La distorsión deliberada de una realidad ha encontrado su sitio en discursos en los que los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales. La posverdad ha entrado en nuestro día a día y nos ha mostrado que, si no hacemos un trabajo conjunto para detener esta expansión generalizada de la mentira, cuando algo aparente ser verdad será más importante que la propia verdad.
En esta era de posverdades y trumpismo, de
postmodernismo y populismo, de mentiras repetidas mil veces y convertidas en
verdades, queremos poner un poco de cordura y para ello hablamos con Mario
García de Castro, profesor Titular del Departamento de Ciencias de la
Comunicación y Sociología en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid.
Expone en su último artículo en The
Conversation que «la hegemonía del subjetivismo cultural ha
sido la base de la nueva autocracia digital», ¿se trata de un problema global?
¿qué porcentaje de culpa tienen las redes sociales en esta situación?
La hegemonía de este subjetivismo o relativismo
cultural que tienen estos nuevos populismos autocráticos está basada, en el uso
potenciador de la tecnología digital a través de su expresión mediática. Con
esos potenciadores desarrolla sus interpretaciones sectarias de los propios
hechos factuales. Esto se aprecia tanto en América, sur y norte, no solo USA,
también en Brasil, México, Venezuela, como en Europa, no solo Hungría y
Polonia, también han emergido estos movimientos populistas radicales en Reino
Unido, Italia, o en fuerzas políticas concretas en Francia o España, por no
hablar de Asia o de los países de la órbita rusa. Por tanto, claro que es
tendencia histórica global. Es una regresión histórica que desde las bases
masivas que ofrece la tecnología digital desarrolla fórmulas políticas
autoritarias que persiguen la devaluación del sistema democrático.
El periodista debe volver a reivindicar y practicar
la necesidad de la objetividad, la neutralidad y la independencia,
Pero desde luego esto no quiere decir que sean las
redes sociales las responsables, como tampoco fue la radio propagandista del
nazismo de Goebbels la responsable del nazismo. Pero ahora resulta que son el
mejor instrumento mediático tanto para las fake news, la
radicalización de la polarización política, o las actuales teorías
negacionistas o conspirativas. QAnon o los Proud Boys son bastante
inconcebibles sin las redes sociales. El medio es el mensaje, pero sería una
barbaridad entender las redes como las responsables de estos movimientos
neofascistas. Usadas con propósitos decentes aportan inédita transparencia al
sistema mediático.
¿Por qué en este
aspecto considera que Trump es el producto perfecto?
El trumpismo como movimiento político es el
paradigma perfecto de este nuevo populismo que ha utilizado las técnicas de la
posverdad para potenciarse hasta llegar a la presidencia de los Estados Unidos.
No olvidemos que ahora, aunque ha perdido la
presidencia Trump ha obtenido 11 millones de votos más que hace cuatro años. Y
lo es porque la cultura anglosajona que ofreció los mejores ejemplos del
periodismo independiente o de la independencia y separación de los poderes,
también ha resultado ser la vanguardia de este neofascismo sustentado en la
desconfianza emocional en las instituciones democráticas y el conocimiento
científico. Trump y sus seguidores son auténticos emboscados, como otros
líderes mundiales, que desacreditan, por ejemplo, esa compensación de poderes o
la neutralidad de las instituciones.
Eduardo Inda, uno
de los referentes españoles de la verdad una vez declaró que para colar
mentiras tan sólo «hay que generar sentimientos en los receptores, una vez ahí
puedes colarle no solo una, sino millones de mentiras», ¿qué hay de cierto y
cuál es la estrategia informativa de estos medios?
Pues es realmente lo contrario a lo que advertía
Ryszard Kapuscinski sobre el buen periodismo al afirmar que los cínicos no
sirven para este oficio. Pero Kapuscinski no tuvo en cuenta que el
posmodernismo había invadido hace mucho los medios de comunicación, las
universidades, la vida cultural y acabó convirtiéndose en un estado de ánimo
que ofrecía prestigio intelectual al cinismo y al nuevo relativismo político.
La afirmación de que “los hechos no existen, solo
las interpretaciones”, ha acabado propiciando que la razón la tengan los más
pérfidos, fuertes o los poderosos que siempre tienen la última palabra. El
posmodernismo, la filosofía cuántica, y al final el show business ha
acabado imponiendo la supremacía de la ironía y del “divertirse hasta morir”,
como dijo Neil Postman. Si todo es opinable también las verdades incómodas se
pueden transformar fácilmente en opiniones, y así se oscurece fácilmente la
realidad que no interesa, como estudió Hannah Arendt.
«Mientras que el posmodernismo se extendió a través
de la televisión, la posverdad lo hace a través de las redes digitales. ¿Por
qué? Porque en esto se ha basado siempre el ejercicio del poder, de la
voracidad del capitalismo o del autoritarismo político totalitario»
La serie La Voz Más Alta cuenta la historia de
Roger Ailes, el productor de televisión transformado en fundador y presidente
de la cadena de noticias de Murdoch y finalmente denunciado acosador sexual por
sus empleadas. Ailes tuvo que abandonar Fox pero mantuvo su lema de cabecera
hasta llevar a Trump a la Casa Blanca: “Hay muchas personas que no saben qué
creer. Si les dices qué tienen que pensar las pierdes, pero si les dices lo que
tienen que sentir son tuyas”. La historia de ese productor de televisión metido
a director informativo representa a la perfección la mutación en el antiguo
paradigma televisivo entre información y entretenimiento. En los últimos cinco
minutos del cuarto episodio de la serie de Showtime, Alies enarbola su leyenda
ante sus pupilos: “No seguimos las noticias, creamos las noticias. Cambiamos el
mundo. El periodismo es historia y la historia la escriben los vencedores”.
