CUERPO
Freire
(1978) registró su primer encuentro con África, en Cartas a Guiné-Bissau, en que las “mínimas cosas” comenzaron a
hablarme, a hablar de mí”. Él escribe que viendo el balanceo del cuerpo de las personas al caminar por las
calles, su sonrisa disponible a la vida, los tambores sonando en el fondo de la
noche, sus cuerpos bailando y al hacerlo, diseñando el mundo, la presencia entre
las masas populares, de expresión de su cultura que no consiguieron matar los
colonizadores…”. Podemos ver la comprensión del cuerpo como cultura graficada
en Pedagogia da esperança (1987),
cuando llegó de su exilio: “Cuerpo mojado de historia de marcas culturales, de
recuerdos, sentimientos, de dudas, de sueños rasgados, pero no deshechos”.
Algunos
años después, Freire (1991, p. 92), al dialogar con Gadotti, enfatiza la idea
de que la educación debe ser comprendida como posibilidad histórica que posee sus
límites y propone que el cuerpo sea comprendido así:
Es lo que yo hago, o mejor, lo que yo hago hace mi
cuerpo. Lo que me parece fantástico en todo eso es que mi cuerpo consciente
está siendo porque hago cosas, porque actúo, porque pienso. La importancia del
cuerpo es indiscutible; el cuerpo se mueve, actúa, rememora la lucha de su
liberación. Finalmente, el cuerpo desea, apunta, anuncia, protesta, se curva,
se yergue, diseña y rehace el mundo. Ninguno de nosotros, ni tú, estamos aquí
diciendo que la transformación se hace a través de un cuerpo individual. No.
Porque el cuerpo se construye socialmente.
La
posibilidad de transformación de un cuerpo por la acción se construye
socialmente como fue anunciado arriba. Ya Mounier (1950) habla de una
existencia encarnada, en la que las experiencias del existir subjetivo y del
existir corporal no pueden suceder de forma separada. Las dos son esenciales
para una vida como persona. Para comprender mejor, nos valemos del siguiente
fragmento:
No puedo pensar sin ser, ni ser sin mi cuerpo: a
través de él me expongo a mí mismo, en el mundo, a los otros. A través de él
escapo a la soledad de un pensamiento que no sería más que un pensamiento de mi
pensamiento. Negándome a entregarme a mí mismo, enteramente transparente, me
lanza fuera de mí sin cesar, en la problemática del mundo y en las luchas del
hombre. A través de las solicitudes de los sentidos, me lanza al espacio. Por
medio de su envejecimiento me enseña el tiempo. A través de su muerte me lanza
a la eternidad. (p. 51)
Como esos
autores, Freire (1996) demuestra que es importante repensar el cuerpo en la
educación, que se construye socialmente, como los conocimientos. Se debe buscar
nuevas formas de relaciones sociales, en que el hombre, la mujer, los niños,
puedan constituirse como personas capaces de lanzarse hacia fuera de sí,
interfiriendo en el mundo, transformándose.
Ya McLaren
(1991) afirma que toda práctica social, incluyendo la de ser escolarizado,
exige el cuerpo. Si los cuerpos se construyen mediados por la historia, y por
ello están cargados de los valores de la sociedad en la cual están insertos, es
necesario que la educación parta de la realidad de los educadores, de las
educadoras, de los niños, pero que no se limite a ella. Es necesario que la
escuela actúe en el sentido de considerar la importancia del cuerpo. En fin,
que sea capaz de construir una corporeidad solidaria.
Probablemente
podamos pensar en una sensibilidad dialógica, mediante un cuerpo-cuerpo
consciente como lo llama Freire (1991, p. 92) como posibilidad de “El acto
riguroso de saber el mundo de la capacidad apasionada de saber. Yo me apasiono
no sólo por el mundo, sino por el propio proceso curioso de conocer el mundo”.
Freire
(1987) indica que el cuerpo, en la concepción “bancaria” de educación, está al
servicio de la dominación, mientras que en la perspectiva problematizadora, él
actúa en la liberación que supera la contradicción educador-educando. La
“bancaria” mantiene la contradicción.
En
un diálogo con Nogueira y Lopez (1996), Freire comenta que
El cuerpo humano exige reflexiones de tal contenido al
que yo denominaba epistemológicos. La corporeidad es un tipo de conciencia que
se basa en una entereza consigo misma. Y eso se expresa al desarrollarse en las
enterezas. Eso se expresa en las interacciones con los otros, con los objetos y
con otros Seres Humanos. No solo conciencia de mí mismo que me sugiere la
conciencia del entorno, sino, pienso, la conciencia de volverse entero del
Mundo y con el Mundo, que permite crear nociones de “yo consciente”. (p. 19)
En otro
sentido, la educación debe configurarse como un proceso apasionado de conocer
el cuerpo, el movimiento, las emociones, para que al conocerlos, puedan
establecerse nuevas relaciones con el propio cuerpo, con las personas y con el
mundo, para romper las amarras en la “alegría de vivir” como Freire (1993, p.
63), que nos hace una invitación: “Es mi entrega a la alegría de vivir, sin que
esconda la existencia de razones para la tristeza”.
Autor
Márcio
Xavier Bonorino Figuereido
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