¿En qué consiste la “Colonialidad”? ¿A
qué apunta la
“Decolonialidad”? ¿De qué se trata la “Colonialidad del
poder”? ¿Cuál es la función legitimadora del saber? ¿Cuál es el sentido de la
Colonialidad del ser? ¿Cómo se expresa la “Colonialidad de la
naturaleza”? ¿Qué rol desempeñan los sistemas educativos?
El Banco Mundial, el “Vaticano del desarrollo
internacional”, fue el heredero tanto de los discursos coloniales, sobre lo que
vendría a ser conocido como “países del Tercer Mundo”, como de funcionarios de
las antiguas administraciones coloniales que estaban desapareciendo. (Ribeiro)
[…] la anarquía económica de la sociedad capitalista, tal como
existe hoy, es, en mi opinión, la verdadera fuente del mal. (Einstein)
Los conceptos de colonialidad y decolonialidad transcienden
los conceptos de colonización y descolonización, facilitando insurgencias
políticas y epistémicas que emergen principalmente en América Latina. El
“colonialismo” se refiere a la colonización territorial por imperios de Europa
occidental con la conquista del “Nuevo Mundo”. Por lo tanto, la
“descolonización” fue el proceso político realizado para poner fin a esta
colonización —posesión— territorial iniciada en 1492 para viabilizar la
expansión del capitalismo emergente. Sin embargo, simultáneamente hubo otro
tipo de colonización: del poder, del saber, del ser y de la naturaleza.
“Colonialidad” es el concepto que traduce este tipo de colonización, que
sobrevivió a la colonización territorial y condiciona la geopolítica
internacional y las relaciones intrarregionales en el mundo, como se tuvieran
validad universal, a pesar de que fue concebida desde una realidad muy
particular, los centros de poder/saber, para ser impuesta en diferentes
contextos, impidiéndonos de aprender, inventando desde lo local, para que
pereciéramos imitando desde lo global (Mignolo).
Pensadores desobedientes de América Latina han concebido la
colonialidad como el otro lado —oculto— de la modernidad occidental que
instituyó y todavía sostiene, desde la conquista, los patrones de poder sobre
la raza, el saber, el ser y la naturaleza. Por eso, la descolonización significó
el proceso de superación de la colonización territorial —posesión colonial—
mientras que la “decolonialidad” significa el proceso cultural de superación de
la colonialidad del poder, del saber, del ser y de la naturaleza. La
decolonialidad es una especie de descolonización —ontológica, epistemológica,
metodológica y axiológica— cultural que rompe con las cadenas mentales
(culturalmente invisibles) que nos mantienen rehenes de la visión y pensamiento
—eurocéntricos/norteamericanos— que “naturalizan” los varios patrones globales
de poder que operan sobre la raza, el saber, el ser y la naturaleza. Es la
coordinadora del doctorado en estudios culturales, de la Universidad Andina Simón
Bolívar, sede Ecuador, quien nos aclara la emergencia y relevancia de la
perspectiva decolonial:
Un punto de partida […] se encuentra en los orígenes y el
desarrollo de la modernidad y en el colonialismo y el capitalismo como sus
partes constitutivas. Entendemos modernidad no como fenómeno intraeuropeo sino
desde su dimensión global, vinculada con la hegemonía, periferización y
subalternización geopolítica, racial, cultural y epistémica que la modernidad
ha establecido desde la posición de Europa como centro. La colonialidad es el
lado oculto de la modernidad, lo que articula desde la conquista los patrones
de poder desde la raza, el saber, el ser y la naturaleza de acuerdo con las
necesidades del capital y para el beneficio del blanco-europeo como también de
la élite criolla. La modernidad/colonialidad […] sirve, por un lado, como
perspectiva para analizar y comprender los procesos, las formaciones y el
ordenamiento hegemónicos del proyecto universal del sistema-mundo [moderno/
colonial] y, por otro lado, para visibilizar, desde la diferencia colonial, las
historias, subjetividades, conocimientos y lógicas de pensamiento y vida que
desafían esta hegemonía. Dentro de la colonialidad podemos distinguir [4]
esferas […] de operación que, a partir de su articulación, contribuyen a
mantener la diferencia colonial y la subalternización: [el poder, el saber, el
ser y la naturaleza]. (Walsh)
La decolonialidad desvela la génesis histórica de las
premisas modernas, la intención política de los actores que crearon,
diseminaron y se beneficiaron de dichas premisas, el lugar geográfico desde el
cual dichos actores enunciaron sus verdades y los procesos institucionales a
través de los cuales éstas fueron diseminadas, penetraron y todavía domestican
nuestro imaginario, pautando la mayoría de nuestras decisiones y acciones. Para
realizar una decolonialidad del poder, del saber, del ser y de la naturaleza,
un camino efectivo es romper con la “educación para el desarrollo” y construir
una “educación para la vida”, a partir de una pedagogía decolonial que
desarrolle la “descolonización ontológica, epistemológica, metodológica y
axiológica” necesaria para formar ciudadanas y ciudadanos que piensen crítica,
creativa y propositivamente. La educación (neo)colonial (de)forma seguidores de
caminos, receptores de respuestas concebidas por los “superiores” para
memorización por los “inferiores”, rehenes de la colonialidad del poder, del
saber, del ser y de la naturaleza.