¿Cómo hemos
llegado a esto? ¿Por qué o con qué intereses se ha buscado?
Aunque los antropólogos nos han demostrado que
siempre ha permanecido más o menos mitigada la permanente voluntad política de
la desinformación como manipulación interesada de la realidad, el filósofo
italiano, Mauricio Ferraris, ha estudiado cómo en este nuevo populismo hay un
salto histórico, el que va del posmodernismo televisivo a la posverdad digital
de las redes. De este modo, mientras que el posmodernismo se extendió a través
de la televisión, la posverdad lo hace a través de las redes digitales. ¿Por
qué? Porque en esto se ha basado siempre el ejercicio del poder, de la
voracidad del capitalismo o del autoritarismo político totalitario.
Como decía, se trata de un nuevo populismo de uno u
otro signo cuyas fórmulas autoritarias se apoyan precisamente en la cultura
digital, porque sus comunicaciones están fundadas preferentemente en los
sentimientos o las emociones de las audiencias por encima de los datos
empíricos.
¿Qué relación
guarda con la filosofía de finales del siglo XX?
La base intelectual de la era de la posverdad está
en la filosofía posmoderna de finales del XX, que estudiaron los filósofos
franceses del grupo de Foucault, Lyotard, Derrida, o Braudillard. Sus ideas
partían de la consideración de una sociedad más pluralista que tenía que reconocer
a múltiples agentes de género, de minorías étnicas, etc. Ahí se empieza a
cuestionar el concepto mismo de realidad objetiva con lo que también se
cuestiona la noción de verdad, porque su terreno natural del final del siglo
era la ironía, las apariencias, el distanciamiento y la fragmentación, como
reacción a las verdades absolutas que habían arrojado tanta violencia en el
sangriento siglo XX.
Inspirado por el estalinismo, el nazismo y el
imperialismo capitalista, George Orwell dibujó el futuro del totalitarismo. Los
protagonistas eran el abuso del poder, la manipulación de la realidad por los
medios de comunicación y la expansión de la tecnología: el Gran Hermano. Los
medios, y especialmente la televisión, son los grandes protagonistas de 1984.
Algo parecido hizo la escritora judía Anna Harendt,
al escribir Los orígenes del totalitarismo, quien coincidió con Orwell en
identificar los mecanismos de control: si todos aceptan la mentira impuesta por
el Partido, la mentira pasará a la historia y se convertirá en verdad. Lo
llamaron “control de la realidad” o el “doblepiensa”.
¿Cómo puede se
debe/puede combatir ese pseudoperiodismo?
El oficio de informador debe volver a reivindicar,
frente a la propaganda y la manipulación política, el realismo. El periodista debe
volver a reivindicar y practicar la necesidad de la objetividad, la neutralidad
y la independencia, y a través de su ejercicio volver a adquirir la
credibilidad perdida.
¿Cómo podemos
diferenciar qué es verdad y qué opinión?
Antes delimitábamos muy bien entre información y
comunicación. El infotainment es híbrido, mezcla los bucles de
imágenes, los directos, las entrevistas, los debates y los concursos. Los
nuevos usuarios ya no distinguen entre los noticieros clásicos y los programas
de infotainment.
La inflación de la oferta informativa, la
liberalización de la televisión y sus contenidos que imitan la realidad han
acabado convirtiendo el mundo en una ficción. A través de la proliferación de
los talks shows, el infotainment ha consolidado
ese nuevo paradigma de que no hay hechos solo opiniones. Pero debajo de
cualquier manipulación sigue existiendo lo que solo son hechos veraces,
aquellos que pueden ser captados por objetivos honestos, las cámaras
documentales, los ojos observadores.
Esta hibridación del posmodernismo ha llegado a
difuminar cualquier límite entre la información y entretenimiento, entre lo
subjetivo y lo objetivo. Sin embargo, debemos de distinguir al menos en la
docencia o en la educación entre la realidad y lo ficticio, lo real y lo falso,
que es como la verdad y la mentira. Hay algo deliberado de ocultamiento en la
mentira que el ciudadano debe conocer. Hay que volver a distinguir la
comunicación de la información.
¿Todo esto puede
tener que ver con rechazar una teoría materialista de la realidad para
abordarla desde un supuesto relativismo?
Con la preeminencia de la opinión sobre la
información de los hechos, resulta que todo es relativo. Una opinión legitima
la contraria. El negacionismo de los efectos de la pandemia o responsabilizar a
los emigrantes de ella. La victimización de los discursos nacionalistas.
Resulta indiferente si dicen la verdad o mienten. Ya no cabe la distinción
entre verdad y mentira porque todo acaba siendo opinable. El resultado no es
solo la banalización de la realidad sino el involucionismo o el regreso de la
propaganda frente a la información de los hechos. La intoxicación de la
realidad como norma.
Fuente e imagen:
https://nuevarevolucion.es/entrevista-a-mario-garcia-de-castro-el-posmodernismo-ha-invadido-los-medios-de-comunicacion-las-universidades-y-la-vida-cultural/
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