos más comercio porque ayuda al bienestar de las personas, pero en otras
ocasiones un exceso de comercio puede perjudicar. Para que un país no se cierre
a las importaciones y promueva sus exportaciones obteniendo un superávit, un
comercio ético se obligaría a balances equilibrados y no se aumentarían los
aranceles. El límite es no obtener un superávit comercial a costa del otro.
Por Eduardo Azumendi
Fuente
https://kaosenlared.net/la-escuela-es-un-engranaje-del-capitalismo-educa-para-que-cada-uno-busque-el-exito-a-costa-del-otro/