La colonialidad del
poder
América se ha revelado siempre y sigue revelándose impotente
en lo físico como en lo espiritual. Estos pueblos de débil cultura perecen
cuando entran en contacto con pueblos de cultura superior y más intensa. Los
americanos viven como niños que se limitan a existir, lejos de todo lo que
signifique pensamientos y fines elevados. (Hegel )
Es necesario […] aceptar como principio y punto de partida
el hecho de que existe una jerarquía de razas y civilizaciones, y que nosotros
pertenecemos a la raza y a la civilización superior. La legitimación básica de
la conquista de pueblos nativos es la convicción de nuestra superioridad, no
simplemente nuestra superioridad mecánica, económica y militar, sino nuestra
superioridad moral. Nuestra dignidad se basa en esta calidad, y ella funda
nuestro derecho de dirigir el resto de la humanidad. (Jules Harmand)
Quijano nos brinda con su concepto de colonialidad del
poder, que expresa la estructura global de poder creada por el colonizador para
controlar la subjetividad de los pueblos colonizados. La invasión del
imaginario del Otro y su occidentalización se dio a través de un discurso
—moderno/colonial— que idealmente destruye el imaginario del Otro, mientras
reafirma el propio. En el centro de su núcleo ideológico está la idea de raza.
Existen razas superiores e inferiores, lo que da a la raza superior el derecho
a la dominación y exige de las razas inferiores la obligación de la obediencia,
según el “derecho del más fuerte” criticado por Rousseau. Desde la era colonial
hasta hoy, este patrón de poder —que vincula la raza, el control del trabajo,
el Estado y la generación de conocimiento— mantiene una jerarquía de
identidades sociales con el varón blanco en la cima y los indios y negros en
los peldaños finales, mantenidos como identidades homogéneas y negativas
(Walsh). Para eso, los imperios antiguos contaron con el apoyo de filósofos,
como Immanuel Kant, y de científicos, como Karl von Linnaeus, lo que continúa
siendo una práctica de los imperios modernos.
Género original: blanco; Primera raza: muy rubio (Europeos)
de frío húmedo; Segunda raza: rojo cobrizo (Americanos [los indígenas de Abya
Yala, América]), de frío seco; Tercera raza: negra (Africanos) de calor seco;
Cuarta raza: amarillo olivo (Indios [asiáticos]) de calor seco. En países
cálidos el ser humano madura antes, pero no alcanza la perfección de las zonas
templadas. La humanidad existe en su mayor perfección en la raza blanca. Los
negros son inferiores, pero los más inferiores son los pueblos americanos [los
indígenas de Abya Yala]. Los […] amarillos son los que tienen una cantidad
menor de talento. (Kant)
En la geografía social del sistema capitalista emergente,
nace una división racial del trabajo en la cual la esclavitud es la ocupación
exclusiva del negro, la servidumbre es la ocupación obligatoria del indígena y
el trabajo asalariado es casi un monopolio de los blancos. El Estado moderno
hace la gestión de la colonialidad del poder. Así, la colonialidad del poder es
una estructura hegemónica global de poder y dominación que articula raza y
trabajo, espacios y personas, de acuerdo con las necesidades del capital y para
el beneficio de la raza superior. En América Latina, las relaciones,
significados y prácticas derivadas del concepto de colonialidad del poder son
articulados y promovidos en el discurso del desarrollo reproducido por los
sistemas formales de educación, comunicación, cooperación e innovación. Los
imperios actuales ya no sienten la necesidad de disfrazar su “agenda oculta”,
como los representantes del gobierno de los Estados Unidos en la segunda mitad
del siglo XX: “Uno de los principales
objetivos de nuestro gobierno es asegurar que los intereses económicos de los
Estados Unidos se extiendan en una escala planetaria” (Madeleine Albright)
La colonialidad del
saber
[…] quisiera empezar con una genealogía del modo como las
ciencias comenzaron a pensarse a sí mismas entre 1492 y 1700 […] en esa época
[…] emerge el paradigma epistémico que todavía es hegemónico en nuestras
universidades [ …] durante esta época se produce una ruptura con el modo como
la naturaleza era entendida. Si hasta antes de 1492 predominaba una visión
orgánica del mundo, en la que la naturaleza, el hombre, el conocimiento
formaban parte de un todo interrelacionado […], con la formación del
sistema-mundo capitalista y la expansión colonial de Europa esta visión
