lunes, 13 de abril de 2015

Aprender y enseñar con sentido

¿Qué sentido tiene “enseñar”? ¿Cómo se mezclan el malestar con la esperanza en el docente? En estos párrafos, el autor aborda con mucha agudeza las dificultades que debe superar el docente.


He ejercido la profesión docente desde hace 45 años, podría parecer que ya sé lo que significa ser maestro, pero ni de casualidad: siempre necesitamos interrogarnos sobre nuestro oficio, sobre la vida profesional del maestro. Cuestionarnos sobre nuestra profesión implica preguntarnos sobre el aprendizaje de nuestros alumnos. Debemos preocuparnos permanentemente por el aprendizaje de nuestros alumnos, y eso depende de la respuesta que damos cuando se nos pregunta sobre el sentido de nuestro trabajo.

Desde hace mucho tiempo he estado reflexionando sobre el sentido de mi profesión. En Internet publiqué un texto con el título “Belleza de un sueño: enseñar y aprender con sentido”. Varias instituciones y organizaciones, tanto brasileñas como extranjeras, lo difundieron de varias formas, bien sea en libros o artículos, ese pequeño texto fue uno de los que me causó más alegría por el modo en que fue recibido. Recibí muchos mensajes de cariño a partir de ese texto y aquí aprovecho para retomar algunas de las ideas que desarrolle en él.

Paulo Freire fue mi inspiración para escribir el libro Belleza de un sueño. En Pedagogía de la autonomía, Freire nos habla de la “belleza de ser gente”, de la belleza de ser maestro: “enseñar y aprender no pueden salir de la búsqueda, la belleza y la alegría”. Freire llama la atención sobre la necesidad del componente estético en la formación del educador. Escogí un título que habla de sueño de sentido, que quieren decir la misma cosa. “Sentido” quiere decir camino no recorrido pero que se desea recorrer, por ende, significa proyecto, sueño, utopía. Aprender y enseñar con sentido es aprender y enseñar con un sueño en la mente. La pedagogía nos sirve de guía para cumplir ese sueño.

En 1980, Paulo Freire, a su regreso tras 16 años exilio, se reunió con un gran número de profesores en Belo Horizonte, estado de Minas Gerais. En su plática, habló de la esperanza, del “sueño posible”, del temor que sentía al pensar en aquellos y aquellas que “pierdan su capacidad de soñar, de inventar su valor de denunciar y anunciar”, aquellos y aquellas que, “en lugar de visitar de vez en cuando o mañana, el futuro, por el profundo compromiso con el hoy, con el aquí y el ahora, que en lugar de hacer ese viaje constante al mañana se amarren a un pasado de exploración y rutina”.

Paulo Freire nos hablaba de la “belleza” del sueño de ser maestro de tantos jóvenes de este planeta. Si el sueño pudiese ser el mismo para muchas personas, entonces, dejaría de ser un sueño y se volvería realidad. La realidad, sin embargo, dista mucho del sueño. Muchos de mis alumnos y alumnas, bien sea en Pedagogía o en la Licenciatura, no piensan dedicarse a los salones de clase. Muchos manifiestan poco interés en continuar con la carrera docente, incluso a pesar de estar en una carrera de formación de maestros. Las condiciones concretas del ejercicio de la profesión influyen mucho en esta decisión. Se preparan para ser maestros, pero luego ejercerán otra profesión.

Y educadores en el mundo somos bastantes: 50 millones, además, estamos organizados y habrá algo que podamos hacer para cambiar el orden de las cosas, incluso cambiar el sentido mismo de lo que somos y hacemos. Según Jacques Delors, “la profesión docente cuenta con una las organizaciones más sólidas del mundo y los sindicatos de educadores pueden desempeñar —y desempeñan— un papel muy influyente en varios dominios”. Somos muchos, estamos organizados, pero pasamos por una gran y profunda crisis de identidad.

En innumerables conferencias que he dado a muchísimos docentes dentro y fuera del país, además de constatar un enorme malestar entre ellos, el cual se mezcla con decepciones, irritación, impaciencia, escepticismo, perplejidad, paradójicamente, he comprobado que todavía existe mucha esperanza. La esperanza sigue alimentando a esta profesión tan difícil. Existe un anhelo por entender mejor la razón por la cual es tan difícil educar hoy en día, hacer aprender, enseñar, ansías se saber qué hacer cuando todas las fórmulas gubernamentales no pueden dar respuesta al problema. La mayoría de estos docentes, con la disminución drástica de los salarios, con la pérdida de valor de la profesión y el continuo deterioro de las escuelas —suelen parecer más cárceles que escuelas— salen en busca de más cursos y conferencias que les den respuesta sobre lo que no encontraron en la formación inicial, ni tampoco en su práctica actual.