orgánica empieza a quedar subalternizada. Se impuso […] la idea de que la naturaleza
y el hombre son ámbitos antológicamente separados, y que la función del
conocimiento es ejercer un control racional sobre el mundo […] El conocimiento
ya no tiene como fin último […] la comprensión de las “conexiones ocultas”
entre todas las cosas, sino la descomposición de la realidad en fragmentos con el
fin de dominarla. (Castro-Gómez)
¿Qué es conocimiento? Datos no son información, información
no es conocimiento y éste no es sabiduría. “Datos” son símbolos carentes de
significado; cuando estos son organizados de forma a compartir mensajes con
sentido se transforman en “información”. “Conocimiento” es un estado cambiante
de comprensión sobre la naturaleza y dinámica de la realidad, y de aceptación
de las verdades constitutivas de dicha comprensión, sobre ciertas relaciones,
significados y prácticas, que uno no percibía previamente. Un nuevo saber
inspira nuevas decisiones y orienta nuevas acciones vinculadas al tema o a la
cuestión sobre el/la cual uno ha construido su nueva comprensión y ha aceptado sus
verdades correspondientes. “Sabiduría” sólo se revela en las decisiones que uno
toma y en las acciones que uno realiza bajo el conocimiento que dispone. Según
un sabio del pueblo Shuar, de la Amazonía ecuatoriana, sabio es aquel que,
frente a dos o más opciones en conflicto, cuando una de estas opciones es la
vida, decide por la vida. La
civilización occidental desarrolló mucha inteligencia pero ninguna sabiduría,
porque creó y usó la bomba atómica cuya única función es destruir la vida
humana y no humana. La colonialidad del saber establece:
El eurocentrismo como
la perspectiva única del conocimiento, la que descarta la existencia y
viabilidad de otras racionalidades epistémicas y otros conocimientos que no
sean los de los hombres blancos europeos o europeizados. Esta colonialidad del
saber es particularmente evidente en el sistema educativo (desde la escuela
hasta la universidad) donde se eleva el conocimiento y la ciencia europeos como
el marco científicoacadémico-intelectual. También se evidencia en el mismo
modelo eurocentrista de Estado-nación, modelo foráneo que define a partir de
una sola lógica y modo de conocer y bajo conceptos impuestos y poco afines con
la realidad y pluralidad diversas sudamericanas. (Walsh)
Es una geopolítica del conocimiento cuya hegemonía
epistemológica surge del singular poder de nombrar por primera vez, crear
fronteras, decidir cuáles conocimientos y comportamientos son o no legítimos y
establecer una visión de mundo dominante (Castro-Gómez). Dicha concepción es
impuesta a los colonizados para subordinar sus culturas y sus lenguas, lo cual
es “violencia epistémica” para los que tienen su imaginario invadido y
destruido. Para eso, inventaron la ciencia occidental, con el objetivo de crear
una justificación científica del mundo y su dinámica, a partir de la visión de
mundo del colonizador (Blaut). También para comparar los modos de vida de las varias
razas, para justificar la noble misión de los superiores: “civilizar” —occidentalizar—
a las inferiores.
La ciencia occidental fue creada para fundar una nueva
visión de mundo. La emergencia de esta ciencia gana energía extra en el siglo
XVII con Galileo unificando las nociones de física y matemática y proponiendo
la experimentación sobre la naturaleza, con Descartes fundando un conocimiento
mecanicista y reduccionista, y con Bacon promoviendo el método experimental y
la relación del saber con el poder. Apoyados en la razón y la experimentación,
los científicos juegan a ser Dios. La naturaleza puede ser controlada cuando
expresada matemáticamente en la forma de leyes universales. La ciencia puede
descifrar las leyes del funcionamiento de la sociedad y sus instituciones. La
legitimación científica del mundo surge desde un punto de vista supuestamente
universal, objetivo y neutral, que Santiago Castro-Gómez conceptúa como la
hybris del punto cero: “Ubicarse en el punto cero es el comienzo epistemológico
absoluto. Equivale a tener el poder de instituir, de representar, de construir
una visión sobre el mundo social y natural reconocida como legítima y avalada
por el Estado”. El canon, el molde, el modelo, el patrón, el paradigma, en fin,
el centro civilizado del mundo es Europa, “superior”, mientras el resto es su
periferia, “inferior”.
En América Latina, las relaciones, significados y prácticas
que emanan del significado del concepto de colonialidad del saber son
articulados en el “discurso del desarrollo” reproducido por sistemas de
educación, comunicación e innovación eurocéntricos o centrados en el modelo
norteamericano. Globalmente, esta reproducción es realizada por la “cooperación
internacional” concebida por la “comunidad internacional”, proceso que cuenta
con la creciente participación de la “comunidad financiera” que está emergiendo
como actor protagónico en este campo.
La colonialidad del
ser
No le basta al colono
limitar físicamente el espacio del colonizado; el colono hace del colonizado la
quinta esencia del mal. El colonizador desfigura y deforma el imaginario del
colonizado. (Fanon)
El proyecto de colonizar a América no tenía solamente
significado local. Muy al contrario, éste proveyó el modelo de poder, o la base
misma sobre la cual se iba a montar la identidad moderna, la que quedaría,
entonces, ineludiblemente ligada al capitalismo mundial y a un sistema de
dominación, estructurado alrededor de la idea de raza. Este modelo de poder
está en el corazón mismo de la experiencia moderna.
¿Qué es ser “bárbaro”, “primitivo”, “indio”, “negro”,
“subdesarrollado” u “oriental”? Con el apoyo de la religión, la ciencia y la
educación, la colonización cultural penetró en lo más íntimo reducto del ser y
el más sagrado espacio del espíritu, intentando domesticar nuestra voluntad de
cambiar al mundo e incluso amputar la voluntad de vivir. La colonialidad del
ser, un concepto desarrollado por Maldonado-Torres, es la dimensión ontológica
de la colonialidad que se afirma en la violencia de la negación del Otro. El
ser europeo, superior, es un ser excluyente, que no incluye la experiencia
colonial de la
no-Europa. La certidumbre del ego conquiro (yo conquisto) del
conquistador (Dussel) precede la certidumbre del ego cogito (yo pienso) de
Descartes. Los subalternos viven dominados, sin esperanza, con su vida en
peligro constante, sin utopía, sin futuro. La modernidad se consolida como
paradigma de la guerra, de la violencia, bajo la cual el Otro es desechable, es
un mero objeto de dominio, “recurso” o “capital”, una “cosa” a ser adueñada,
apropiada, explotada. La colonialidad del ser “ocurre cuando algunos seres se imponen sobre otros, ejerciendo así un
control y persecución de diferentes subjetividades como una dimensión más de
los patrones de racialización, colonialismo y dominación” (Walsh). La
colonialidad del ser naturaliza la esclavitud y la servidumbre, legitima el
genocidio en nombre del progreso y banaliza la violencia, la desigualdad y la injusticia. La
colonialidad del ser emerge de la colonialidad del poder manejada por el Estado
moderno, y de la colonialidad del saber liderada por la ciencia moderna. El ser
europeo emerge junto con la invención del Otro, que puede y debe ser
conquistado, domesticado y explotado. Europa creó la modernidad y su otro
rostro, la colonialidad, se puso por encima de ella y se autoproclamó modelo
perfecto para la
humanidad. El Otro del Nuevo Mundo se encuentra en la minoría
de edad: la incapacidad de servirse del propio entendimiento sin el tutelaje
del otro. Por ejemplo, así pensaban Sepúlveda, el contradictor de Bartolomé de
las Casas, cuando se refirió a los indígenas de América, y Montesquieu, cuando
se refirió a los africanos, respectivamente: “Con perfecto derecho, los españoles imperan sobre los bárbaros del
Nuevo Mundo e islas adyacentes, habiendo entre ellos tanta diferencia como la
que va de monos a hombres” (Sepúlveda). “No se concibe que Dios un ser tan sapientísimo haya puesto un alma en
un cuerpo tan negro. Es imposible suponer que tales seres sean humanos”
(Montesquieu).
En América Latina, las relaciones, significados y prácticas
inspirados en el significado del concepto de colonialidad del ser son
articulados y promovidos en el discurso del “desarrollo”, reproducido por los
sistemas de educación, comunicación, innovación y cooperación.