Pocas son las veces en que encuentran respuesta en estos cursos y conferencias. La mayoría de las veces, o se topan con fórmulas tecnocráticas que causan aún más frustración, o se encuentran con profesionales de la “pedagogía de ayuda”, que encantan con sus bellas y seductoras palabras, hacen reír a las audiencias más numerosas en medio de una catarsis colectiva, pero regresan a sus escuelas tan vacías como antes, después de presenciar el show de estos falsos predicadores de la palabra. Regresan con las mismas preguntas: ¿Qué estoy haciendo aquí?; ¿Por qué no busco otro trabajo?; ¿Para qué sufrir tanto?; ¿Por qué y para qué ser maestro?

Si bien, por una parte, la transformación en las condiciones objetivas de nuestras escuelas no depende sólo de nuestro desempeño como profesionales de la educación, por la otra, creo que si no se produce un cambio en la propia concepción de nuestra profesión esa transformación no ocurrirá en el corto plazo. Mientras nosotros construimos un nuevo sentido para nuestra profesión, sentido éste que está ligado a la función misma de la escuela en una sociedad aprendiente, ese vacío, esa perplejidad, esa crisis habrá de continuar.
Esencialmente, ser maestro hoy no es ni más difícil ni más fácil que serlos hace algunas pocas décadas. Es diferente, sí. Frente a la velocidad con que la información nace, se mueve, envejece y muere; frente a un mundo que atraviesa por cambios constantes, el papel del maestro viene cambiando, tal vez no en la esencial tarea de educar, pero al menos en la tarea fundamental de enseñar, de guiar el aprendizaje y también en su propia formación que se volvió aparentemente necesaria. —¿“Ser maestro”, no será “un oficio en riesgo de extinción?—se pregunta Luiza Cortesão (2002).

—Sí, un cierto tipo de maestro está en riesgo de extinción, responde ella. Aquel funcionario eficaz y competente podrá existir, pero tendrá que renunciar a su función de maestro. Ella plantea que hoy existe una marcada contradicción entre el maestro en blanco y negro, el maestro “monocultural”, bien formado, seguro, claro, paciente, trabajador y distribuidor de saberes, eficiente, exigente… y el maestro “intermulticultural”, que no es un “daltónico cultural”, que percibe la heterogeneidad, que es capaz de investigar, de ser flexible y recrear contenidos y métodos, capaz de identificar y analizar problemas de aprendizaje y responder a las diferentes situaciones educativas. Uno no se pregunta por qué ser maestro, simplemente, cumple órdenes, currículos, programas, pedagogías. Otro se cuestiona sobre su papel. Uno está centrado en los contenidos curriculares, otro en el sentido de su oficio. Sí, un cierto tipo de maestro está en riesgo de extinción y eso es muy bueno.

— ¿Qué significa ser maestro hoy en día?
— Ser maestro actualmente es vivir intensamente su tiempo con conciencia y sensibilidad. No se puede concebir un futuro para la humanidad sin educadores. Los educadores, dentro de una visión emancipadora, no sólo transforman la información en conocimiento y en conciencia crítica, también se encargan de formar personas. Frente a los falsos predicadores de la palabra, de los mercaderes de la educación, ellos son genuinos “amantes de la sabiduría”, los filósofos de los que nos hablaba Sócrates. Ellos hacen fluir el saber —no el dato, la información, el conocimiento puro— porque construyen sentido para la vida de las personas y para la humanidad y buscan, juntos, un mundo más justo, más productivo y más saludable para todos. Es por ello que los educadores son imprescindibles.