La colonialidad de la
naturaleza
[…] dijo Dios: Hagamos el hombre a nuestra imagen y
semejanza; tenga él dominio sobre los peces del mar, sobre las aves de cielo,
sobre los animales domésticos, sobre toda la tierra y sobre todos los reptiles
que se arrastran por la tierra. (Génesis)
Descartes, un representante del pensamiento occidental, dice
que el hombre es amo y señor de la naturaleza. Es la visión del capital, el
crecimiento económico, que rompe la relación del ser humano con la naturaleza y
la ve como recurso, como mercancía y privatizable. En cambio, el jefe indígena
de Seattle, Estados Unidos, dice algo hermoso: “La humanidad no hizo el tejido de la vida, es sólo una hebra […] y lo
que hace con la trama o el tejido se lo hace a sí mismo”. Venimos de ella,
vivimos en ella y somos parte de la Pachamama. (Maca)
A partir de la falsa premisa de que el “hombre” creado por
Dios para ejercer su dominio sobre la tierra era el “hombre occidental”, los
imperios occidentales que adoptaron el emergente sistema capitalista a finales
del siglo XIV, redujeron la naturaleza a un depósito de “cosas” (“recursos”
naturales en el pasado y “capital” natural en el presente) para su uso
caprichoso, irresponsable e insostenible. Separaron el hombre de la naturaleza
para que ésta fuera reducida a materia inerte, observable, controlable,
predecible y usable. Este proceso continúa en pleno siglo XXI. En la conferencia Rio+20,
realizada en Río de Janeiro en 2012, la Organización de las Naciones Unidas
(ONU) otorgó a la “economía verde” el estatus de paradigma de desarrollo como
el camino hacia la sostenibilidad del planeta y la erradicación de la pobreza. A través de
“inversiones verdes”, el capital reduce la naturaleza a “servicios ambientales”
privatizables y a “bio-negocios” o “bio-commodities” (agua, carbono, biomasa).
La “economía verde” es apenas el más reciente disfraz del “desarrollo”: el lobo
—el capital— se viste con el color de la oveja —la naturaleza— que quiere
devorar.
Para posesionarse de la última frontera de la acumulación,
la colonialidad de la naturaleza privatiza la vida y mercantiliza la
existencia.
La colonialidad de la naturaleza se refiere a la separación
entre hombre y naturaleza, tanto bajo la noción esencialista de la naturaleza como
“salvaje”, por fuera del dominio humano, como bajo la división binaria
cartesiana naturaleza/sociedad. Según Escobar la prevalencia de una percepción
esencialista de la naturaleza la convierte en objeto de dominación y, por
tanto, de control para su explotación. Para Walsh, la separación cartesiana
cultura/naturaleza descarta enteramente la relación milenaria entre los seres
humanos y los no humanos, los mundos espirituales y ancestrales, negando incluso
la premisa de que los humanos somos parte de la naturaleza, estableciendo el
dominio sobre las racionalidades culturales e intentando eliminar y controlar
los modos de vida, los sentidos, los significados y las comprensiones de la vida. Como resultado,
la colonialidad de la naturaleza es la colonialidad de la vida, que descarta de
la esfera de la existencia lo mágico-espiritual-social (Walsh).
Mientras la institucionalización de la dicotomía
superior-inferior resultó en la colonialidad de las cuatro dimensiones
mencionadas, su implementación necesitó de una “idea” que colonizara las mentes
y conquistara los corazones de líderes de todos los continentes, religiones,
ideologías y orientación política. La “idea de progreso”, sustituida después de
la Segunda
Guerra Mundial por la “idea de desarrollo”, ha sido esta
idea. Una consecuencia del éxito de dicha idea ha sido la dependencia —de sus
promotores— de procesos de corrupción para obtener apoyo de las sociedades
usando la mentira como filosofía de negociación pública, la mentira que nutre
la cultura del miedo del falso enemigo público número uno de la humanidad: el
comunismo en el pasado y el terrorismo después del 11 de septiembre de 2001,
así como el miedo de la “pobreza”, “enfermedad social” que sólo ocurre entre
los inferiores —bárbaros, salvajes— según la dicotomía superior-inferior. Éste
es un orden planificado por el mismo Dios.
Extraído de
LA
PEDAGOGÍA DE LA FELICIDAD EN UNA EDUCACIÓN PARA LA VIDA.
El paradigma del “buen vivir”/ “vivir bien” y la
construcción pedagógica del “día después del desarrollo”205
José de Souza Silva
En Pedagogías decoloniales
Prácticas insurgentes para resistir (re)existir y (re)vivir
Catherine Walsh editora