El poder del maestro está tanto en su capacidad de reflexionar críticamente sobre la realidad para transformarla, como en la posibilidad de formar un colectivo para luchar por una causa común. Paulo Freire insistía en que la escuela transformadora era la “escuela del compañerismo”, por eso su pedagogía es una pedagogía del diálogo, de los intercambios, del encuentro, de las redes solidarias. “Compañero” viene del latín y significa “aquel que comparte el pan”. Por lo tanto, estamos hablando aquí de una postura radical que al mismo tiempo es crítica y solidaria. A veces somos sólo críticos y perdemos el cariño de los otros por falta de compañerismo. Como dice Francisco Imbernón, “para superar la crisis de la escuela, primero debemos hablar sobre lo que resulta obvio, justificando así no buscar opciones o, lo que es lo mismo, actuar como Freire, pasando de la cultura de la queja a la cultura de la transformación”.

Una de las expresiones más tristes que he escuchado, la oí una vez de cierta alumna, maestra del sistema de educación pública, que tras haber realizado un análisis extremadamente pesimista sobre la escuela donde daba clases dijo: “en vista de tantas dificultades, lo único que hago es prender el piloto automático e ir a la escuela”. Decía que no sentía ningún tipo de ánimo, voluntad o satisfacción con la profesión y que sólo estaba allí porque no tenía otra opción. El maestro no se define por su función, por su papel, sino por su misión. Si el maestro se considera a si mismo como una parte más de la máquina educativa es porque renunció a si mismo como persona, como ser humano; se rindió, mató al niño curioso que latía dentro de él. Así no puede enseñar jamás.

Será imposible superar las condiciones actuales de la profesión sin un profundo sentimiento de compañerismo, sin sembrar paz y sustentabilidad en la escuela. Lo único que alcanzaremos luchando solos será la frustración, la falta de ánimo y el lamento. Allí radica el sentido profundamente ético de esta profesión. En el fondo, para enfrentar a la barbarie neoliberal en la educación aún es válida la tesis de Marx de que el “educador debe ser educado”, educado para la construcción histórica de un sentido nuevo sobre su función.
Escribo estas reflexiones tomando como inspiración la Pedagogía de la autonomía de Paulo Freire. En este su último libro, él trabajo principalmente la ética y la estética del ser maestro: lo que él debe saber y cómo debe ser para ser maestro.

Paulo Freire soñaba con una nueva sociedad, un mundo donde todos tuviesen lugar, no un mundo hecho para algunos pocos. La educación puede dar un paso en dirección hacia ese otro mundo posible si enseña a las personas un nuevo paradigma del conocimiento, con una visión del mundo donde todas las formas de conocimiento tengan su espacio, si se dota a los seres humanos de generosidad epistemológica, un pluralismo de ideas y concepción que se convierte en la gran riqueza de saberes y conocimientos de la humanidad.

Creo que todavía existe en la comunidad humana una reserva enorme de altruismo y solidaridad, un dique que el educador necesita conocer y materializar para romper las barreras del pensamiento represado. Educar es dar poder, más que enseñar se necesita reconquistar, o mejor aún, enseñar, en este contexto, es reconquistar, despertar la capacidad de soñar, despertar la creencia de que es posible cambiar el mundo. Por esto es que esta profesión es insustituible. No podemos concebir un futuro sin ella, no podemos imaginar un futuro sin maestros. Con respecto a esto, creo firmemente en las palabras de Rubem Alves en carta enviada a algunos amigos a finales de 2001: “Enseñar es un ejercicio de inmortalidad. De alguna forma continuamos viviendo en aquellos ojos que aprendieron a ver el mundo a través de la magia de nuestra palabra. De esta manera, el maestro no muere jamás…

A esta altura muchos lectores y lectoras se estarán preguntando si tal vez no estoy idealizando la figura del profesor, ignorando totalmente la estructura caótica que el estado capitalista impuso a las redes y sistemas de enseñanza, la cual termina culpando al maestro por los fracasos de la escuela. Estoy de acuerdo en que el escenario no es optimista, no podría ignorar esa realidad. Por el contrario, necesitamos encender nuevamente ese sueño de ser maestro justamente para combatir ese estado de las cosas. Necesitamos reafirmar el sueño precisamente, como nos dice Paulo Freire, para hacer frente “a la maldad neoliberal, al cinismo de su ideología fatalista y a su rechazo inflexible al sueño y la utopía”. Salir del plano ideal hacia la práctica no es abandonar el sueño para actuar, sino para reaccionar en función del sueño, en función de un proyecto de vida y de escuela, del mundo posible, del planeta… de un proyecto de esperanza.




Autor
Moacir Gadotti
La Escuela y el Maestro
Paulo Freire y la pasión de enseñar


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